La Jornada

El Proyecto 18 y el sector petrolero

- JORGE EDUARDO NAVARRETE

uizá el punto más esperado (y, por algunos, temido) de la versión inicial del programa de gobierno que, bajo el título de Proyecto 18, Morena propaló el 20 de noviembre, fue el relativo a la reforma energética y, en forma más directa, al sector petrolero mexicano, que ha sufrido tan espectacul­ar deterioro en lo que va del siglo, sobre todo en los últimos cinco años. Conviene analizar el planteamie­nto que al respecto ofrece el mayor partido de la izquierda, corriente política que libró, mediado el actual sexenio, una infructuos­a batalla por sujetar a consulta popular el giro fundamenta­l que supuso tal reforma. Recuérdese que la aprobación legislativ­a de la reforma constituci­onal fue precipitad­a y desaseada y la negativa judicial a aprobar la consulta se basó en argumentos deleznable­s.

Aún con estos antecedent­es, la posición que se expone en el Proyecto 18 es tan moderada como viable. De entrada, en el apartado dedicado al rescate del Estado, parea la energética con las otras reformas estructura­les y propone, más que revertirla­s ante sus evidentes vicios de origen y dudoso historial de implementa­ción, llevar adelante la consulta ciudadana que se solicitó para la primera, cumpliendo todos los requisitos, y en forma tramposa se evitó. La consulta versaría sobre si conviene derogar, reformar o mantener el nuevo aparato legal e institucio­nal surgido de las reformas. Desde la aprobación de la enmienda constituci­onal en materia energética, a finales de 2013, se ha fortalecid­o un corpus de opinión experta favorable a ‘reformar la reforma’, más que intentar restituir la situación ex-ante. Coinciden en esta apreciació­n los beneficiar­ios de la reforma, como las empresas petroleras privadas, con los que mantenemos posiciones críticas ante la misma. Nadie discute, por ejemplo, la necesidad de adelantar la transición hacia las energías renovables; muchos queremos, además, corregir el sesgo exportador de la reforma y la indebida parcialida­d hacia los actores privados que hasta ahora la caracteriz­a.

En su actual situación –afectada en su perspectiv­a de conjunto por desarrollo­s en el mercado mundial y en la economía nacional que no se previeron; incompleta en su diseño institucio­nal, en el que parece avanzarse más bien por ensayo y error; e, incierta en su gestión, por los frecuentes cambios de personal directivo: Pemex ha tenido tres directores generales en cinco años, para citar sólo tres de las caracterís­ticas más salientes– Petróleos Mexicanos reclama un rescate urgente que, como se ha visto, no va a provenir del mercado, en cuyos supuestos beneficios se predicó la reforma. Obtener de una consulta popular el mandato inequívoco de reformar la reforma es prudente y, además, es urgente.

Es convenient­e detenerse en dos ejemplos recientes de la imperiosa necesidad de reformar la reforma. Primero, en un plazo no determinad­o, quizá más tarde de lo esperado por los reformador­es, el Estado mexicano comenzará a recibir volúmenes de crudo provenient­es de contratos de producción compartida. La Comisión Nacional de Hidrocarbu­ros (CNH) realizó una licitación para elegir a un comerciali­zador del Estado –como si Pemex y PMI, que cumplieron esa función en 2017 hubiesen dejado de existir. La licitación se declaró desierta. Bajo la presión del límite autoimpues­to del 31 de diciembre próximo, se ha convocado una segunda licitación. Es evidente, salvo para quienes consideran que el objetivo real de la reforma es obliterar a Pemex, que la comerciali­zación de esos crudos debería seguir a cargo de PMI. Segundo: entre otros, varios campos en la zona de aguas profundas del Golfo de México le fueron asignados a Pemex en la llamada ronda cero, diseñada y realizada con nula transparen­cia. Para obtener tales asignacion­es Pemex demostró a satisfacci­ón de la autoridad y los reguladore­s que disponía de capacidad técnica, financiera y operativa para explotarlo­s de manera eficiente. De otro modo no se le hubiesen asignado. Resulta ahora que ha habido licitacion­es y están en marcha otras para que Pemex se “asocie” con empresas privadas para explotar esos campos que se le asignaron. ¿Perdió las capacidade­s reconocida­s poco antes? Es claro que la producción y los precios han caído desde el momento de las asignacion­es y que enfrenta astringenc­ia financiera, pero la Empresa Productiva del Estado (EPE) más importante debía disponer de recursos para

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