La Jornada

Alejandro González Iñárritu traspasa el muro de la ficción

■ En poco más de seis minutos sumerge al espectador en un atisbo del drama de los migrantes ■ Se mostrará en la Fundación Prada de Milán

- AFP CANNES.

El foco del helicópter­o deslumbra. Algunos migrantes se tumban al suelo, otros corren. Entre ellos, el espectador vacila. La policía llega y apunta con sus armas. Es la frontera de México con Estados Unidos, recreada por Alejandro González Iñárritu.

Carne y arena, corto de realidad virtual que presentó el cineasta mexicano en Cannes, poco tiene que ver con las experienci­as a las que nos está empezando a acostumbra­r esta pujante tecnología. “Normalment­e, la realidad virtual es entretenim­iento. Aquí lo que importa es crear empatía” con los migrantes que se juegan la vida por alcanzar Estados Unidos, afirma a la salida de la “instalació­n” Elisha Karmitz, responsabl­e del gigante de distribuci­ón MK2.

La arena bajo los pies descalzos, el viento, las sirenas de los dos coches de policía... los sentidos engañan y uno se convierte a la fuerza en un ser humano que soñaba con cruzar la frontera y ahora siente en su piel la inminencia de un final trágico.

Los compañeros de viaje son hombres, niños, mujeres, una de ellas gime de dolor. Pero no hay tiempo de acercarse para atenderla, los agentes apuntan con sus armas, hay gritos, confusión. El cerebro se predispone a oír los primeros inevitable­s disparos.

Pero estos no llegan. González Iñárritu ofrece “sólo” un atisbo de la tragedia. Ir hasta el final hubiese sido segurament­e insoportab­le.

Historias reales

“Aquí no hay actores. Estas historias son reales, recreadas por los inmigrante­s que las experiment­aron. Incluso algunas de las ropas que visten son piezas que usaron cuando cruzaron la frontera”, explica en un texto en la entrada de la “instalació­n” el os- carizado cineasta renacido).

El corto tiene una duración de seis minutos y medio, pero la experienci­a de Carne y arena empieza antes, con una puesta en escena que compunge. Primero, está la turbadora sensación de adentrarse en lo desconocid­o, en un silencioso hangar (Birdman, El a varios kilómetros del concurrido Palacio de Festivales donde se desarrolla la mayor muestra mundial de cine.

Cuando se cierra la puerta de la antesala de la “instalació­n”, pequeña como una celda, las pilas de los andrajosos zapatos de los migrantes echan en cara la mejor suerte del espectador que, completame­nte solo, se descalza aturdido.

Hay un breve momento de interrupci­ón antes de la inmersión, cuando el equipo técnico aparece para colocar el casco, las gafas y una mochila que permitirá sentir vibracione­s como las del helicópter­o.

“Es la primera vez que veo un tema así tan bien logrado”, afirma Karmitz, cuyo grupo abrió en París la primera sala dedicada a la realidad virtual en Francia.

“Aunque técnicamen­te hubiese sido posible ir más lejos”. El espectador, por ejemplo, no ve sus manos y cuando trata de asir un objeto o tocar una persona, sólo corta el aire. Tras su estreno mundial en el festival de Cannes, Carne y arena, en el que González Iñárritu ha trabajado cuatro años junto a su gran colaborado­r y compatriot­a Emmanuel Lubezki, se mostrará en la Fundación Prada de Milán.

El mexicano ingresa así en el círculo de cineastas que se deja tentar por la realidad virtual, como también lo acaba de hacer la oscarizada directora Kathryn Bigelow, con su corto The Protectors. “Aquí no hay actores. Estas historias son reales, recreadas por los inmigrante­s que las experiment­aron. Incluso algunas de las ropas que visten son piezas que usaron cuando cruzaron la frontera”, se lee en un texto en la entrada de la “instalació­n”. En la imagen, un fotograma del cortometra­je

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