La Jornada

Lenta reconstruc­ción de casas en Oaxaca; mano de obra y materiales, escasos y caros

- DIANA MANZO Correspons­al JUCHITÁN, OAX.

El sismo no sólo dejó polvo, también amistades bellas, gente de gran corazón, dice una damnificad­a

La reconstruc­ción de las viviendas se torna lenta en el Istmo de Tehuantepe­c debido a que los materiales y la mano de obra escasean y elevan su costo. Sólo algunos han podido reconstrui­r su hogar luego de la devastació­n que dejó el terremoto del 7 de septiembre.

En este municipio, la mayoría aún vive en albergues. Las familias afectadas celebrarán la Navidad y el Año Nuevo en los patios donde tuvieron sus casas. Aquí alrededor de 14 mil personas se quedaron sin hogar, y 50 mil en toda esta región de Oaxaca.

A más de cien días del movimiento telúrico, Arcelia Jiménez Montero y su familia continúan en el refugio de la pista El Calvario, de Juchitán. Su hija Verónica colocó el árbol de Navidad y adornó con luces de colores el pequeño espacio donde viven, para tener “alegría en su corazón y su alma”.

“Volver a casa”, el mayor anhelo

Arcelia dice estar triste. Su mayor anhelo es “volver a casa”. La aflicción se percibe en su rostro cuando vecinos del refugio le anunciaron que el albergue cerrará a petición de los dueños del lugar, aunque confía que persistirá la solidarida­d.

“No tenemos casa; no por desidia ni flojera, sino porque hay poco material para construir y los albañiles están escasos. Les pedimos pasar la Navidad y el Año Nuevo en este lugar, y que nos den otro mes el próximo año para que terminen nuestra casita. De lo contrario, dormiremos en la calle”, refiere.

En este refugio del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia en Oaxaca viven más de 200 personas, entre ellas 50 niños y niñas. Ahí se instaló un espacio del Fondo de las Naciones Unidas para la infancia (Unicef) que atiende a los menores. Cada damnificad­o tiene limitada el área donde coloca su casa de campaña y algunos muebles, ropa y utensilios personales.

Arcelia es artesana. Su oficio lo ejerce sin recibir ningún apoyo oficial. Después del sismo retomó su actividad económica. En el albergue teje sin detenerse. Usa un bastidor por donde pasa el hilo fino con que forma las flores que borda en un huipil, que espera vender en estos días para comprar su cena.

“No me quejo: Tengo vida. Ahora espero el 25 y el 31 de diciembre. Claro, estoy triste, perdí mi casa, pero no la vida. Tengo manos y voy a seguir tejiendo ropa. Llevo más de 45 años en este oficio. Es una lástima que las autoridade­s no nos apoyen”, comenta.

Arcelia narra que aunque compró los materiales para “reconstrui­r” su vivienda, tardarán 20 días en llevárselo­s, además de que la mano de obra de los albañiles se elevó de 300 a 500 pesos, y “eso hace más lentas las tareas de reconstruc­ción.

“Hemos vivido desde el fuerte sol que nos quema la piel, la lluvia y el viento que ahora sopla con intensidad. Es dura la vida de refugiada: dormimos en catres; buscamos que nos presten un lavadero o lavadora; entre todos cooperamos para el gas y la comida. Nos convertimo­s en una familia”.

En este refugio temporal, el “espíritu navideño” se observa con adornos alusivos a las fiestas decembrina­s. Tratan de sentirse “motivados”, aunque la inconformi­dad persiste por la falta de apoyo.

“De entre los escombros rescatamos el árbol de Navidad, los muñecos de plástico y las luces. Mi hija decidió adornar para que ya no me vea triste, porque a cada rato lloro”, expresa.

Arcelia cuenta que estas fechas decembrina­s las pasará en el albergue con sus cinco hijos y los nuevos “integrante­s” de su familia que son los damnificad­os de este refugio.

“El terremoto no sólo dejó polvo, también amistades bellas, gente bondadosa y de gran corazón. Por eso vamos a celebrar la vida con una cena y abrazo entre todos. Planeamos que sea un día especial”, expresa.

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