El Proyecto 18 y la política exterior
l encabezado elegido para los planteamientos referidos a política exterior del Proyecto 18 –la versión inicial de programa de gobierno de Morena, abierta a análisis, adiciones y enmiendas desde el 20 de noviembre– procuró potenciar la importancia que corresponde a un capítulo por lo general relegado en este tipo de documentos. El título Política exterior multilateral destaca la prioridad que esa particular esfera de la actividad internacional de México reclama en el sexenio que viene… y más allá. Al menos en dos vertientes:
Por una parte, es preciso abandonar un enfoque, prevaleciente en lo que va del siglo, que concentra la acción multilateral en acoger reuniones más o menos espectaculares –de preferencia “en la cumbre”, es decir, de jefes de Estado o de gobierno– sin atender en realidad a la sustancia de deliberaciones y resultados. Un ejemplo notorio fue la cumbre del G-20 en Los Cabos a mediados de 2012, adelantada un semestre para permitir organizarla a un gobierno que fenecía, sin parar mientes en los costos, económico y político.
Por otra, hay que restituir el equilibrio respecto del sobredimensionamiento concedido, en ese periodo y aún antes, a las relaciones bilaterales dominantes –expresión ésta que, en sentido estricto, debería escribirse en singular y referirse a Estados Unidos. Se reconoce en el documento, como es natural, la ponderación que le corresponde y se propone inscribirla “en un marco de responsabilidad y prudencia... con miras a lograr una política de buena vecindad”. Es deliberada, por cierto, la referencia explícita al periodo entre mediados de los treinta y de los cuarenta del siglo XX en que rigió una política hemisférica así llamada, a cargo de gobiernos como los de Getúlio Vargas, Franklin D. Roosevelt y Lázaro Cárdenas.
Se afirma de entrada la “necesaria coherencia entre política interna y externa… Un modelo de desarrollo nacional diferente deberá corresponderse con un actuar internacional también diferente”. Se enumeran las prioridades internas para las que habría que habría que buscar correlato y apoyo en el exterior: lucha contra la corrupción, combate a la pobreza y la desigualdad, imperio del derecho, apoyo a la educación y la salud, así como a la ciencia y la tecnología. Aunque la enumeración no es exhaustiva, sí apunta hacia organismos internacionales, sobre todo en el sistema de las Naciones Unidas.
La prioridad multilateral no sólo responde a lo que muchos consideran es la actual crisis del multilateralismo, sino que la trasciende y ve más allá. Advierte, sin embargo, que ahora se asiste al ocaso –o, cuando menos, a un mal momento– del multilateralismo en las relaciones internacionales. Éste coincide, además, con coyunturas diversas en que se acumulan los reclamos globales, relativos a asuntos que no pueden ser gestionados con éxito por naciones aisladas, sin importar su poderío específico, o por alianzas ad-hoc, como las que con tan desastrosos resultados se erigieron alrededor de Irak. La erosión del multilateralismo se ha manifestado por largo tiempo, pero es evidente que la ha exacerbado la irrupción de Trump.
Su ofensiva contra la cooperación multilateral se ha vuelto asunto de todos los días. Más allá de los agravios iniciales –contra el sistema multilateral de comercio institucionalizado en la OMC, algunos acuerdos regionales o subregionales, como el NAFTA, y la denuncia de empeños colectivos, como el realizado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania sobre el programa nuclear iraní– en unas cuantas semanas, la administración Trump ha sumado varios otros. Por ejemplo, el 2 de diciembre, la representante permanente de EU en Naciones Unidas anunció que su país abandonaba la negociación en curso de un Pacto Global sobre Migración, el más promisorio de los esfuerzos universales para enfrentar el tema más acuciante de la agenda social global, ahora y en el resto del siglo. Al anunciar el retiro, la embajadora Haley alegó que la iniciativa era incompatible con la política de Trump en materia migratoria, cuestión que “sólo compete a los estadunidenses”. Se permitió, además, reclamar un supuesto ‘liderazgo moral’ de su país, ahora