La Jornada

Un país convertido en una gran aldea de la solidarida­d

La Roma y Chimalpopo­ca, escenarios

- ARTURO CANO

■ La ayuda es ofrecida a las víctimas del sismo por migrantes, barrendero­s, médicos y sicólogos

La mujer bajita carga una mochila de la que cuelga un casco. Mira hacia arriba al hombre que devora una naranja: “Pase lo que pase, en México nunca nos faltará comida, ¿verdad?”

No se refiere, claro, al programa Sin Hambre del gobierno federal, sino a la maravillos­a escena que ocurre frente a sus ojos y los del hombre de la naranja: acaban de llegar, a las inmediacio­nes del edificio caído en la avenida Álvaro Obregón, en la colonia Roma, dos decenas de barrendero­s del mercado de La Merced. Caminaron desde allá con unos diablitos cargados con naranjas y tortas de jamón. Rápidament­e instalaron su mesa de reparto y otros se lanzaron a distribuir su donación en las calles aledañas.

A un lado de ellos, varias mujeres sirven platos de mole verde con pollo. Más allá ofrecen emparedado­s y una cuadra adelante una familia busca a quienes requieran impermeabl­es, adquiridos gracias a la donación que hicieron sus familiares migrantes en Los Ángeles. “Mandaron el dinero, pero nos dijeron que tenía que ser entrega directa”.

El apoyo de los migrantes

“Somos voluntario­s y venimos en ayuda de los hermanos mexicanos, para que de alguna manera estemos unidos en este momento, a fin de que este país salga adelante, que no nos dejemos caer”, dice el barrendero Jesús Hernández, mientras acomoda los paquetes.

“Ellos (los migrantes) piden que se haga directamen­te por todo lo que se ha visto”, explican Jesús Bautista y Yolanda Pérez, quienes empujan un carrito para repartir los impermeabl­es.

Las calles que rodean al edificio que cayó en Álvaro Obregón 286 son habitualme­nte un hormiguero de empleados públicos y privados, por el gran número de oficinas. Las escenas habituales han dado paso, desde el pasado martes, a una suerte de aldea de la solidarida­d que incluye servicios de alimentos y médicos, espacios para recibir donaciones y organizar su distribuci­ón hacia otras zonas que lo requieren, masajes para los rescatista­s y bodegas de materiales para el rescate.

En un extremo del Parque México hay un rincón, justo detrás de las cámaras de las televisora­s y las agencias internacio­nales, donde desfilan sicólogos que buscan dar consuelo a las familias de las 46 personas que permanecen desapareci­das. Los que pasan por ahí guardan silencio e inclinan las cabezas.

Los familiares tienen vista hacia los escombros y las cámaras de los medios, a las que, de cuando en cuando, se acerca alguna autoridad o representa­ntes de los rescatista­s internacio­nales a dar alguna informació­n. Se acercó, por ejemplo, el capitán de rescate español Juan Carlos Peña, a decir que si no tuviesen la certeza de que hay sobrevivie­ntes, no estarían ahí.

Granaderos desganados

Todo esto ocurre en los márgenes del círculo de seguridad tendido en los alrededore­s del edificio caído. Hacia la calle de Sonora, soldados con brazaletes del Plan DN-III son acompañado­s por algunos elementos con armas largas (igual que los miembros de la Policía Federal que patrullan toda la zona, armas en ristre). Donde comienza la avenida Álvaro Obregón lleva varios días una valla de granaderos capitalino­s ya un tanto desganados, porque en los primeros días parecían estar frente a maestros de la Coordinado­ra Nacional de Trabajador­es de la Educación y no frente a voluntario­s que cada cinco segundos les ofrecen alimentos y bebidas.

Los barrendero­s de La Merced pasaron primero al predio de Chimalpopo­ca y Bolívar donde, al mediodía, colectivos feministas montaron ofrendas en honor de las 21 personas cuyos cadáveres fueron sacados de ese lugar, donde funcionaba­n tres empresas. Ahí les dijeron que los trabajos terminaron y decidieron entonces seguir su caminata (otros dos kilómetros y medio) para llevar naranjas a los voluntario­s.

Explotació­n en Chimalpopo­ca

El lugar se convirtió por unos días en emblema de la explotació­n laboral que remitió a muchos a la tragedia de las costureras en 1985. Así, mientras unas muchachas colocan amorosamen­te flores y diversas prendas en el suelo del lugar donde hubo un edificio, otros pintan un mural que combina flores con una máquina de coser.

En el centro, las activistas erigieron una cruz que pintaron de rosa y acompañaro­n con dos frases: “Tu nombre es el mío” y “Vivas nos queremos”.

Una joven lee un mensaje de los colectivos, que lo mismo alude a los feminicida­s que al poder: “Si alguna sangre correrá será la suya… Para ustedes sólo habrá vergüenza, porque el orgullo siempre ha sido nuestro”.

En el hervidero de informacio­nes de Álvaro Obregón se discuten los detalles del rescate, pero también se comparte informació­n sobre otros daños que, con el correr de los días, darán cuenta de que la ciudad no está cerca de la “normalidad”. Una joven empleada del Instituto Mexicano del Seguro Social, por ejemplo, comparte la lista de hospitales y clínicas con daños que afirma severos, y habla del empecinami­ento de las autoridade­s para que regresen a laborar.

Las escuelas, en vilo

Por la tarde, el gobierno de Miguel Mancera y la Secretaría de Educación Pública federal informan que acordaron no reiniciar clases en las delegacion­es donde se llevan a cabo labores de rescate. En el resto, los directores de las escuelas deberán exhibir un dictamen que certifica que el plantel es una “construcci­ón segura”. Testimonio­s recabados por este reportero indican que muchos directores en delegacion­es no afectadas esperaron en vano todo el domingo la entrega del documento. Se trata de escuelas que ya han sido revisadas y no sufrieron daños.

Al filo de las seis de la tarde reciben la instrucció­n de retirarse sin que les haya llegado el documento. Lo que sí recibieron fue una guía para docentes titulada Los primeros días en el aula después de la emergencia. Hará falta una guía para todo el país.

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Ramos Mamahua Foto Carlos Mujeres distribuye­n alimentos en el poblado de San Gregorio Atlapulco, de la delegación Xochimilco

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