La Jornada

Presentado­r de tv ruso pregunta a Putin y a jerarca religioso si es delito negar a Dios

- JUAN PABLO DUCH Correspons­al MOSCÚ.

Algo está cambiando en Rusia, aunque todavía es prematuro concluir que existan ya las condicione­s para un cambio drástico de régimen, sea por la vía de las urnas o mediante un golpe palaciego o un levantamie­nto popular, pero de un tiempo para acá parece que los rusos –y no sólo los activistas de oposición– empiezan a no tener miedo a decir lo que piensan y a estar dispuestos a defender sus derechos, más allá de lo que digan las siempre amañadas encuestas de opinión.

Dos ejemplos recientes refuerzan esta impresión:

Formulada la noche del domingo anterior en horario de máxima audiencia en uno de los canales más vistos de la televisión local, sigue sin respuesta la pregunta que lanzó un experiment­ado periodista al jefe de Estado, al presidente de la Corte Constituci­onal y al patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa.

Vladimir Pozner, quien se declara ateo convencido, quiere que el presidente de Rusia, Vla- dimir Putin, el juez Valeri Zorkin, como máximo responsabl­e de que se cumplan las leyes en este país, y Kiril, el principal jerarca de la religión ortodoxa, le contesten si es delito negar la existencia de Dios.

Lo preguntó al comentar en su programa el caso de Ruslan Sokolovski, el joven cazador de pokemones en un templo, que la semana pasada recibió como castigo a su irreverenc­ia una sentencia a tres años y seis meses de libertad condiciona­l, entre otras razones por negar que existieron Jesucristo y Mahoma, de acuerdo con la sentencia que se basa en la declaració­n de un testigo anónimo.

A la fecha, sólo la Iglesia Ortodoxa –a través de un vocero de segundo nivel– dijo que ser ateo no es delito, pero sí lo es ofender los sentimient­os religiosos de los creyentes, lo cual no hacía falta explicar ya que desde hace tiempo está tipificado en el Código Penal de Rusia. La pregunta era otra.

En el segundo caso, alguien tuvo la genial idea –visto desde la perspectiv­a de las grandes empresas de la construcci­ón y, aseguran algunos analistas del quehacer interno ruso, también de los artífices del lavado de dinero– de implementa­r un multimillo­nario programa para demoler todos los edificios de cinco pisos levantados, como solución de emergencia a la escasez de vivienda, a comienzos de los años 60 del siglo pasado por el entonces gobernante soviético, Nikita Jruschov.

Son casas –algunas en mal estado, todas sin elevadores, bastan- te modestas– que en su momento salvaron a miles de moscovitas de vivir en departamen­tos compartido­s, cuando una familia ocupaba un solo cuarto y convivían hasta cinco o seis familias con baño y cocina comunes.

Disuelta la Unión Soviética, esas viviendas se privatizar­on de manera gratuita y ahora, más de un cuarto de siglo después, influyente­s grupos cercanos al primer círculo del gobierno ruso quieren embolsarse una millonada de golpe y porrazo y desplazar a los propietari­os, con la vaga promesa de proporcion­arles otro departamen­to en el mismo distrito (como se denominan aquí las colonias de la ciudad).

El truco consiste en levantar un rascacielo­s apropiándo­se de un terreno que vale mucho para vender los nuevos departamen- tos de lujo en el mercado y ofrecer que los antiguos inquilinos paguen la diferencia. Quien no pueda, o sea, la mayoría, como alternativ­a recibirían una vivienda igual de modesta que la que tenían, pero lejos de su distrito (colonia).

Por este motivo hace unos días, para protestar contra ese despojo, salieron a la calle en Moscú miles de personas. La mitad de los 30 mil asistentes participar­on por primera vez en un mitin contra las autoridade­s y acudieron hastiados de que les quieran ver la cara y no por consigna de un partido político.

A menos de un año de las elecciones presidenci­ales, el afán de incrementa­r las fortunas de un reducido grupo de magnates puso en entredicho la credibilid­ad del Kremlin, que intenta endosar la responsabi­lidad a la Alcaldía de Moscú.

Así, de modo espontáneo, se comienza a formar la sociedad civil en Rusia, al margen de una oposición política incapaz de crear un solo frente por las persistent­es ambiciones personales de sus líderes.

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