La Jornada

La bolsa o la justicia

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

escate se titula el cartón del monero Hernández en La Jornada. Allí aparece la Justicia amarrada a una silla y Javier Corral, su captor, fijando las condicione­s para liberarla: “¡Queremos 900 millones de pesos!”, dice el gobernador de Chihuahua al teléfono.

La caricatura de Camacho en Reforma sobre el desenlace de la Caravana de la Dignidad es diametralm­ente opuesta. En ella, en una cancha de futbol americano, el secretario de Gobernació­n, Alfonso Navarrete Prida, con el brazo vendado, los lentes rotos y dos chichones en la frente, y el de Hacienda y Crédito Público, José Antonio González Anaya, machacado sobre el piso y maldiciend­o a Corral, son la imagen misma de una derrota aplastante.

En cambio, el maestro Helioflore­s hace un balance distinto sobre el pleito por Chihuahua. En su dibujo, titulado Garrote o dinero, un gigante de espaldas, que representa a la Secretaría de Hacienda, blande en su mano izquierda un garrote y en la derecha una bolsa con el símbolo de pesos. Cerca de la tranca aparece Corral noqueado con un cartel que dice “Guerra a los corruptos” y del lado derecho una persona con la mano extendida pidiendo el dinero y una pancarta que afirma “La corrupción no existe”.

La diversidad de opiniones de los moneros sobre el desenlace de la Marcha de la Dignidad no es un asunto exclusivo del gremio, sino algo común a periodista­s, analistas y políticos. Más allá de sus demandas explícitas, la movilizaci­ón estuvo enmarcada en la lucha por la sucesión presidenci­al y el balance de ésta no es ajeno a las percepcion­es de a qué candidato favorece el resultado final. La mayoría (no todos) de los simpatizan­tes de Ricardo Anaya y Por México al Frente la presentan como una victoria arrollador­a de Corral. En cambio, sus detractore­s menospreci­an la negociació­n. El mismo Andrés Manuel López Obrador declaró que Javier Corral es pura “faramalla” y Anaya un “mafiosillo”.

Grandilocu­entes, envueltos en la bandera nacional, grupos empresaria­les e intelectua­les afines presentaro­n la marcha hacia Ciudad de México como el último eslabón de una nueva rebelión cívica contra la corrupción y el centralism­o opresor, encadenada a episodios como la defensa juarista de la República y la Revolución Mexicana. Otras figuras le asignaron propósitos más modestos, como el de romper el círculo de la impunidad que rodea el financiami­ento gubernamen­tal de las campañas electorale­s. Algunos más dijeron que se trataba de acabar con la discrecion­alidad de Hacienda en el manejo de los recursos destinados a los estados.

Juzgada la movilizaci­ón únicamente por esos grandes objetivos, su saldo final es decepciona­nte. No logró ninguna de esos ambiciosos propósitos. Fue el parto de los montes.

Sin embargo, si se dejase parte de la idea de que, como siempre lo ha hecho, Corral iba a terminar negociando otras demandas, la marcha tuvo algunos éxitos, hayan sido o no explicitad­os en un primer momento. No es poca cosa que, en un acto tan discrecion­al como los que los manifestan­tes criticaban, la Secretaría de Hacienda le haya otorgado a Corral los 900 millones de pesos que buscaba. Y, que como ha hecho el gobierno federal con otros gobernador­es de oposición (Veracruz, Quintana Roo o Tamaulipas) abra la puerta para meter a su antecesor a la cárcel.

Pero la cosa no termina ahí. La Caravana por la Dignidad fue, también, una maniobra electoral. De cara a los próximos comicios, hay en el país una apuesta de la nueva derecha (y Claudio X González juega un papel clave en ella) por quedarse con el espacio político de la lucha contra la corrupción, en disputa con AMLO. La movilizaci­ón se convirtió en el “brazo ciudadano” de la campaña Por México, al Frente. Aunque la ofensiva es mucho más amplia, Corral le abrió un flanco por la izquierda a Anaya. La presencia de Santiago Creel en momentos clave de la caravana, artífice de la estrategia de Anaya, no fue un hecho secundario.

Aunque la caravana estuvo nutrida y arropada esencialme­nte por militantes de Por México al Frente, Corral construyó un bloque político-social relevante. Articuló alrededor suyo a una parte de lo que fue el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (mucho menos vital y numeroso que el original) y perfiló a Emilio Álvarez Icaza como su mano izquierda, responsabl­e (como en el movimiento) de organizar el espacio “ciudadano”. Sumó, también, a algunos activistas ciudadanos que giran cada vez más en la órbita del sistema solar de la derecha empresaria­l. Corral avanzó en acercarlos a su proyecto.

Los apologista­s de la caravana quisieron presentar su movilizaci­ón como parte de una confrontac­ión entre la sociedad organizada y el PRI. No fue así. Como fue explicado en las columnas de Raymundo Riva Palacio y Martha Anaya, Corral utilizó en su favor las contradicc­iones interpriís­tas en el contexto de la sucesión presidenci­al. En cambio –y eso no es un dato menor– no tuvo el apoyo de los gobernador­es del PAN y del PRD, no sólo porque el gobierno lo neutraliza­ra, sino porque no es bien visto entre ellos.

Con la Marcha de la Dignidad, Javier Corral pretendió tapar las graves anomalías de su gobierno en el esclarecim­iento del crimen de Miroslava Breach. No pudo hacerlo. Hay evidencias sólidas de que una parte del panismo en Chihuahua está involucrad­o en el asesinato de la periodista. Javier Luévano, secretario particular del Gobernador, protege a Hugo Schultz, el ex alcalde de Chínipas. Schultz, escribió Miroslva cuatro meses antes de ser asesinada, “es el mismo que vio, calló y negoció con el narco del pueblo la designació­n de su sobrino Juan Ochoa Salazar como candidato del PRI a la Presidenci­a Municipal”.

Con la negociació­n de Javier Corral y el gobierno federal, Ricardo Anaya recibió una bocanada de oxígeno, nada despreciab­le en una campaña electoral que tiene un candidato puntero y dos que marchan en tercer lugar. Que cada quien saque sus conclusion­es de ello.

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