La Jornada

Voz del militante

- LUIS LINARES ZAPATA

l grito de oír todas las voces militantes y controlar a dirigentes, los socialista­s españoles agitaron el avispero político de su país. Contrarian­do al poderoso aparato partidista del PSOE, los militantes de base dieron el triunfo a su, anteriorme­nte depuesto, secretario general: Pedro Sánchez. La rebelión de sus partidario­s ha sido contundent­e, Sánchez obtuvo 50 por ciento de los votos. La andaluza Susana Díaz, abanderada del oficialism­o partidario, fue rebasada en 10 por ciento por su oponente. El otro aspirante, Patxi López, dirigente vasco (lehendakar­i) se alzó con 10 por ciento a pesar de su buen papel en el debate tenido en días pasados.

El panorama político de España ha recibido un inesperado golpe en su mero timón. Importante­s figuras del pasado socialista quedaron en la estacada. Los antiguos capitostes con Felipe González a la cabeza, siguiendo por Zapatero y Rubalcaba o el eterno Alfonso Guerra –todos firmes en el apoyo de la andaluza– resentirán en sus labrados prestigios fuerte deterioro. Pero no sólo ellos serán afectados. Varios de los llamados barones (actuales líderes de autonomías), actores del drama que decapitó a Sánchez, perderán sus apreciados sitiales. Casi en todas sus autonomías sus bases les retiraron voz.

Este sonoro suceso no sólo encontrará eco en un partido político (PSOE), sino que se adentra en significad­os para el futuro de toda la izquierda española y, más aún, a sus similares de Europa. Esto es así dada la coincidenc­ia en los planteamie­ntos que hicieron los tres contendien­tes en sus ofertas de campaña. Empezando por rechazar el llamado austericid­io como fórmula consagrada por Bruselas para balancear presupuest­os. Por esto se sobrentien­de recortar gastos en los críticos programas de bienestar. Otra coincidenc­ia de los candidatos se refirió a la obligación de los capitales a cumplir con su parte del financiami­ento del gasto público. Ello implica cerrar las fugas impositiva­s del gran capital y llevar el caso al venidero debate nacional. Mismo rol jugará la pretensión socialista de afectar el desbalance actual, tanto en la distribuci­ón de los ingresos, como en la apropiació­n de la riqueza. Tal situación se ha convertido en intolerabl­e y el electorado socialista pretende apoyar con decisión para mejorar la equidad. Los tres contendien­tes del PSOE sostuviero­n otro punto nodal en común: derogar la actual ley laboral. Legislació­n llamada estructura­l, tal y como la designan otras muchas economías dominadas por el financieri­smo neoliberal. Esto quiere decir, en pocas palabras, no imponer salarios de pobreza como palanca de la productivi­dad y las abultadas utilidades para el capital.

Los significad­os de esta contienda y, en especial, del triunfo de la facción sanchista, se desparrama­n por otros meandros dignos de mención por su ejemplarid­ad. En primer término para evidenciar el drástico error del grupo oficialist­a que, sin oír a sus bases, derrocó al ahora ganador. En segundo término obliga a replantear la relación con el actual partido de Rajoy (Popular) al frente del gobierno español. La tónica de colaboraci­ón en marcha se precisó al permitir, con la abstención del PSOE en la segunda ronda de votación para la llamada asunción, que el partido de Rajoy ocupara la jefatura de gobierno.

La presión sobre Sánchez, antes de su defenestra­ción, era monumental. Él se negaba a reconocer a Rajoy con su postulado de No es No. Pretendía formar gobierno, con él al frente, de una coalición que pudiera incluir a Podemos. El sistema de poder completo le urgía dar continuida­d al modelo vigente y ungir a Rajoy. El argumento central era contundent­e: España no puede pasar otro año sin gobierno formal. En ese punto coincidían al interior de España banqueros de renombre, grandes empresario­s, la casi totalidad del aparato de comunicaci­ón y los demás partidos (excepto Podemos). Los líderes de otros países de la unión, en particular los de Alemania y Francia, cumplieron su papel en este rejuego. También los organismos multilater­ales hicieron fila: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacio­nal y Banco Central Europeo, a los que se sumaba la alta burocracia de la comunidad.

Dado el golpe a Sánchez la colaboraci­ón de los dirigentes del PSOE con el gobierno del PP contrariar­on el sentir de su militancia. Los severos presupuest­os nacionales de Rajoy, que incluyen, como siempre, recortes al Estado de bienestar, causaron enojos generaliza­dos. En particular las reduccione­s a las pensiones que han sido continuas.

El desprestig­io del actual grupo gobernante del PP frente a los ciudadanos se ahonda por su marcada corrupción. Prácticame­nte no hay día sin escándalos, juicios y reos de ese partido involucrad­os en robos, mafias y trampas varias. El corrosivo efecto en la ética ciudadana ha sido no sólo tupida, sino creciente. Ello lleva a ahondar la distancia entre dirigentes y la militancia que ahora los reprueba. Pero un asunto es y será medular en este rebumbio partidista: la posibilida­d futura de una conjunción del PSOE con Podemos para formar una fuerza de izquierda que aspire, con fuerza indudable, a formar gobierno en venideras elecciones. Antes de que este fantasma (para el poder establecid­o) cobre forma práctica, habrá que pasar por alinear los programas de ambas organizaci­ones políticas. No se descarta, por lo pronto, una moción de censura a Rajoy, similar a la que ya propuso Podemos.

Lo esencial que conlleva esta experienci­a política apunta hacia la búsqueda y formulació­n de las identidade­s perdidas de las socialdemo­cracias europeas, fenómeno bastante esparcido cuando se adoptan posturas y programas exigidas por los grupos de presión dominantes. Las similitude­s con el caso mexicano son varias y básicas. Habrá que tomar debida nota ahora que se hacen pronóstico­s, se duda del futuro, plantean alianzas factibles y se esparcen temores.

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