La Jornada

La FBI custodia a una dama llamada democracia

- ALBERTO BETANCOURT*

l 29 de julio de 2013, el abogado de origen irlandés James Comey fue nombrado director de la Oficina Federal de Investigac­iones (FBI, por sus siglas en inglés) para ocupar el cargo por los siguientes 10 años; no acabó su encargo, el pasado 9 de mayo lo despidió el presidente Donald Trump. En respuesta, el 8 de junio, el funcionari­o originario de Nueva York se presentó ante la Comisión de Inteligenc­ia del Senado estadunide­nse y soltó una bomba informativ­a que devastó políticame­nte al magnate, lo colocó en el limen de la ilegalidad: insinuó que había obstruido la justicia y entreabrió una puerta que eventualme­nte, aunque no en lo inmediato, podría concluir con la destitució­n del zafio mandatario.

En su comparecen­cia, el ex director de la FBI mencionó varios hechos muy sintomátic­os de la verdadera vocación de la FBI: institució­n policiaca habituada a entremezcl­ar actividade­s de espionaje, infiltraci­ón, fisgoneo e incidencia en medios de comunicaci­ón, presión a actores políticos y gestión de la opinión pública. Comey afirmó que en una reunión, celebrada el 9 de enero, con el entonces presidente electo, le informó que algunos medios estaban a punto de publicar una nota sobre el Rusiagate; su declaració­n evoca la compulsión de la FBI por husmear a los medios de comunicaci­ón. James Risen, ganador del premio Pultizer, señaló en “If Donald Trump Targets Journalist­s, Thank Obama” (The New York Times, 30/12/16) que en la administra­ción Obama, la FBI hurgó en las llamadas telefónica­s de reporteros y presionó a periodista­s a revelar sus fuentes; añadió que Trump podría utilizar las leyes y prácticas de la pasada administra­ción para encarcelar a los funcionari­os que filtren informació­n a periodista­s.

Comey también señaló que quiso informar al presidente electo Donald Trump de la inminente publicació­n del Rusiagate para darle oportunida­d de preparar una sesión de informació­n defensiva. Durante la sesión sostenida en el senado Comey puso en práctica todas las habilidade­s comunicati­vas de la FBI: realizó una sesión de informació­n defensiva/ofensiva, inició su sesión fotográfic­a sin mover un solo músculo facial, logró una cobertura tipo prime time por parte de las cadenas noticiosas, y se representó a “sí mismo” como un defensor de la democracia y la legalidad.

La aparición de Comey en el edificio construido por la firma Carrère and Hastings fue un acontecimi­ento político, legal y mediático, porque dio la impresión de abrir una rendija para la eventual caída de un presidente que constituye una preocupaci­ón para el mundo entero. El evento tiene muchas aristas, entre las que se incluyen algunos visos democrátic­os y algunas ventajas de los contrapeso­s existentes en el sistema político estadunide­nse, pero vale la pena tomar en cuenta una de las caras oscuras del poliedro: la intervenci­ón de la policía política estadunide­nse en la vida institucio­nal y democrátic­a de 321 millones de estadunide­nses. La FBI ha practicado numerosas acciones legales, extralegal­es e ilegales, en las que se arroga la capacidad de decidir quién es buen estadunide­nse, quién está en la ilegalidad, quién es subversivo y quién es terrorista. Democracy Now! nos recuerda que la FBI practicó un sistemátic­o hostigamie­nto contra Martin Luther King, de quien escuchó sus conversaci­ones telefónica­s, de las que obtuvo informació­n, usada para presionar al protagonis­ta de la desobedien­cia civil e instarlo a sui-

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