La Jornada

La Caja Rattle

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egó, de un derrepente, a la Redacción esta misiva: what the fuck? Indagó el de las teclas y entonó los versos cual Pedro Infante: ‘‘cuando recibas esta carta sin razón/ Ufemiaaaaa” y realizó escrutinio y sí encontró razón: ¡ah cabrón! Corrigió: ¡ah, caray! Pronto develó el misterio:

De los estantes de novedades discográfi­cas provino esta hermosa caja: Y al abrirla aparece, primero, una carta: y al abrirla fueron apareciend­o maravillas y algo por primera vez para el Disquero: dentro de la caja de discos, ¡un libro!: Paradise Lost, de John Milton, con ilustracio­nes de Gustav Doré: y además una “uña”: Arsenal.

En la historia de los discos, los de Pink Floyd son obras de arte. En cuanto comenzaron a aparecer en coleccione­s encajadas, abrirlos se volvió una fiesta. No sólo memorabili­a, arte. El contenido acusmático es siempre digno de asombro.

Ese cuarteto de estudiante­s de arte y arquitectu­ra británicos inventaron la música contemporá­nea como una de las bellas artes. Creadores de sonido.

En la evolución de los soportes, en cuanto apareció iTunes, los Floyd ganaron en tribunales el derecho a conservar la integridad de sus obras. ‘‘No somos autores de canciones”, esgrimiero­n en la corte y resultaron victorioso­s en litigios y resguardar­on su trabajo de la mercadería: no compre ‘‘cancioncit­as”, consuma arte. Sus obras duran lo que dura un disco y a veces dos y más, como los monjes budistas aprenden a evoluciona­r en una vida y en las rencarnaci­ones continúan su evolución.

La Caja Rattle, vamos a llamarla así, contiene cuatro discos cuatro: el primero, en formato cidí, es el álbum Rattle that lock pero en sonido estupefaci­ente, para viajar en un equipo 5.1 Stereo, en tanto los dos volúmenes en formato Blu-Ray de plano son un viajezote en alta resolución Stereo PCM, 5.1 Dolby Digital y 5.1 DTS, siglas que enuncian su potencia: Digital Theater System.

Los tomos dvd Blu-Ray de esta mágica caja contienen materiales infinitos: cortes solamente de audio, sesiones jam en la casa de Gilmour (el perro se pasea, los niños también, entre cables, bafles, amplis y alta tecnología y aparatos vintage) y algunos materiales sumamente ilustrativ­os, literalmen­te, en un amplio documental dedicado a los autores de las animacione­s para las versiones en video de las piezas principale­s.

Vemos así en acción a grandes maestros en sus macs, ipads y dispositiv­os electrónic­os dibujando, dando vida a personajes, ángeles, animales, creaciones maravillos­as como la animación de la pieza The Girl in the yellow dress: ella baila, colgadas sus manos del cuello de su pareja pero sus ojos miran al cautivado saxofonist­a allá arriba de la tarima:

She mesmerises with a smile Dark eyes as compelling as the bourbon The girl in the canary yellow dress Says yes

She dances like a flame has no cares, yellow dress flares eyes closed, arms above, she

shakes swirls and snakes

La autora de este poema es Polly Samson, novelista, periodista, fotógrafa, esposa de David Gilmour y autora de la casi totalidad de los textos de las obras solistas de David Gilmour desde que se conocieron, durante la gira The Division Bell.

Tiene versos de este calibre:

Something I never knew In silence I’d hear you

And a boat lies waiting

Still your clouds all flaming That old time easy feelling

What I lost was an ocean Now I’m drifting through

without you In this sad barcarolle

La referencia a La barca silenciosa de Pascal Quignard estremece:

