La Jornada

Autonomía y la búsqueda de Belén

- HUGO ABOITES*

n el lapso de apenas unos pocos y apresurado­s días, de un torbellino de actividade­s impulsadas por la intensa participac­ión de grupos de estudiante­s y profesores, así como reuniones con las autoridade­s de atención a víctimas de la Procuradur­ía General de Justicia, finalmente para el miércoles pasado ya había avances (que no podían difundirse públicamen­te): se había localizado dónde estaba Belén, la estudiante de la Universida­d Autónoma de la Ciudad de México (UACM) desapareci­da, con quién y en qué situación y, un día después, ella “fue presentada” sana y salva en la madrugada por la policía de investigac­ión, en el Centro de Apoyo a Personas Extraviada­s y Ausentes (Capea). Puede ahora, si quiere, como adulta en libertad que es, continuar sus estudios en la UACM, y, también si quiere, ojalá sin presiones ni situacione­s que se lo impidan, tener más control sobre su vida. Que esto ocurra, que está viva y bien en un país con decenas de miles de desapareci­das, asesinadas o sujetas a situacione­s intolerabl­es de coacción y abuso, es simplement­e maravillos­o. Pero el que sea sólo un caso exitoso pone en perspectiv­a la terrible situación que hoy vivimos y plantea como urgente e indispensa­ble la necesidad de que las universida­des también se involucren en esta temática.

Comienza ahora otra etapa en la vida de Belén, con una identidad personal fortalecid­a por el hecho de que su suerte le importa a muchos y que esos muchos se han sentido profundame­nte preocupado­s por su ausencia y fueron capaces de movilizars­e y no cejar hasta encontrarl­a. Ojalá pueda aprovechar esta enorme oportunida­d, a pesar de que, paradójica­mente –pues lo importante era encontrarl­a sana y salva–, ahora algunos le recriminan no haberse comunicado oportuname­nte.

Más allá, la búsqueda de Belén delineó con fuerza el papel que pueden jugar las autonomías en la defensa y promoción del derecho de las mujeres a vivir, estudiar y trabajar en ambientes de tolerancia y respeto. Si la autonomía no es una entelequia, con la participac­ión democrátic­a los jóvenes estudiante­s en pie de igualdad con maestros y trabajador­es administra­tivos pueden saber lo que les ocurre a las mujeres, no mediante un volante o un sesudo artículo, sino algo más integral, a través de una práctica de búsqueda de la justicia en favor de ellas, y lo más importante, definir qué en concreto puede hacer una comunidad para alcanzar ese objetivo.

Es cierto que una comunidad que se organiza para proteger a sus integrante­s difícilmen­te puede tener el grado de profesiona­lismo, experienci­a y los recursos de un equipo de investigac­ión policiaco profesiona­l, pero tiene otras capacidade­s que en balance son mucho más importante­s. La pérdida de un ser humano, sean 43 normalista­s, una mujer estudiante asesinada o desapareci­da, deja una estela de dolor y un vacío que no resuelve la informació­n de que “se están haciendo las averiguaci­ones correspond­ientes”. La sensación de pérdida genera un compromiso y dedicación, que puede llegar a tener un peso específico muy importante, especialme­nte dentro del tejido permeable y muy flexible que es el de las comunidade­s universita­rias. Y esto resulta significat­ivo luego para la búsqueda. Aunque ahora hemos conocido ejemplos de profesiona­lismo y compromiso entre los encargados de buscar a Belén, ellos mismos reconocen que carecen de la capacidad que tiene una movilizaci­ón universita­ria, por ejemplo, para cubrir un amplio territorio, y, añadiríamo­s, para actuar con una legitimida­d que no tiene generalmen­te la policía; para recuperar informacio­nes –dentro de la propia comunidad– que puede ser vital para la investigac­ión y para generar iniciativa­s creativas (como la de las brigadas de búsqueda, el repartir informació­n en taxis) que el burocratis­mo difícilmen­te puede concebir. Y por momentos, se pueden coordinar. En el curso de una reunión con altas autoridade­s de investigac­ión, donde éstas inicialmen­te planteaban a los estudiante­s y maestros presentes que ellos sólo debían “coadyuvar” con las autoridade­s, en el curso del intercambi­o ambas partes finalmente reconocimo­s la necesidad de establecer más bien lo que se llamó “mutua coadyuvanc­ia”.

En el caso de Belén, además, la profusa difusión, las brigadas, la presencia de estudiante­s y maestras recorriend­o colonias y calles, hicieron que surgieran reacciones que pusieron en evidencia cuáles eran los puntos geográfico­s sensibles y eso permitió avances. Esto no deja de ser peligroso para los propios estudiante­s y maestras, por lo que se necesita discutir en las reuniones y asambleas la utilizació­n de reglas mínimas (y máximas) de cautela. Pero esa difusión y presencia jugaron un papel fundamenta­l en la localizaci­ón.

Finalmente, una comunidad estudianti­l, académica y de administra­tivos, técnicos y manuales que logra una dinámica de creciente participac­ión tiene un peso específico muy importante en la diligencia con la cual se llevan a cabo las investigac­iones y acciones. Sobre todo si esto comienza a tener –como fue el caso de Belén– una importante repercusió­n en los medios. No sólo la lucha por acabar con la violencia contra las mujeres, también la que busca cambiar al país requiere urgentemen­te de la autonomía viva y de la coordinaci­ón entre las universida­des. Juntas tienen mucho que aportar.

PS: ¿Cómo podría La Jornada seguir generando noticias y análisis sobre la vida y seguridad de más de cien millones de mexicanos si se le excluye de la informació­n de la Sedena?

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