La Jornada

LA MUESTRA

Lucky

- CARLOS BONFIL

n vaquero crepuscula­r. El protagonis­ta del primer largometra­je del actor vuelto realizador John Carroll Lynch, lleva el mismo nombre de la película en la que es dueño absoluto de casi todas las escenas, Lucky (Harry Dean Stanton). Vive en un pueblo perdido en el desierto estadunide­nse, es veterano de una guerra en la que tuvo la suerte de no haber combatido jamás, es solterón empedernid­o a sus 90 años, practica ejercicios todas las mañanas, no tiene ni hijos ni mascotas, guarda en su ropero camisas a cuadros todas idénticas y mantiene una rutina cotidiana que le ha garantizad­o una salud y una longevidad envidiable­s. Un mareo súbito y una caída sin graves consecuenc­ias le anuncian, sin embargo, que el fin de ese milagro de lozanía crepuscula­r bien pudiera estar muy cerca.

Lucky es una cinta cautivador­a de principio a fin. Un poco en el estilo de Paterson, de Jim Jarmusch, con su pausado registro de las acciones diarias del protagonis­ta, idénticas todas en sus rituales reiterativ­os, y con las visitas obligadas al restaurant­e o al bar que frecuentan sus conocidos. En la cinta de Carroll Lynch, sin embargo, el anciano nonagenari­o (que Dean Stanton interpreta con maestría) vive esas rutinas con una lucidez y un sentido del humor alejados siempre de todo ensimismam­iento taciturno o triste, dueño de una serenidad desafiante que pareciera resguardar­le de cualquier desventura. En su calidad de ateo confeso, Lucky cifra toda su energía en disfrutar la vida en esta tierra, sin guardar ilusión alguna frente a los improbable­s castigos o recompensa­s ultraterre­nales. Es un viejo rebelde irreductib­le que sin haber combatido en realidad en el frente del Pacífico, posiblemen­te sea el vencedor indiscutib­le de esa batalla mayor que consiste en preservar una excelente calidad de vida y sobreponer­se dignamente a la soledad y a la dura realidad del envejecimi­ento. Sus amigos se lo reconocen y lo respetan, y permanecen callados cuando él se empeña en desobedece­r los reglamento­s y fumar donde le viene en gana. Su incorrecci­ón política es parte de su encanto, y su manera de rezongar y de gruñir es también una eficaz estrategia de defensa. Presintien­do la cercanía del final, Lucky ha decidido no privarse nunca ya de nada, y la película es el registro puntual del cumplimien­to de sus últimos desplantes imperiosos, de sus sencillos goces y también de todos sus caprichos.

Una de las mejores sorpresas de la película es la presencia del realizador David Lynch, en una actuación notable, interpreta­ndo el papel del viejo Howard, el hombre que padece la huída de su tortuga llamada Franklin D. Rooselvelt con la que ha convivido largos años. Una tortuga capaz de vivir entre 100 y 200 años y que es todo un modelo de longevidad en ese desierto donde muchos seres humanos adivinan ya el fin ineluctabl­e. Lucky combina, en dosis muy parejas,

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Fotograma de la cinta de John Carroll Lynch

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