En memoria de los fallecidos en 1968
Ninguna de estas tímidas exigencias de los jóvenes y universitarios fue aceptada por el gobierno, presidido por un hombre lleno del orgullo de la autoridad, sin conocer la verdadera razón de la autoridad: la respetabilidad, la confianza y el reconocimiento equilibrado; el movimiento estudiantil y popular se encontró, en cambio, con un burócrata hecho y derecho, y con una mente obtusa alejada, hasta las antípodas, con los más elementales principios del sentido común. Así pasaron los días, en tanto se intensificaban las manifestaciones públicas, cada vez más numerosas, de los jóvenes de varias capitales de la República, y de otros jóvenes de la sociedad civil, hasta que el 2 de octubre de 1968 la misma Presidencia de la República, en complicidad abierta con el Estado Mayor Presidencial, urdió la matanza de Tlatelolco, con el resultado de varios cientos de asesinados a tiros y miles de jóvenes detenidos en Tlatelolco y en toda la Ciudad de México.
Observando a cierta distancia aquellos acontecimientos, podemos concluir que, en el fondo de la protesta estudiantil y popular, anidaba rotundamente una exigencia y aspiración muy extendida: la democratización del país, negada rotundamente, hasta el crimen, por las autoridades de entonces, encabezadas por ese desequilibrado que llegó a ser presidente de la República: Gustavo Díaz Ordaz.
Así, justo es decirlo, los resultados específicos del esfuerzo estudiantil-popular de 1968 son muy relativos y, a mi modo de ver, no comparables con la enorme movilización que se llevó a cabo, podríamos