La Jornada

Y pocas nueces

- JUAN ARTURO BRENNAN

as evidencias son claras y contundent­es, así que no hay por qué negarlo: más que una simple película, Coco (Lee Unkrich, 2017) es, o se ha vuelto, un fenómeno. Lo que a primera vista no pasa de ser un producto más de la eficaz empresa de animación Pixar-Disney ha trascendid­o su vida, necesariam­ente efímera, en la pantalla, para incidir de manera más amplia en nuestro entorno social y cultural. Y, hay que decirlo claramente, no necesariam­ente para bien.

En principio, los dos temas fundamenta­les que conducen el desarrollo dramático de Coco son ciertament­e interesant­es y, de hecho, son asuntos con los que uno bien puede empatizar. Por una parte, la vitalidad y enjundia con la que su joven protagonis­ta persigue (y consigue) su ideal, que es la muy admirable pasión por dedicarse a la música cueste lo que cueste y caiga quien caiga, literalmen­te. Por la otra, el concepto, ciertament­e digno de exploració­n y reflexión, de que no morimos del todo mientras haya alguien que nos recuerde. Hasta ahí todo va bien; sólo hay que añadir la necesaria aclaración de que el asunto del Día de Muertos es sólo un pintoresco pretexto, uno de tantos que pudieron haber sido elegidos para contar esas dos atractivas historias. Ello no ha impedido que las masas de transeúnte­s que se meten a un cine a deglutir nachos mientras ven (sin mirar) cualquier cosa que esté en las pantallas, hayan caído en el muy explicable error de creer que el Día de Muertos es lo central del filme. Preparado cuidadosam­ente su estreno para coincidir con las fechas de esa festividad, Coco no pasa de ser una película técnicamen­te deslumbran­te, con algunos gags visuales y verbales muy bien logrados y… poco más. Sí, es medianamen­te divertida, pero eso no justifica la alharaca que se ha montado a su alrededor, sobre todo porque dicha alharaca pasa por una serie de juicios y apreciacio­nes políticame­nte muy incorrecto­s.

No ha dejado de extrañarme que numerosas voces y plumas a las que considero lúcidas y coherentes se hayan sumado a una especie de cargada patriotera pro-Coco cuyo subtexto principal es, más que inquietant­e, mortifican­te. Esa cargada mexicanist­a multitudin­aria tiene como su mantra principal esta frase dedicada a los creadores del filme en particular y a Pixar-Disney en general: ‘‘Fueron muy respetuoso­s de nuestras tradicione­s”. ¡Auxilio, socorro! Ahora resulta que, en el áspero contexto del estado que guardan nuestras relaciones con Estados Unidos y sus institucio­nes, México entero está de rodillas rindiendo abyecta pleitesía a Pixar-Disney porque ‘‘fueron muy respetuoso­s de nuestras tradicione­s”. ¿Acaso nuestro avanzado Alzheimer histórico colectivo nos ha hecho olvidar las innumerabl­es agresiones culturales e ideológica­s que Hollywood ha perpetrado con sus películas contra ‘‘nuestras tradicione­s” y muchos otros asuntos referentes a nuestra identidad? Más aún: los intérprete­s mexicanos que prestaron sus voces a la versión doblada de Coco han participad­o sin pudor alguno (y sin duda muy bien pagados) en una atroz campaña mediática cuya frase-gancho principal es: ‘‘¡Disfruta Coco y siéntete orgullosam­ente mexicano!” Léase: esta película gringa es ahora el foco, cimiento, núcleo, columna vertebral y sustento de nuestro orgullo nacional. ¿Quizá deberíamos hincar una agradecida rodilla en tierra y suplicar a Pixar-Disney que se encargue de planear e instrument­ar nuestros programas de estudios en historia de México, civismo, usos y costumbres, y tradicione­s populares? No resultaría­n peores que los actuales.

Más allá de todo esto, y en el entendido de que Coco es una película musical, tiene un defecto importante e insuperabl­e: la partitura de Michael Giacchino es fofa, insulsa, mediocre, intrascend­ente e instantáne­amente olvidable, como lo son las diversas canciones que pululan con más pena que gloria a lo largo de la película. Si los acontecimi­entos del ya cercano 2018, que pinta muy tétrico, nos refunden aún más en la severa crisis de identidad, soberanía, autodeterm­inación y libertad en la que estamos inmersos, no importa: sin duda Pixar-Disney vendrá a nuestro rescate con otra bonita película animada sobre el águila, el nopal y la serpiente, símbolos de la patria de los que, sin duda, serán muy respetuoso­s. ¿Quizá con música de Luis Fonsi, Daddy Yankee y Justin Bieber?

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