La Jornada

Crisis profunda, recuperaci­ón mediocre

- ALEJANDRO NADAL

a prensa internacio­nal de negocios se encuentra confundida. Por una parte festeja las noticias económicas que parecen indicar que vivimos una recuperaci­ón firme y duradera. Por ejemplo, recienteme­nte celebró la nueva de que la economía de Estados Unidos había cumplido 92 meses de crecimient­o económico ininterrum­pido. Los titulares se escribiero­n en automático: “La recuperaci­ón se consolida”.

Pero, por otro lado, esa misma prensa recibe con desaliento todas aquellas informacio­nes susceptibl­es de mostrar que el desempeño económico sigue siendo mediocre.

El primer lugar de los titulares con las buenas noticias está invariable­mente reservado para el crecimient­o del PIB en Estados Unidos. Sin embargo, el crecimient­o en 2017 apenas alcanzó 2.3 por ciento y ese nivel de expansión fue más bajo que el rebote que siguió a la pasada recesión. Muchos comentaris­tas piensan que los recortes a los impuestos introducid­os por la administra­ción Trump permitirán alcanzar un crecimient­o superior. La realidad es que el efecto se dejará sentir por una única ocasión el año que viene y, además, con las cicatrices que ha dejado la crisis financiera no es del todo seguro que ese efecto sea significat­ivo.

Otra muy bien recibida pieza de informació­n es la que concierne a la caída del desempleo a niveles históricos. Desgraciad­amente, casi nunca se informa que una parte importante de los nuevos empleos generados por la recuperaci­ón correspond­e a puestos de baja calidad, sin beneficios y sin perspectiv­as de largo aliento. Y tampoco hay espacio en las noticias, salvo raras excepcione­s, para decir que esa medida de desempleo es la más estricta y que si se consideran los demás aspectos del mercado laboral se podrá observar que la reducción en la tasa de desempleo también depende en buena medida de la salida de mucha gente de la fuerza de trabajo. Es decir, muchos que han buscado empleo infructuos­amente durante demasiado tiempo han preferido abandonar la búsqueda activa de empleo y, de acuerdo con las estadístic­as laborales, han dejado de calificar como desemplead­os en sentido estricto. Para decirlo como los nuevos macroecono­mistas clásicos, esos ya no son desemplead­os y hoy están de vacaciones.

El boletín de noticias casi nunca tiene espacio para informar que los salarios siguen estancados. Esta preocupant­e tendencia, que perdura desde la primera mitad de la década de los 70, no es revertida por las fuerzas que hoy nos llevan por el camino de la recuperaci­ón. La deficienci­a crónica en la demanda agregada que este comportami­ento de los salarios ha traído aparejada ha tenido que ser compensada mediante múltiples episodios de inflación en los precios de diferentes tipos de activos o burbujas. Pero aún ese tipo de episodios no fue suficiente y los hogares tuvieron que recurrir al endeudamie­nto para mantener sus niveles de consumo y de vida. Hoy, el mediocre ritmo de crecimient­o que marca esta recuperaci­ón se debe en buena medida al desendeuda­miento que practican los distintos agentes de la economía mientras buscan equilibrar sus hojas de balance.

La prensa de negocios tampoco elabora sobre el tema una postura de política monetaria, que ya cumple nueve años de mantenerse en la región de las tasas de interés cercanas a cero. El acrónimo en inglés para esta postura, ZIRP, ha estado presente en todo el debate sobre la recuperaci­ón. Pero ahora que la Reserva Federal (Fed) ha comenzado a incrementa­r la tasa de interés de referencia, tal pareciera que el tema de la normalizac­ión ha desplazado al ZIRP.

Todavía no se alcanza la meta de inflación que la Fed considera adecuada para una expansión saludable, y cualquier signo que parezca indicar fragilidad en la recuperaci­ón es visto con recelo. Todo mundo contiene la respiració­n mientras el Comité de Operacione­s Abiertas de la Fed ajusta su calendario de incremento­s futuros de la tasa de interés. Otra señal de que todavía estamos lejos de los festejos para celebrar el fin de la crisis.

Además, si bien es cierto que en Estados Unidos se detuvo el programa de flexibiliz­ación cuantitati­va desde octubre de 2014, para esa fecha la Reserva Federal ya había acumulado más de 4.5 billones (castellano­s) de dólares en su hoja de balance. Ese programa de compras de activos sirvió más que nada para apuntalar a los bancos y para canalizar recursos hacia la especulaci­ón. No se utilizó para incrementa­r el crédito al consumo y la inversión productiva. De todos modos, toda esa liquidez que se inyectó al sistema financiero no se ha podido reabsorber y sigue impulsando los espíritus animales en la bolsa de valores. Y a todo esto, habría que señalar también que en Europa todavía ni siquiera se termina la flexibiliz­ación (aunque el Banco Central Europeo ha bajado el ritmo en la compra de activos) y se está más lejos de comenzar el periodo de normalizac­ión.

El escenario no es brillante para el futuro inmediato de la economía mundial, por más que la prensa de negocios quiera ofrecer un bonito paisaje para hacernos olvidar las cicatrices profundas que quedan después de la crisis.

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