Pensiones: ¡aguas con Meade!
isitando la OCDE –diciembre 2017– Peña Nieto se animó a recetar un temerario Decálogo derivado “de la experiencia mexicana al implementar el paquete de reformas”.
Sin ambajes y empleando el lenguaje de las políticas públicas sostuvo, primero: “mientras más pronto mejor”. Es “imperativo”, enfatizó, aprovechar el mandato electoral, sobre todo, “durante” las primeras semanas. Proceder así incrementa las posibilidades de “éxito” y aumenta el “respaldo” ciudadano. Lamentablemente, su primera reforma: la laboral (noviembre 2012), fue presentada como iniciativa preferente por Felipe Calderón y aprobada –por los legisladores peñistas– antes de iniciar su “mandato” electoral y, ciertamente, sin respaldo ciudadano.
En segundo término, Peña apuntó: “Más es mejor”. En su opinión, la “discusión” acerca del número de reformas que “conviene” proveer simultáneamente, es un “falso” debate. Más bien, sostuvo, fue la “voluntad” de las “partes” involucradas de distintas expresiones políticas para establecer una agenda “muy” ambiciosa de reformas. Pero ¿las “partes” son la voluntad popular? Lamentablemente ocurrió que sus reformas fueron aprobadas, anticipadamente, vía un severo golpe de estado técnico que sustituyó esa voluntad popular representada en el Poder Legislativo: el Pacto por México.
En tercer lugar, Peña afirmó “Mantén a los beneficiarios de los cambios cerca y eventualmente muy activos”. Todo cambio estructural, señaló, enfrenta la resistencia de quienes “pierden” privilegios y la mejor forma de “neutralizarlas” es contar con el apoyo “explícito” de los sectores que habrán de beneficiarse. Y a veces “cuesta mucho trabajo encontrarlos”. ¿Cuáles “beneficiarios”? Más bien: ¡muchos perjudicados! Y, en efecto, “cuesta encontrarlos. Es el caso de 8 mil 637 beneficiarios del Programa de Adultos Mayores ya fallecidos y a los que Sedesol siguió otorgándoles el apoyo, según reportó la Auditoría Superior de la Federación en su informe 2016.
Cuarta receta: “ten un equipo calificado a tu lado”, sentencia Peña. Es “esencial” que los negociadores estén convencidos de los “méritos” de las reformas y “comprometidos” para hacerlas realidad. ¿Cómo el que integraron durante 2013-2015 la, entonces, secretaria Mercedes Juan-Funsalud-Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY)-Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS) y que, después de amenazar tres años con una “inminente”, luego nunca presentada “reforma” a la salud –que degradaba ese derecho a meras “garantías explícitas” ajustadas a la baja– culminó con la renuncia de la secretaria en febrero 2016?
Quinta: “en caso de duda, actúa”. Para Peña, “la” democracia “no” supone unanimidad. Siempre habrá “resistencias”, perspectivas diferentes y cuestionamientos a los cambios propuestos. “Hay” que saber negociar. ¿Cómo el entonces senador priísta Penchyna quien, frente a la reforma energética y los serios cuestionamientos de los legisladores de oposición, calificó de “debate de idiotas que nubla la mirada y la altura” (Notimex, 03/06/14) como toda respuesta?
Sexta: “comunicar más nunca es demasiado”. Una difusión “amplia” de información, observa Peña, sobre los “fines, alcances y beneficios” de las reformas es “francamente” una inversión valiosa. ¿Como la del secretario Videgaray que renunció, frente a las intensas protestas por la reforma educativa –septiembre/2013–, al incremento del tipo de IVA y a la desaparción de la tasa 0 –alimentos y medicamentos– que contemplaba la reforma fiscal “social”-Levy –integral, hundiendo así la fantasiosa seguridad social “universal” que elevaba impuestos, reducía prestaciones y deslaboralizaba la seguridad social?
Séptima: “la última palabra siempre la tendrán los tribunales”. Peña estima “indispensable” cuidar cada detalle “técnico”, blindarlo, frente a los recursos jurídicos que se interpondrán para “descarrilar” los cambios. ¿Como los del ministro de la SCJN, José Ramón Cossío que –para imponer la nunca presentada “reforma” de la saludMercedes Juan/Funsalud/CEEY/AMIS– declaraba que, para ajustar a la baja (vía “garantías explícitas”) el derecho a la salud, se “debe” pensar cómo se “debe” satisfacer. No en la “retórica” constitucional, sino en acciones “concretas”, para que “nosotros, los juzgadores, lo entendamos y podamos saber qué podemos proteger, hasta dónde o cuáles son las condiciones reales de esa protección”?
Octava: “el orden de los factores puede alterar el producto”. Peña cree que la “secuencia” de las reformas “importa”. Las alianzas políticas “pueden variar”. En el camino de las reformas se van “perdiendo” aliados. ¿Por eso “inició” con la laboral de Calderón que generalizó el outsourcing y desfinancia estructuralmente la seguridad social? Porque, a “final de cuentas”, reconoce, “efectivamente”, fuimos perdiendo aliados. Pero, con su reforma laboral, los trabajadores perdieron más: ¡la naturaleza tutelar de la ley 1970!
Novena: “el cambio es tu propia recompensa”. Peña establece que una “vez” realizadas las reformas, los ciudadanos irán “viendo” los frutos del nuevo orden. ¿Como el gasolinazo de Meade?
Décima: “para ganar hay que arriesgar”. Peña aprecia que un “verdadero” proceso reformador implica “costos” para el promovente. Hay que “empezar” con una buena “reserva” de capital político. ¿Como la del golpe de estado técnico llamado Pacto por México que sustituyó la verdadera deliberación democrática –propia a la voluntad popular representada en el Poder Legislativo– por un acuerdo previo cupular?
¡Aguas con Meade! Que –de ganar la elección presidencial, por sus antecedentes y manifiestos– encantado impondría la reforma de pensiones –afectando a jubilados, trabajadores activos y sobre todo a los jóvenes– con el “mientras más pronto mejor” que le receta Peña al mundo desde la OCDE. Porque, como declara groseramente Consar, coincidiendo con Meade: “las pensiones que hoy subsidia el país derivadas de las obligaciones de los –injustos– esquemas de beneficio definido del pasado son claramente regresivos” (Informe trimestral, 4º trimestre, 2017). ¿De veras?
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