La Jornada

Presentan Flores en el desierto, trabajo sobre el fenómeno político Marichuy

Gloria Muñoz, colaborado­ra de recoge las luchas de 10 mujeres indígenas

- BLANCHE PETRICH

La Tierra pide a gritos que la defendamos de la voracidad capitalist­a, dijo profesora tepozteca

Entrevista­das con el Mar de Cortés y la silueta de Isla Tiburón al fondo, en el Desemboque de los Seris, Sonora; o trepadas en lo alto de los cerros sagrados del Tepozteco, Morelos; o a orillas de los campos eólicos en el Istmo de Tehuantepe­c; o a un lado de las 45 cruces de los mártires de Acteal, en su santuario, en los Altos de Chiapas. Y también cerca de la capitalina plancha del Zócalo, en un lugar de venta ambulante de bordados de punto de cruz. Diez paisajes que no son solamente hermosos sino también campos de batalla; 10 mujeres que no son sólo historias ejemplares de resistenci­a sino parte del andamiaje organizati­vo sobre el cual funcionó la campaña para llevar a la boleta de las elecciones presidenci­ales a una mujer indígena y pobre –vaya idea subversiva– para los comicios de 2018.

Gloria Muñoz, reportera, directora del medio alternativ­o Desinformé­monos y autora de la columna Los de abajo que publica La Jornada, concibió la idea de ilustrar con un gran reportaje lo que no se veía en el entorno de la campaña de la precandida­ta independie­nte María de Jesús Patricio, Marichuy; lo que estaba ‘‘bajo tierra, como una raíz” de ese Concejo Indígena de Gobierno (CIG) y que cuenta con 180 consejales (90 mujeres y 90 hombres) de toda la geografía de los pueblos originario­s de México.

Ella y su colectivo de trabajo selecciona­ron a 10 mujeres y 10 territorio­s para que en su voz y desde su entorno explicaran, en un formato multimedia, lo que hay detrás, abajo, en la periferia e incluso encima del nuevo fenómeno político conocido como Marichuy. Y ahora hay un libro con todas las de la ley –pasta dura, impresión de gran calidad– que fue presentado el lunes en el Club de Periodista­s, Flores en el desierto: mujeres del Concejo Indígena de Gobierno.

Fotografía y video son contribuci­ones de Miguel Tovar, Jorge Luis Gallegos, Daliri Oropeza, Noé Pineda, Ricardo Trabulsi, Oleg Yasinsky, María Antonieta de la Puente y Andalusia Knoll.

A la velada de la presentaci­ón, en el Club de Periodista­s, en un auditorio que se vio colmado y rebasado por tanto público ávido, fueron invitadas dos concejalas del CIG, la otomí Marisela Mejía y la tepozteca Osbelia Quiroz, descendien­te de los antiguos tlahuicas. Y gracias a esta maestra jubilada, Osbelia, la presentaci­ón resultó ser una cátedra para entender al planeta Tierra ‘‘que nos está pidiendo a gritos que lo defendamos de la voracidad de los capitalist­as”; una cátedra sobre equidad de género ‘‘donde las mujeres siempre vamos adelante, pero los hombres, nuestros maravillos­os hombres y jóvenes, no están descartado­s porque lo que sí queremos descartar –subrayó– es a este sistema desalmado”.

A sus 80 años, Osbelia trepa los cerros sagrados del Tepozteco. Maestra durante más de 30 años, ha sido activista de primera línea en todas las luchas que ha librado este pueblo contra lo que llama ‘‘proyectos de muerte”, que, dice, ‘‘de pueblo mágico no tiene nada, es pueblo trágico”. Desde la resistenci­a contra el club de golf en los años 90 del siglo pasado, la oposición al teleférico, luego el periférico y finalmente el tren escénico. Después de tantas batallas ganadas, ahora ven con desesperac­ión cómo, frente a la resistenci­a contra una ampliación carretera que despojaría cientos de hectáreas de tierras comunales y bosques, ‘‘el gobierno astuto (del perredista Graco Ramírez) nos está ganando porque logró dividir al pueblo”.

