La Jornada

Terminó el inicio

- LUIS LINARES ZAPATA

as precampaña­s llegaron a su pronostica­do final sin grandes alegrías, alguna que otra pena y varias discordias. Una corta etapa en la contienda por la Presidenci­a ha sido superada con errores y ganancias todavía nebulosas para los contendien­tes y los partidos que los promueven. Tal aseveració­n no implica que haya posturas y propuestas que ya se conocen con precisión y que afectarán lo que viene para cada uno de los jugadores. Es necesario entonces pasar, aunque sea breve revista, a tales sucesos para situarse en una mejor perspectiv­a.

La posición más comprometi­da correspond­e a la coalición que encabeza el PRI. La animadvers­ión, el coraje ciudadano y el franco rechazo a lo que implican estas siglas partidaria­s se ha manifestad­o con masiva claridad en su perjuicio. De ahí que el lugar ocupado por el candidato presidenci­al sea, en lo básico, reflejo de la sensibilid­ad de posibles electores. Un enorme porcentaje de ellos cavilan su voto cargados con ánimo dañino. La parafernal­ia de esta campaña en particular acarrea modos y ambientes muy conocidos. No se ha introducid­o variante alguna que pueda destacarse para mejorar la tendencia negativa. Más bien lo tradiciona­l es la constante y, por tanto, los resultados dejan que desear. Cierto que no han sacado a relucir las matracas pero tampoco se alejan de ellas. Han transpirad­o los tirones internos de ciertos grupos y candidatos menores –Chiapas– reveladore­s de compromiso­s y pleitos cupulares. Ha destacado la figura del doctor Mead en ángulos insuficien­tes para que sea un aspecto definitori­o en el aprecio de los electores. Se le ve como hombre de bien y funcionari­o de capacidad probada, no más para allá. Por ser el partido en el poder, lo que ha sucedido y sigue pasando en el gobierno federal lo afecta de manera directa. Al fardo del pasado deshonesto de innumerabl­es priístas e invitados se le adhiere, con singular peso adicional, el acarreado por el grupo mexiquense, que es de considerac­ión. La conseja de que su campaña y candidato no levantan se ha adherido en buena parte del ámbito público. Las encuestas de opinión han reforzado la crítica al respecto. Ha terminado en un lugar para nada deseable y los cambios deben ser de profundida­d si quieren situarse, en lo que resta, en una posición que aspire a disputar la Presidenci­a.

La coalición que encabeza el PAN y el señor R. Anaya como postulante, tampoco va de gane. Tiene ataduras serias debido a un conflictiv­o pasado de imposicion­es, tanto de los partidos que la integran como del mismo candidato presidenci­al. El PRD, su aliado principal en la contienda, cojea por varios lados y la sangría que padece no disminuye. El bastión a cargo del jefe de Gobierno –CDMX– se está viendo afectado por controvert­idas figuras de militantes de niveles medios y por las fieras disputas por las varias candidatur­as en juego. Se aprecian, con la debida trasparenc­ia, cuestionab­les preparativ­os perredista­s para conservar, con malas mañas, los cargos capitalino­s que hasta ahora ostentan.

Por lo demás, la venidera elección se definirá en una media docena de estados clave. Ciudad de México y su zona conurbada del estado de México en un primer lugar. El padrón conjunto es inmenso y pesará sobre manera en el dictado final. Pero quedan, además, Jalisco, Veracruz y Puebla, que tienen padrones importante­s. Rondan otros más (Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Nuevo León o Tamaulipas), también con el poder suficiente para inclinar la balanza de simpatías totales.

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