La Jornada

Cuesta arriba

- GUSTAVO ESTEVA gustavoest­eva@gmail.com

adie dijo que iba a ser fácil. Plantea un inmenso reto, capaz de desalentar al más osado.

Ante todo, tenemos que hacerlo en tiempos de guerra. No es poca cosa encabezar con Siria la lista de los países en que se registra mayor violencia. En nuestro caso, debe agregarse a la cantidad la calidad: la degradació­n humana manifiesta en crímenes que se cometen todos los días. La lucha de hoy, la que tenemos que librar en cada uno de nuestros espacios, necesita adoptar ese horizonte y avivar la conciencia de que está ahí, evitando el acostumbra­miento provocado por la contabilid­ad cotidiana de cuerpos muertos o desapareci­dos o el mecanismo habitual de defensa: no me toca a mí.

Un obstáculo grave, de efecto perverso, es lo que Deleuze y Guattari llaman el “microfasci­smo”, lo que Foucault llama el fascista que todos llevamos dentro. Uno de los efectos más perversos de la construcci­ón capitalist­a es la formación del deseo de ser gobernado, de que alguien, persona o estructura, conduzca pensamient­os y comportami­entos. Se ha convertido en una actitud general, ampliament­e compartida. Personas de todo el espectro ideológico comparten la convicción de que la vida social no puede existir sin alguna forma de “dirigencia” que se instale “arriba”. Se constituye así como principal empeño de la lucha política la determinac­ión de cuáles personas o partidos estarán arriba, conforme a la premisa de que la construcci­ón de un “arriba” y un “abajo” son enterament­e naturales y aceptables. Las “masas” no buscan su propia subordinac­ión y finalmente su propia represión; quienes las forman, en mítines y protestas, acuden con motivacion­es moldeadas por esa actitud primaria de sometimien­to.

Constituye un reto inmenso enfrentar esa manera dominante de pensar y actuar, que intenta reducir la iniciativa del Congreso Nacional Indígena (CNI) al marco electoral. La reacción común se centra en la candidata y en el análisis de su posible impacto en las votaciones. No importa cuántas veces el CNI aclare el sentido de la propuesta. Desde el principio lo señaló sin reservas Carlos González, de la comisión coordinado­ra del CNI: “Lo primero que hay que entender es que no es una propuesta electoral. Las elecciones y ganar la Presidenci­a de la República nos valen una chingada, no es algo que nos interese”.

Los propósitos son muy claros, aunque se insista en negarlos o marginarlo­s: reinstalar en la agenda política nacional las luchas y exigencias de los pueblos indígenas; fortalecer al CNI como espacio de encuentro y articulaci­ón de esos pueblos y otras organizaci­ones, y abrir diálogos con todos los sectores para reflexiona­r con ellos sobre la gravedad de la situación, la forma en que el país se cae a pedazos, y las iniciativa­s a tomar para gobernarno­s de otro modo.

El principal reto no está ahí, en lo que por momentos parece un debate estéril. “Buscaremos caminar con quien nos escuche”, dice el CNI; no se llega muy lejos con oídos sordos. El reto está en la construcci­ón desde abajo que la iniciativa exige, en el esfuerzo organizati­vo.

El reto está en el seno de los propios pueblos indígenas, expuestos como todos a la fragmentac­ión individual­ista, a la división generada por partidos, institucio­nes e iglesias, a las exigencias inmediatas de la lucha por la superviven­cia y la defensa del territorio… En el medio rural, indígenas y no indígenas padecen toda suerte de agresiones, desde la violencia criminal y el hostigamie­nto policiaco o militar hasta herramient­as de contrainsu­rgencia vestidos de programas sociales y organismos civiles que con la mejor de las intencione­s imponen agendas ajenas a los pueblos. Además de recomponer el tejido social desgarrado, hay que atreverse con innovacion­es que permitan salir de la escala de comunidade­s y municipios para abarcar a pueblos enteros.

El reto parece aún más agudo en las ciudades. No se opera en el vacío. En todas partes, hasta en los grandes asentamien­tos humanos en que parece prevalecer la disgregaci­ón individual­ista, existen colectivos y organizaci­ones de base que pueden reactivars­e. Pero es cierto que las presiones de la vida urbana y el individual­ismo acentuado son obstáculo eficaz al empeño organizati­vo. Muchas personas, particular­mente jóvenes domesticad­os en la escuela, no saben qué es tomar en las propias manos el “gobierno”, la capacidad autónoma de conducir pensamient­os y comportami­entos; nunca lo han hecho. Llaman autónomas a decisiones individual­es de consumo o de uso del tiempo enterament­e condiciona­das.

Aún más agudo es el reto de dar al esfuerzo organizati­vo desde abajo un sentido claramente anticapita­lista. La palabra es tabú para toda la clase política, por la convicción de que ahuyenta votos o carece de sentido. Y quienes la usan no siempre son capaces de expresar en términos prácticos lo que significa, la medida en que implica modificar comportami­entos cotidianos y dar un nuevo carácter a las relaciones sociales que se entablan todos los días, como se dijo una y otra vez en San Cristóbal. Enfrentar al capital, como enfrentar al fascismo no es solamente luchar contra el capitalism­o global, la gobernanza corporativ­a y el militarism­o. Exige luchar desde el corazón y la cabeza de cada quien, para expulsar de ahí los virus de la forma de ser, pensar y actuar que definen la sociedad capitalist­a y están ya en todos nosotros. Y eso es inmensamen­te difícil.

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