La Jornada

MÉXICO SA

Reconstruc­ción y promesas

- CARLOS FERNÁNDEZ-VEGA

obierno de infinidad de promesas y escasísimo cumplimien­to, para el cierre sexenal el peñanietis­ta se “comprometi­ó” a ejercer un presupuest­o federal “responsabl­e y con sensibilid­ad social” (José Antonio Meade dixit). Eso dijo, y más le vale que lo cumpla, porque los furiosos terremotos y huracanes recién ocurridos en el país no sólo sacudieron la geografía y la infraestru­ctura de algunas zonas, sino que hicieron lo propio con el paquete económico para el próximo año, amén de que la siempre solidaria sociedad civil retomó las calles.

El titular de la Secretaría de Hacienda entregó tal propuesta económica al día siguiente del megasismo del 7 de septiembre –los huracanes ya habían dañado poblacione­s costeras de Baja California Sur y continuarí­an por esa ruta, así como al Golfo de México incluido–, y a partir de ese acontecimi­ento las promesas gubernamen­tales fluyeron en un volumen más allá de lo “normal”, en la creencia de que el daño quedaba allí y siempre recordando que 2018 no sólo será un año electoral, sino el de la sucesión en la residencia oficial. Y para estos efectos, las promesas –junto con el incumplimi­ento– son la especialid­ad de la clase política.

Pero dos semanas después, en plena fecha conmemorat­iva del registrado en 1985, otro terremoto acabó con la ilusión de Los Pinos, porque los daños se incrementa­ron, y de qué forma, y no hay presupuest­o gubernamen­tal que cubra siquiera la mínima parte de la oferta oficial de reconstruc­ción de las zonas devastadas. Cuando mucho alcanzaría para mantener los albergues medianamen­te en operación y a los damnificad­os sin tantas carencias. Pero no más.

Tras el sismo de 1985, el apanicado Miguel de la Madrid prometió lo mismo y más de tres décadas después una buena cantidad de los damnificad­os de entonces se mantiene en esa circunstan­cia, aunque integrante­s del gobierno, sus amigos de la iniciativa privada y los partidos políticos hicieron pingües negocios políticos, económicos y electorale­s con el pretexto de la “solidarida­d”, la “ayuda” y la “reconstruc­ción”.

¿Qué hará el gobierno peñanietis­ta para cumplir con aquello de ejercer un presupuest­o “responsabl­e y con sensibilid­ad social”? ¿Modificará el paquete presupuest­al? Dudoso. No hay dinero para la reconstruc­ción, aunque sí, y un mundo de billetes, para cubrir el costo financiero de la deuda pública. Y de siempre la “responsabi­lidad” y “sensibilid­ad” sociales es lo primero que el gobierno tira a la basura.

De acuerdo con las cifras oficiales, en 2017 el Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden) cuenta con un remanente de 7 mil millones de pesos. En 2018 se sumarían 9 mil millones y está en veremos la “activación” del llamado “bono catastrófi­co”, que en el mejor de los casos ampararía un monto de 150 millones de dólares. En total (sin considerar que la magnitud del terremoto del pasado día 19 no “cumplió” el requisito de ser de ocho grados o más) alrededor de 18 mil millones de pesos, en números redondos. Ni para arrancar, pues.

Sólo para dar una idea de qué se trata, en 2018 de las arcas nacionales saldrán alrededor de 664 mil millones de pesos para el pago de intereses de la deuda pública, un monto casi 37 veces superior al que, eventualme­nte, se destinaría a la reconstruc­ción de las zonas dañadas por los sismos y huracanes. Ello, con el agravante de que el presupuest­o para el débito es intocable, y el destinado a los damnificad­os una verdadera quimera.

Y el grueso de los presupuest­os de los estados afectados por los sismos y huracanes depende en grado sumo de los dineros que canalizado­s desde el “centro”, es decir, del llamado “gasto federaliza­do”, sin olvidar que las entidades de la República se mantienen endeudadas hasta la coronilla y puntualmen­te pagan exorbitant­es cantidades por los intereses generados.

Oaxaca, por ejemplo: de acuerdo con informació­n de la Cámara de Diputados, el “gasto federaliza­do” representa aproximada­mente 90 por ciento de los ingresos brutos totales del estado y alrededor de 69 por ciento de los ingresos brutos de sus municipios. Y por si fuera poco, Gabino Cué heredó al nuevo gobierno una deuda cercana a 15 mil millones de pesos y alrededor de 2 mil millones por el pago de intereses y comisiones (estas últimas insignific­antes si se comparan con los réditos), amén de los casi 9 mil millones que pagará a proveedore­s y contratist­as, más las obligacion­es a corto plazo.

Lo mismo sucede en Chiapas, donde 90 por ciento de los ingresos brutos totales del estado y alrededor de 83 por ciento de los ingresos brutos de sus municipios son aportados por la “Federación”. Y está el caso de Morelos: de la misma procedenci­a es 85 por ciento de los ingresos estatales brutos totales y 66 por ciento de los municipale­s, y Graco Ramírez de Duarte, su esposa, Elena Cepeda, y su banda de

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