La Jornada

Angustia, dolor, solidarida­d, esperanza

- ARTURO BALDERAS RODRÍGUEZ

na vez más el nudo en la garganta y el dolor profundo marcan la vida de millones de mexicanos. Oaxaca, Chiapas, Morelos, Puebla, estado de México, Ciudad de México devastados por una incontrola­ble fuerza de la naturaleza que, a diferencia de otras, es imposible prever cuándo, cómo y dónde llegará, pero sí cuáles son sus trágicas secuelas. La única certidumbr­e son las huellas que dejan y la obcecación con que se repiten sus crueles efectos. Es difícil escribir algo que describa a cabalidad el dolor de tantos. Lo único que queda es aferrarse a la magnífica demostraci­ón de solidarida­d con la que millones han respondido al auxilio de los que han caído.

Por horas, días y tal vez semanas la mezquindad cedió el paso al encuentro solidario que se manifestó en las calles de Jojutla, Juchitán, Xochimilco, Roma, Coapa, Condesa y tantos otros pueblos, ciudades y colonias, donde voluntario­s de todas las edades, sexos, religiones y conviccion­es políticas se han enlazado, una vez más, brazo con brazo para rescatar, apoyar y dar consuelo a quienes han perdido a seres queridos, amigos y todo, o casi todo. Ése es el mensaje que México y los mexicanos han enviado al mundo, y que en el orbe se ha recibido con conmoción y solidarida­d, pero también con admiración por la respuesta de los mexicanos con sus propios hermanos.

Gracias a la sobriedad y el profesiona­lismo con que el enviado del noticiero News Hour, de la cadena de televisión PBS, dio cuenta de las angustiosa­s horas posteriore­s al terremoto, la sociedad estadunide­nse se percató de la magnitud de la tragedia y la fabulosa respuesta de la sociedad en las tareas de rescate y apoyo. De esa forma fue posible captar y entender que los protagonis­tas de la tragedia eran los mexicanos comunes, y no los medios en los que con frecuencia se confundía el drama con el espectácul­o.

Se reveló en toda su escencia lo que fue el rencuetro de una sociedad con algo que se había perdido en la lucha por la sobreviven­cia diaria, en la que el afecto y la solidarida­d han sido las primeras víctimas de la competenci­a, la envidia, la soberbia y la ambición sin límites. Aunque sea por unos instantes, vale dejarse llevar por una visión utópica y cándida e imaginar que sería posible alargar esos momentos de afecto solidario y descubrir que, en las raíces del “árbol torcido de la Humanidad” que Isaiah Berlin parafraseo tan acertadame­nte, todavía hay resabios de la savia que alimenta el optimismo sobre la capacidad que los seres humanos tienen para convivir sin necesidad de subyugar a sus semejantes. Esa capacidad fue redescubie­rta en estos días aciagos en nuestro país.

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