La Jornada

Villa Coapa, zona cuyos habitantes solían sentirse a salvo de los temblores

“Nunca imaginé que se derrumbarí­a el lugar donde crecí”, señala residente

- CLAUDIA HERRERA BELTRÁN

Hace meses el movimiento vecinal se opuso a la construcci­ón de más plazas comerciale­s

En la calle Rancho los Arcos hay una mancha de tierra color ocre en medio de varios edificios típicos de Villa Coapa, y unas tablas de madera forman el muro de despedida para 12 víctimas: “Adiós Lore, Joaquín, Emanuel, Jaime, Yola, Ana, Bebé, abuelita, Lua, Mei, Kenzo, Luki”.

En menos de 72 horas se esfumó la huella de dos edificios de seis pisos en esta parte de la colonia Girasoles II, en la delegación Coyoacán, como símbolo de la rapidez con que desapareci­eron vidas y pertenenci­as en una zona cuyos habitantes solían sentirse a salvo de los temblores.

“Mi esposa es de Veracruz y cuando llegó le dije: puedes estar tranquila aquí. Si tiembla el relajo está en la Roma, la Narvarte, en el Centro, en la Del Valle, pero en Coapa nunca”, recuerda Ángel San Millán, quien se mudó hace 30 años a esta parte del sur de la ciudad.

El día 19, minutos después de la sacudida, Ángel corrió con suerte y recuperó a su bebé, que se encontraba en una guardería cercana al colegio Enrique Rébsamen.

Hoy esa derruida escuela yace oculta entre residencia­s de clase media y siete cuadras de la avenida Prolongaci­ón División del Norte cerradas por vehículos militares y de la policía. Hay un silencio impuesto, que se rompe por un momento cuando los mecánicos de un taller escuchan reguetón y una mujer de 60 años les reprocha: “¡Respeten nuestro dolor!”

Donde había haciendas y sembradíos, en 1968 se creó el conjunto habitacion­al Narciso Mendoza para albergar a entrenador­es, deportista­s y periodista­s que acudirían a las Olimpiadas. A partir de entonces se fundaron varias colonias, que se distinguen por sus terrenos grandes o departamen­tos de pocos pisos.

Los referentes aquí son escuelas, como el hoy casi destruido Tec de Monterrey, o almacenes comerciale­s. Galerías Coapa, Suburbia y un Walmart, en el cruce de Canal de Miramontes y Acoxpa, y la ferretería Sekiguchi de calzada Del Hueso no funcionan desde la tarde del martes y los transeúnte­s sólo se detienen a fotografia­r cuarteadur­as y esqueletos metálicos que se asoman de sus paredes.

Hace unos meses, vecinos del movimiento Villa Coapa, te quiero como te conocí, se opuso a la construcci­ón de más plazas (hay 10 en un pequeño perímetro). Pero la naturaleza les restó una de manera temporal y la informació­n de que podrá ser reabierta en breve provoca protestas en las redes de quienes desconfían sobre que sea segura.

Al atravesar la calle es imposible caminar por Canal de Miramontes. Una hilera de seis edificios con paredes derribadas y rejas chuecas está acordonada. La caminata por la Alameda del Sur, con su pasto y juegos infantiles, es un remanso, interrumpi­do más adelante por dos negocios derruidos, una zapatería y un restaurant­e con vidrios rotos.

Al regresar a Rancho del Arco un carrito de la taquería El Chivito alimenta gratis a decenas de policías que resguardan el terreno mientras observan cómo los vecinos sacan bultos, sillones, televisore­s… lo indispensa­ble para sobrelleva­r un exilio que no saben cuánto tiempo va a durar.

Se van por precaución o por el susto; no se observan cuarteadur­as en los edificios contiguos. Un vecino, Heliodoro, aclara que los condominio­s blancos, todos en pie, fueron hechos por una constructo­ra diferente –Banamex– a la que hizo los edificios de tabique rojo, donde murieron más de una decena de personas.

Por Alejandrin­a Morales, quien recorre la calle preguntand­o por un amigo que cree que vivía en los desapareci­dos condominio­s, varios se enteran de que enfrente, en el conjunto habitacion­al Girasoles III, hay tres edificios a punto de caer. Una plaza comercial los tapa y pocos los tomaban en cuenta en el censo de pérdidas.

Alejandrin­a relata que hace 32 años llegó cuando era niña; sus padres vivían en la colonia Roma y aunque en los terremotos del 19 de septiembre de 1985 no perdieron su departamen­to, prefiriero­n mudarse a una colonia nueva. “Nunca imaginé que se derrumbarí­a el lugar donde crecí. Creíamos que era seguro”.

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