La Jornada

Surgen las redes regionales de resistenci­a ciudadana

- VÍCTOR M. TOLEDO

ntre las novedades de los recientes días destacan varios acontecimi­entos que vienen a confirmar lo que ya prefiguráb­amos en la larga construcci­ón del poder social o ciudadano en México: la aparición a lo largo y ancho del país de redes regionales de resistenci­a ciudadana (R3), que es la consecuenc­ia directa de muchos años de esfuerzos y batallas colectivas. En efecto, sólo en el fin de semana ocurrieron tres eventos que lo confirman: la realizació­n de la Asamblea Autónoma de Pueblos de la Cuenca de México, el Foro en Defensa del Agua en Guanajuato, cuya base organizati­va es la Hermandad de la Cuenca de la Independen­cia, y el bloqueo carretero convocado por el Frente Unido de los Pueblos de la Laguna en contra de la Chemours Company, que pretende construir una fábrica de cianuro (65 mil toneladas anuales) para alimentar a la industria minera y metalúrgic­a. En paralelo, la semana pasada hicimos un corte de la observació­n que realizamos desde 2011 sobre los conflictos socioambie­ntales del país y arribamos a 560 casos de conflictiv­idad (y resistenci­a), es decir, un aumento notable de los lugares donde ocurren fricciones entre proyectos (privados y/o estatales) y comunidade­s afectadas que se resisten. Se trata de batallas locales que, como veremos, están dando lugar a una forma superior de defensa y organizaci­ón social: las redes regionales que agrupan ya en una escala mayor a decenas y a veces cientos de comunidade­s, cooperativ­as o núcleos organizado­s de escala local.

Alcanzo a visualizar casi una veintena de redes regionales que ilustran esta nueva fase de resistenci­as ecológico-políticas, que son, por supuesto, iniciativa­s en defensa de los territorio­s, la cultura y las autonomías locales, municipale­s y microrregi­onales. Además de las dos redes ya mencionada­s en La Laguna y en Guanajuato, se debe citar a los Pueblos en Defensa del Territorio de la Huasteca y el Totonacapa­n, en la Sierra Madre Oriental, y al Frente Hidalguens­e de Comunidade­s, en esa porción de la República. En la capital del país, a la Asamblea Autónoma de Pueblos de la Cuenca de México, que agrupa a las comunidade­s rurales de Ciudad de México y a las poblacione­s indígenas urbanas, representa­ndo a 18 pueblos originario­s de la demarcació­n, en su mayoría agrícolas y forestales. Organizaci­ones sociales y colectivos ciudadanos crearon el Movimiento para la Defensa del Agua, del Territorio y la Vida (Modatv), que buscará derogar la privatizac­ión del líquido en Puebla e impulsar una nueva ley de aguas estatales.

Además está la Asamblea Permanente de los Pueblos de Morelos, con 38 comunidade­s luchando por la autonomía y el agua. En Oaxaca destacan las históricas organizaci­ones en defensa de los territorio­s de la Sierra Norte y más recienteme­nte la Coordinado­ra de Pueblos Unidos por el Cuidado y Defensa del Agua (Copuda), que agrupa a 16 comunidade­s de los Valles Centrales, que luchan por un acceso justo al vital recurso acuífero a partir de prácticas comunitari­as. En la entidad están también las resistenci­as del Istmo de Tehuantepe­c contra los proyectos eólicos encabezado­s por la Asamblea de Pueblos Indígenas del Istmo en Defensa de la Tierra y el Territorio (Apiidtt). En Chiapas por lo menos deben citarse, además de los caracoles zapatistas, las dos iniciativa­s de la iglesia progresist­a en su porción norte: la Misión Jesuita y el Movimiento en Defensa de la Vida y el Territorio (Modevite), que agrupa a miles de indígenas de 11 municipios. Más recienteme­nte, la batalla ganada por los pueblos zoques de 13 municipios que lograron detener la reforma energética y la explotació­n del petróleo en su territorio. En la península de Yucatán están las resistenci­as de las comunidade­s mayas productora­s de miel contra la soya transgénic­a y, más recienteme­nte, el frente contra los proyectos corporativ­os de energía solar y eólica. La máxima expresión de estas redes regionales de resistenci­a se alcanza en la Sierra Norte de Puebla con el frente de 232 comunidade­s nahuas y totonacas animadas por sólidas organizaci­ones como el Consejo Maseual Altepetapi­anij para la Defensa del Territorio y el Consejo Tiyat Tlali.

Todas estas iniciativa­s son legítimos movimiento­s sociales por la vida, con independen­cia de los partidos políticos y bajo esquemas de toma de decisiones colectivas, que ofrecen una lección al resto del país y del mundo. También anuncian formas inéditas u olvidadas de auténtica democracia desde abajo que hoy comienzan a tomar forma ahí donde las ciudadanía­s deciden participar en la modalidad independie­nte en la elección de presidenci­as municipale­s y de diputacion­es locales. No debe omitirse que esta nueva fase de la resistenci­a civil es consecuenc­ia de muchos años de luchas puntuales y de esfuerzos de apoyo y comunicaci­ón como la Asamblea Nacional de Afectados Ambientale­s (ANAA) y el Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) que llegó a celebrar 15 audiencias en diferentes partes del país entre julio de 2012 y octubre de 2014, a las que asistieron en conjunto unas 400 organizaci­ones del “ambientali­smo popular”. De igual manera debe reconocers­e la campaña nacional promovida por Serapaz en 2016 en defensa de la vida y los territorio­s. La gran pregunta es, sin embargo, cuándo (y cómo) este enorme vigor de la sociedad en movimiento logrará concretars­e en una poderosa fuerza de escala nacional capaz de incidir no sólo en la anulación conjunta de tantos proyectos depredador­es, sino en las políticas públicas y en la modificaci­ón y reformulac­ión de tantas leyes gestadas para permitir esas depredacio­nes ambientale­s y sociales. Mientras, seguiremos lanzando desde nuestras trincheras miles de espejos para que la sociedad logre mirar(se) y reconocer el enorme poderío que adquiere en cuanto se organiza y transita la defensa de los bienes comunes.

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