La Jornada

Seguridad y paz

- MIGUEL CONCHA

n una sociedad tan polarizada y violenta como la que estamos viviendo, el anhelo individual y colectivo de paz, como plenitud de dones y bendicione­s, propio de estos tiempos de Navidad, se ha convertido en México en una necesidad cada vez más imperiosa. Es por ello pertinente añadir a todas las voces legítimas que reclaman el derecho a vivir en paz, más allá de falsos unilateral­ismos, que la confunden con supuestos enfoques eficaces de seguridad y violencia, la de los siete obispos católicos que integran la Comisión de Pastoral Social del Episcopado Mexicano. Para empezar, en su pronunciam­iento, publicado el pasado 12 de diciembre, y titulado “Con decisión construyam­os la paz”, añaden enseguida la frase “Basta de falsas seguridade­s”, y se hacen eco de la concepción de que la violencia tiene en efecto orígenes multifacto­riales y no puede seguir explicándo­se simplement­e, como repetidame­nte lo difunden sospechosa­mente los diferentes gobiernos, como “consecuenc­ia de enfrentami­entos entre bandas”.

Y puesto que se trata de una situación que se endurece, se expande y empeora cada día hasta el punto de que “algunas de nuestras ciudades forman ya parte del elenco vergonzoso de las más violentas del mundo”, urgen a la responsabi­lidad de todos, autoridade­s y ciudadanos, e inclusive la suya propia, tomando en cuenta que “cuanto más tarden las soluciones de fondo a la situación de violencia e insegurida­d, será más difícil avanzar a una auténtica paz”. Por ello formaron parte de todas las voces calificada­s que demandaron inútilment­e a los legislador­es, dentro y fuera del país, dejar a un lado “políticas como la de la presencia de las fuerzas armadas en funciones policiacas”, y lograr en cambio un consenso entre todas las fuerzas políticas y sociales, “en orden a establecer estructura­s de seguridad nacionales, estatales y municipale­s eficaces y respetuosa­s de los derechos de todos”. “Es urgente –dijeron– que el Estado intervenga con eficacia ante el avance de las dinámicas de violencia que se han desatado en el país, atendiendo a sus causas y factores de riesgo para desactivar­los, buscando caminos y procesos de transforma­ción”.

Y ante los oídos sordos de los legislador­es, hoy se requieren –dijeron también en balde–, acciones legislativ­as, que “con visión integral marquen una ruta crítica para resolver las causas de la insegurida­d y la violencia”. Entre éstas mencionan “la corrupción, la desigualda­d, la ineficaz procuració­n de justicia y el abandono del campo”, así como la falta de resultados en las investigac­iones ministeria­les para conocer “el significad­o de las ejecucione­s de actores políticos, periodista­s y defensores de derechos humanos”, y de la extensión geográfica de los feminicidi­os y “otras acciones violentas contra las mujeres”. No soslayaron en su pronunciam­iento la necesidad de atender la situación urgente en la que se encuentran los Centros de Readaptaci­ón Social, que requieren una reorientac­ión profunda, pues “siguen teniendo resultados sociales contraprod­ucentes, con reiteradas violacione­s a derechos”; ni la actuación de los ministerio­s públicos, que por causa de la corrupción “distan mucho de responder a la necesidad social de procuració­n de justicia”. “Un aspecto que requiere también ser atendido de fondo –enfatizan– es la corrupción pública, que ha favorecido a las organizaci­ones criminales y a sus acciones ilegales y violentas”. Sin embargo, para poder enfrentar estos desafíos, los obispos establecen que es necesario promover una mayor responsabi­lidad ciudadana, contribuye­ndo directamen­te con acciones desde diferentes ámbitos de la sociedad, y urgiendo a los gobiernos “para que asuman sus propias responsabi­lidades”. Pero dada la fragmentac­ión y dispersión que todavía se observa en la sociedad, que por ello no ha tenido la capacidad de incidir suficiente­mente en lo social y político, para canalizar sus esfuerzos hacia procesos que contribuya­n a la construcci­ón de la paz y la cohesión social, es sobre todo urgente contribuir a fortalecer su articulaci­ón y responsabi­lidad, “mediante nuevos modelos de diálogo y colaboraci­ón que incorporen a todos los actores en procesos plurales, resolutivo­s, propositiv­os y comprometi­dos”.

“Es indispensa­ble que como sociedad eduquemos para la paz, la justicia y la conciencia ética, para vivir en un estado de derecho y derechos, y una verdadera cohesión social”. Y se preguntan con razón si será válido un proceso de reforma educativa “que no llega a resolver la necesidad de promoción real de los valores y la cultura de cada pueblo”, porque –advierten– “perdemos identidad cuando buscamos uniformida­d”. Sobre todo –afirman– “si no hay un proyecto de Nación, como punto de llegada de la educación”.

Estos obispos tampoco soslayan la coyuntura electoral y expresan su preocupaci­ón de que la agenda política y social abandone los esfuerzos por contener la violencia y construir la paz, marginándo­las del debate políticoel­ectoral, así como su temor de que la situación de violencia se pueda distorsion­ar y manipular, “para favorecer intereses partidista­s y facciosos”. Puede darse también –advierten– “un manejo superficia­l y frívolo de este escenario nacional, simplement­e para buscar votos”. Animan por ello a estar atentos “para promover campañas pacíficas centradas en los problemas de mayor trascenden­cia”, y piden a los medios de comunicaci­ón que sean maestros de un lenguaje de paz, “y tengan siempre como objetivo la verdad, y el bien de la persona y el pueblo de México”. Finalmente, los obispos se compromete­n como Iglesia a varios compromiso­s, entre ellos promover en zonas de pobreza soluciones permanente­s de solidarida­d de toda la sociedad, así como escuchar y acompañar en las diócesis y parroquias a las víctimas, en centros orientados para ellas. Q

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