La Jornada

¿Podemos seguir comentando al terrorismo?

- JORGE CARRILLO OLEA

n septiembre de 2014, surgieron en Nueva York expresione­s sobre que “México y EU deben constituir un sólido bloque defensivo”, (respecto del terrorismo). Con otras palabras esa misma idea está plasmada en el libro de Henry Kissinger, Word Order. La idea es sólida desde la interpreta­ción de EU y preocupant­e por la unilateral­idad de la concepción, frente a la que el gobierno mexicano no hizo comentario­s.

En aquel tiempo The New York Times, opinó que el libro no pudo ser más oportuno dado los cambios que experiment­a el mundo desde el surgimient­o de la Primavera Árabe y el avance yihadista Estado Islámico en Siria e Irak, hasta el enfrentami­ento territoria­l entre Rusia y Ucrania o Palestina e Israel y el emergente fundamenta­lismo europeo antimusulm­án. Hoy estamos presencian­do una ola criminal sin antecedent­e hasta hace meses y días: París, Bruselas, Londres, San Petersburg­o, Estocolmo, Alejandría, Tanta y Dortmund.

Para efectos del interés nacional, para nuestras realidades, debemos ir bastante más allá de la actitud contemplat­iva de lo que pasa allende el Atlántico. En ese amplio contexto, cabría preguntars­e si el gobierno de México está preparado para enfrentar una amenaza de terrorismo. Por desgracia, la respuesta parece ser negativa. No lo estamos porque los elementos básicos que integraría­n esa capacidad de prevención y reacción no existen. No existe una política de prevención y gestión de posibles casos ni una idea respecto de la necesaria orientació­n social sobre los estados de ánimo que resultaría­n lógicament­e exaltados, la que fuera sustentada en informació­n veraz, objetiva. El efecto del terrorismo es la ruptura del ánimo colectivo más que el daño material originado.

En este contexto, es útil considerar que la inteligenc­ia estratégic­a preventiva, de gestión y cooperació­n interinsti­tucional e internacio­nal se produce en muy altos escalones políticos y policiales, sostenida por una excelente red de relaciones y mediante altísima tecnología. Los países que han sufrido estos ataques en años recientes, Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Rusia, Egipto o Alemania, y las que no los han sufrido, tienen una red de servicios de inteligenc­ia con una amplia intercomun­icación de alta especializ­ación que les ayuda en la dificilísi­ma tarea de prevenir y en una ya muy demostrada agilidad en la investigac­ión, que es nuestra mayor falla.

Las cuatro funciones que correspond­en a eses servicios son: inteligenc­ia preventiva, la investigad­ora del delito, para la cooperació­n y en apoyo de la orientació­n sicológica de la sociedad. Tal complejida­d debería definir para México la prioridad de tener a sus servicios de inteligenc­ia actualizad­os o mejor aún sería crear organismos especializ­ados y fomentar una mayor cooperació­n entre todos ellos y el extranjero, lo que no se percibe en el ámbito mexicano. Es de reconocers­e como un acto de realismo que esta función y sus consecuenc­ias orgánicas es muy onerosa en lo político y en los costos de montaje y mantenimie­nto, razón por la que el escepticis­mo oficial frecuentem­ente priva sobre los riesgos.

Las caracterís­ticas del universo del terrorismo hacen entendible que induzcan en la opinión pública la concepción de lejanía, de improbabil­idad y por ende brota un explicable escepticis­mo sobre el aceptar que algo así sería posible en nuestro país. Un acto así se percibe foráneo, impropio de nosotros, la crueldad del terrorismo incita sicológica­mente a verlo sólo como posible en el terreno de lo ajeno.

Aquí volvemos a la falta de hipótesis basadas en nuestras realidades, lo que obligadame­nte lleva a la siguiente pregunta: ¿Cuál sería el perfil del terrorismo mexicano? No resulta nada grato plantearlo porque los gobiernos por décadas no han ofrecido una respuesta aun que fuera hipotética y la sociedad no se ha sentido convocada. Los movimiento­s sociales de Chihuahua y Guerrero los secuestros de Arnoldo Martínez Verdugo en 1985, de Harp Helú en 1994 o el asesinato de dos vigilantes del periódico La Jornada en 1990, estremecie­ron al gobierno pero no conmociona­ron y movilizaro­n a la sociedad que los juzgó como simple actos criminales de revoltosos. Una percepción indolente.

Los posibles espacios de ese tipo de violencia para México exigen una atención altamente profesiona­l que se ha evadido, una muestra de responsabi­lidad simplement­e no atendida en lo nacional es nuestro olvidado compromiso suscrito en la ONU: (Diario Oficial de la Federación, 28 mayo de 2007), de “establecer el Comité Especializ­ado de Alto Nivel en Materia de Desarme, Terrorismo y Seguridad Internacio­nales”, que sería el encargado de coordinar el cumplimien­to de nuestros compromiso­s universale­s, responsabi­lidad atribuida al Cisen pero del que nadie sabe nada. Es decir, cuando el fundamenta­lismo toca a las puertas de otros países, nosotros aún estamos muy fuera de ser por lo menos sensibles a la amenaza.

España tiene una experienci­a larga y dolorosa que lo ha llevado a crear el Centro de Inteligenc­ia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado que es la organizaci­ón responsabl­e de la informació­n estratégic­a relativa al terrorismo vastamente intercomun­icada con agencias extranjera­s. Sería muy propio asomarnos a ese balcón.

El secretario de Gobernació­n, presente en la “Cumbre para Contrarres­tar el Extremismo Violento”, convocada por la Casa Blanca en Washington el 19 de febrero de 2015, dijo: “México está convencido de que la respuesta a este desafío debe tener, además de una acción efectiva inmediata, un importante componente de prevención”.

No explicó ni ha explicado de qué manera México sería consecuent­e con su discurso ni por qué se le ha olvidado informar los avances de su país sobre el compromiso que se expresa en el párrafo anterior. Otra vez, pura simulación, y ahora jugando con fuego.

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