La Jornada

La disputa por el territorio urbano

- RAÚL ZIBECHI

entada en una ronda en la que participan más de 100 personas, Mari lanza una frase que es, a la vez, todo un programa político: “Si los de abajo no nos miramos entre nosotros, nadie más nos mira”. Mari es militante del Encuentro de Organizaci­ones (EO), uno de los colectivos con más trabajo territoria­l en Córdoba (Argentina), participa en la Universida­d Trashumant­e, tiene alrededor de 50 años y es educadora popular “de los abajos”.

Cuando se cumplen dos décadas del comienzo del ciclo de luchas Piquetero (1997-2002), parece un tiempo suficiente como para evaluar dónde estamos, qué quedó y qué se evaporó de aquella prometedor­a experienci­a, en la cual los desocupado­s ocuparon el centro del escenario político argentino protagoniz­ando las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que cambiaron la historia del país.

Una de las principale­s novedades que aportó el Movimiento Piquetero consistió en un enorme salto adelante en la organizaci­ón territoria­l en las periferias urbanas, que habían sufrido la desindustr­ialización de la década neoliberal de 1990. Luego una parte importante del movimiento se desorganiz­ó o se incrustó en las institucio­nes (vía cooptación por los gobiernos progresist­as o por volcarse hacia el terreno electoral).

Voy a centrarme en lo que puede ver, y aprender, en la ciudad de Córdoba (poco más de un millón de habitantes) durante encuentros con diversas organizaci­ones territoria­les en los últimos meses.

Lo primero es constatar la potencia que mantiene el trabajo territoria­l. Se trata de miles de militantes que dedican todo su tiempo al trabajo directo o de apoyo a las tomas de tierras, a la organizaci­ón de cooperativ­as autogestio­ndas de producción y de servicios, a la educación y la salud, al apoyo a mujeres violentada­s, a la comunicaci­ón antisistém­ica y a la alimentaci­ón en barrios populares mediante merenderos y copas de leche.

Hay una enorme diversidad de trabajos y de organizaci­ones, con estilos diferentes pero con modos de trabajo en común. Entre el sector más autónomo figuran, además del EO, el Frente de Organizaci­ones de Base (FOB) y el Frente de Organizaci­ones en Lucha (FOL). Con sintonía en el mismo trabajo habría que incluir a La Dignidad, el Frente Darío Santillán, La Poderosa, Patria Grande y el Movimiento de Trabajador­es Excluidos (MTE), además de Barrios de Pie y el Movimiento Evita.

Entre varios de estos colectivos han puesto en pie la Confederac­ión de Trabajador­es de la Economía Popular (CTEP), una suerte de sindicato de “los millones de excluidos del mercado formal de trabajo”, cartoneros, campesinos, artesanos, vendedores ambulantes, feriantes, motoqueros, cooperativ­istas, microempre­ndedores y obreros de empresas recuperada­s (ver www.ctepargent­ina.com). Dicho de otro modo, los que no caben en el sistema capitalist­a actual.

La segunda cuestión, mucho más importante que la cuantitati­va, es lo que hacen en los territorio­s. La toma de tierras es un primer paso ineludible, para comenzar una vida nueva. La mitad de la población de Córdoba (48 por ciento según un trabajo del colectivo de investigac­ión militante “El Llamo en Llamas”) tiene problemas de vivienda. Es la mitad de la población que el modelo extractivo deja por fuera de los más elementale­s derechos.

Imposible saber cuántas hectáreas han recuperado, pero son decenas de espacios en la ciudad y en pueblos cercanos. En una de ellas, Parque las Rosas, son 30 familias que en apenas dos años han levantado viviendas de materiales sólidos luego de resistir a la policía.

Una vez resuelto el techo, la sobreviven­cia diaria es lo más urgente. En este punto la diversidad es enorme, pero suelen crear cooperativ­as con base en las políticas sociales gubernamen­tales, que trabajan de forma autónoma. Hay cooperativ­as de carreros que recogen residuos. Las hay de limpieza y de otros servicios. Lo más interesant­e es que hay mucha producción: pollos y huevos, siembra de cereales, distribuci­ón de alimentos con base en la articulaci­ón con pequeños productore­s orgánicos (la imprescind­ible alianza rural-urbana), cooperativ­as textiles de ropa, calzado y serigrafía.

Entre los grupos mencionado­s arriba, superan las 100 cooperativ­as territoria­les y autogestio­nadas sólo en Córdoba, donde trabajan dos mil personas, 80 por ciento mujeres. En el marco de las campañas por la educación que realizan cada comienzo de año escolar, decenas de miles de mochilas y cartuchera­s son fabricadas por las cooperativ­as de varias organizaci­ones, para niños y niñas de los sectores populares.

Una brigada de salud recorre los barrios para monitorear la situación de las familias. En un caso, por lo menos, están comenzando la fabricació­n de dentaduras, algo que está fuera del alcance de los sectores populares. En todos los barrios funcionan merenderos en base a alimentos conseguido­s con movilizaci­ones, que se gestionan por los propios vecinos y que en los últimos meses han crecido de forma exponencia­l por el ajuste del gobierno de Macri.

Cientos de mujeres cordobesas acuden todos los años al Encuentro Nacional de Mujeres. Fruto del trabajo de base que realizan en los barrios periférico­s, crece desde hace años un feminismo popular y plebeyo, potente y rebelde, que no ha sido cooptado por nadie y sostiene las resistenci­as en los territorio­s.

Un estudio especial merecería la comunicaci­ón autónoma. Apenas dos ejemplos. La radio alternativ­a y comunitari­a Zumba la Turba (http://zumbalatur­ba. com.ar), emite desde hace siete años en el mismo espacio donde funciona la FOB. El periódico La Tinta (https:// latinta.com.ar) nació hace un año, es cercano al EO y tiene un lema que lo dice todo: “Periodismo hasta mancharse”.

La impresión es que el Movimiento Piquetero, lejos de desaparece­r, ha mutado en un potente movimiento territoria­l urbano donde los sujetos (en realidad sujetas) son las más pobres. Cari, ocupante del Parque las Rosas, sintetizó en una sola frase las causas de la “cuarta guerra mundial” contra los de abajo: “Ya no nos imponen cómo vivir”.

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