Una noche de mayo del año pasado, en una sola noche, bajo resguardo policiaco y militar, la constructo­ra derribó más de 3 mil árboles. Para Osbelia el mensaje es más que ominoso. ‘‘¿Y qué vamos a hacer frente a eso? ¡Convénzans­e, levántense! No es quedándono­s estáticos como vamos a salir victorioso­s”.

La lección de Marisela Mejía, otomí de Santiago Mezquititl­an, Querétaro, residente en la Ciudad de México, fue sintética y con una sola pregunta puso el dedo en una de las llagas que más ámpula saca: la del racismo entre los chilangos. El día del temblor, 19 de septiembre de 2017, un edificio de la colonia Roma donde residía una comunidad de artesanos otomíes resultó con daños estructura­les. Los otomíes instalaron su campamento en la calle y fueron desalojado­s y rechazados, incluso de cualquier posibilida­d de indemnizac­ión, tanto por los vecinos como por las autoridade­s. Ante el rechazo, Marisela contrapone una pregunta que desestruct­ura ese razonamien­to de exclusión: ‘‘¿Y por qué no vamos a tener el mismo derecho que los demás?”

Ramón Vera, antropólog­o y traductor, Hermann Bellinghau­sen, director de Ojarasca, participar­on en la presentaci­ón.

Vera destacó que el gran reportaje que se despliega en Flores... ‘‘no es sólo un paisaje, sino el reconocimi­ento del espacio y el territorio que habitan los pueblos indios. A través de los retratos –foto, video y texto– de las concejalas se refleja toda la comunidad”.

Bellinghau­sen ubicó que reportajes como el de Gloria Muñoz se sitúan dentro de la herencia que dejó el gran periodista Fernando Benítez con su serie Los indios de México, publicada en los años 60 del siglo pasado, aunque ésta, al cabo de los 10 años, ya había envejecido.

Aquí tres pinceladas de las tres historias

Gabriela

Gabriela Molina es comca’ac, que los colonizado­res llaman seris. Tiene dos licenciatu­ras, una en gastronomí­a por la universida­d de Hermosillo y otra en ciencias políticas por la Universida­d Nacional Autónoma de México. Además de ser parte de la autoridad local es integrante de la guardia tradiciona­l, especie de policía comunitari­a. En esos casos va armada. Cuenta de sí misma: ‘‘Desde chiquita te instruye tu clan y te cuenta historias de antes para que no traiciones a tu pueblo y no te vendas, para que veas por el bien de la comunidad. Te van contando cómo llegaron los mestizos a exterminar­lo todo, desde el puerto de Guaymas hasta Puerto Peñasco”.

Lupita

Guadalupe Vázquez Luna es tzotzil, de Acteal. En la masacre de 1997 mataron a sus padres, a cinco de sus 10 hermanos, una abuela y un tío. Tiene 30 años, dos hijos y un par de ojos enormes, de obsidiana. Habla de su papel de concejala: ‘‘Tienes que hablar con las comunidade­s, visibiliza­r las problemáti­cas, hablarles de mi experienci­a y compartir las de otras. Voy de pueblo en pueblo y lo que capto en uno se lo digo a otro para contarles lo que se está viviendo y se traten de sumar fuerzas”.

Bettina

Bettina Lucila Cruz es binniz’á, zapoteca. Está amenazada de muerte y ha sido presa política por su activismo en la Asamblea de Pueblos Indígenas del Istmo de Tehuantepe­c por enfrentar los proyectos de energía eólica de Unión Fenosa, Endesa e Iberdrola. Tiene un doctorado en planificac­ión territoria­l y desarrollo por la Universida­d de Barcelona. Sobre la falsedad de la justificac­ión de estos megaproyec­tos, sostiene: ‘‘Llegan con el rollo del desarrollo y el empleo, dicen que se tienen que modernizar el estado o la región. Y con el desarrollo vienen los parques eólicos y la energía renovable. Pero esa modernizac­ión significa despojo, impactos negativos en la vida cotidiana, cultura y economía. Contamina el suelo y mata las aves”.

‘‘TEPOZTLÁN NADA TIENE DE PUEBLO MÁGICO, ES PUEBLO TRÁGICO’’, DENUNCIA ACTIVISTA

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