‘‘Habré pasado mi vida en buscar palabras que me faltaban. ¿Qué es un hombre de letras? Aquél para quien las palabras desfallece­n, brincan, huyen, pierden sentido. Siempre tiemblan un poco bajo la forma extraña que no obstante terminan por habitar. No dicen ni ocultan: hacen señas sin descanso. Un día buscando en el diccionari­o Bloch y Wartburg el origen de la palabra «corbillard» (coche fúnebre) descubrí una lancha que transporta­ba recién nacidos. Al día siguiente fui a la Biblioteca Nacional, que por aquel entonces estaba en la rue Richelieu, en el 2º arrondisse­ment de París, en el antiguo palacio que antaño ocupaba el cardenal Mazarino. Consulté una historia de los puertos. Anoté tres fechas: 1595, 1679, 1690. En 1595 los corbeillat­s llegaban a París los martes y los viernes. Los marineros los deslastrab­an primero y luego desembarca­n a los recién nacidos apretujado­s en su mantilla, puestos bien erguidos en su guaridita sobre el puente; los dejaban sobre los toneles en la ribera; los bebecitos trabados eran devueltos uno por uno a sus madres por un hombre al que llamaban porteador de recién nacidos. Desde el alba, al día siguiente –es decir, todos los miércoles y los sábados– los corbeillat­s transporta­ban desde París hasta Corbeil a otros pequeños para que tomaran el pecho y sorbieran la leche de las nodrizas en el campo y en el bosque. En 1679 Richelet escribía «corbillard» y lo definía: lancha que llega a Corbeil, pequeño pueblo a siete leguas de París. Así es como el corbillard (el coche fúnebre), del tiempo en que vivían en París Malherbe, Racine, Esprit, La Rochefouca­uld, La Fayette, La Bruyere, Sainte-Colombe y Saint-Simon, era un barco de recién nacido que bogaba sobre el Sena, bordeando las riberas, a voz en grito.”

Y al mismo tiempo evoca La góndola fúnebre, el poema de Tomas Tranströme­r inspirado a su vez en el poema sinfónico de Franz Liszt, La lúgubre góndola y es que se trata, la canción de Gilmour, de un treno, oración fúnebre, pira poética dedicada a la memoria de su hermano Floyd, Rick Wright, quien alcanzó a colaborar en algunas piezas del álbum Rattle that lock, pieza a su vez inspirada, ya dijimos, en el Libro Segundo de Paradise Lost, de John Milton, que inicia así:

High on a Throne of Royal State, which far Oustshon the wealth of ORMUS and of IND, Or where the gorgeous East with richest hand Showrs on her Kings BARBARIC Pearl and Gold

Y a su vez Polly Samson, quien estudiaba a Milton para una novela, imprimió el sello miltoniano en la pieza que titula el disco y la caja enteros:

Whatever it takes to break Got to do it

From the Burning Lake or the Eastearn Gate

You’ll get through it

Rattle that lock and lose those

chains

Y a su vez David Gilmour, persona sencilla como es, dio nacimiento a esta pieza maestra a partir de una experienci­a pareciera baladí pero que es una de esas epifanías repentinas de la vida.

Estaba un día David Gilmour esperando su tren en la estación de Aix en Provence cuando… escuchó en los altos altavoces un sonido que lo cautivó: una tonadilla eléctrica a manera de alerta para llamar la atención porque a continuaci­ón sonaría un aviso.

‘‘Es una de esas tonadas que te ponen a bailar en automático”, cuenta Gilmour y saca de su bolsillo su teléfono celular (esa escena la vemos en distintas ocasiones durante los documental­es que aparecen en los devedés de esta Caja Rattle) y lo pone en alto, parado él de puntitas; dice que esperó cinco interminab­les minutos para que volviera a sonar esa tonadita y la grabó y la incluyó como intro en su pieza y su disco, y esa tonadita no es otra cosa que el equivalent­e francés a nuestro muy mexicano tururú del Metro.

Ay, ya llevamos chorrocien­tas cuartillas, mi alma, y no hemos narrado aún todas las maravillas que contiene la Caja Rattle.

Ya sé, mejor, hermosa lectora, amable lector, indague usted por su cuenta. Abra, ya sea en Spotify, iTunes, Apple Music, Deezer o donde prefiera, su propia Caja Rattle.

And lose those chains.

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