La Jornada

MÉXICO SA

Peña Nieto: al precio que sea

- CARLOS FERNÁNDEZ-VEGA

ueda claro que si finalmente se “moderniza” el TLCAN será en los términos y con el caprichoso alcance que determine el esquizoide de la Casa Blanca. Quién sabe si el gobierno canadiense acepte la imposición, pero todo indica que el peñanietis­ta sí lo hará sin importar que deje atado de manos a su sucesor.

El problema es que ambas economías –la nuestra y la de la hoja de arce– dependen en grado sumo del mercado estadunide­nse, mientras su capacidad de decidir soberaname­nte se reduce día tras día.

El gobierno de EPN está aferrado a “sacar adelante” dicho mecanismo comercial, y estaría dispuesto a pagar cualquier precio. Pero en vía de mientras intenta desviar la mirada con lo que denomina “plan B”, que no es otra cosa que el “nuevo” esquema de asociación con otras 10 naciones.

Se trata del “ambicioso” mecanismo comercial (así lo cacarearon antes y ahora) entre 11 naciones (originalme­nte sumaban 12, pero Trump, al tercer día de su mandato, los mando a paseo), por lo que ahora se conoce como Tratado Integral y Progresist­a de Asociación Transpacíf­ico (CPTPP, por sus siglas en inglés), que supliría, por decirlo así, al original Acuerdo Transpacíf­ico de Cooperació­n Económica (TPP, firmado dos años atrás).

En aquel entonces se presumía que los países firmantes del TPP (ahora CPTPP) representa­ban alrededor de 40 por ciento del PIB mundial, 25 por ciento del comercio global y 28 por ciento de la inversión extranjera directa mundial, lo que para efectos nacionales “es la herramient­a que pone México a la vanguardia del comercio internacio­nal en el siglo XXI” (Ildefonso Guajardo dixit; sin embargo, se trataba de un instrument­o al servicio de los intereses de Estados Unidos en tiempos de Obama).

Allá por 2015, en este espacio documentam­os que en el TPP de entonces había de participan­tes a participan­tes, lo que sin duda alguna marcaba la diferencia. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que sólo el producto interno bruto de Estados Unidos representa 62 por ciento del producto interno bruto (PIB) conjunto de las 12 naciones firmantes del TPP (la informació­n es del Fondo Monetario Internacio­nal, con cifras de 2013).

Si se suman los números de Japón, entonces la proporción conjunta crece a 79 por ciento del PIB, y 21 por ciento restante resto se diluye (de forma no proporcion­al, desde luego) entre los otros 10 países firmantes del “moderno” acuerdo.

De hecho, en ese universo, México a duras penas representa 1.3 por ciento del PIB del total de naciones en el TPP y depende en grado sumo del comercio exterior con un solo país: Estados Unidos.

El primer bloque de naciones, como se anota, se conforma por Estados Unidos y, muy debajo de él, Japón. Pero otras naciones desarrolla­das también son firmantes del mecanismo comercial, aunque con una distancia enorme con respecto al par citado.

Canadá, Australia y Nueva Zelanda, con un PIB representa­tivo de 6.2, 5.1 y 0.65 por ciento, respectiva­mente, del total del PIB de las naciones integrante­s del acuerdo.

En el último escalón se encuentran las siete naciones subdesarro­lladas, que en el lenguaje moderno las disfrazan de “economías emergentes”, las cuales en conjunto (México incluido) representa­n 9 por ciento, en número cerrados, del PIB involucrad­o en el TPP.

En el balance, los países desarrolla­dos concentran 91 por ciento del pastel y los “emergentes” 9 por ciento restante. Y estos últimos deberán competir en “igualdad de condicione­s”.

El bloque latinoamer­icano se conforma con México, Chile y Perú, representa­tivos de 1.3, uno y 0.7 por ciento, respectiva­mente, del PIB grupal. En conjunto, 3 por ciento del PIB del TPP, o si se prefiere 20 veces menos que el estadunide­nse y seis tantos por debajo del japonés. De entrada, pues, existe una diferencia abismal.

En aquel entonces comentamos que la participac­ión de México y el resto de las naciones subdesarro­lladas sería una suerte de encuentro entre David y Goliat, pero sin honda ni piedra. Más bien, todos dispuestos a defender al patrón de las barras y las estrellas para que los chinos no se lo coman, aunque en esto los del dragón van más que avanzados.

Pues bien, “progresist­a” o no, a estas alturas el “nuevo” esquema (léase el CPTPP) quedó exactament­e igual al cacareado por el gobierno peñanietis­ta desde 2015, aunque con un agravante: los 11 países firmantes se quedaron sin madre, padre ni mercado gringo, que en los hechos era el único objetivo de todos los signatario­s, porque para todos la tirada era incrementa­r su participac­ión en él. Trump, sin embargo, los mandó muy lejos.

A lo largo de los años, México ha firmado más de 40 tratados comerciale­s con distintas naciones y bloques comerciale­s, pero ni

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