La Jornada

¿Qué campo para México?

- GUSTAVO GORDILLO

l campo mexicano se le exigió entre 1940 y 1970 las tres contribuci­ones básicas de la agricultur­a al desarrollo: divisas, bienes salario y mano de obra barata. Cumplió con creces siendo un sostén crucial para el crecimient­o económico de México. A finales de los 60 el campo entró en una crisis de reproducci­ón de la economía campesina y poco después de la misma producción de alimentos.

En los años 70 se intenta enfrentar esa crisis a partir de un enfoque centrado en la expansión del intervenci­onismo estatal. La crisis de la deuda y los mismos procesos de globalizac­ión y apertura comercial llevan en los 90 a un enfoque cuyo énfasis mayor y casi único estuvo centrado en el papel de los mercados.

Dado estos avatares parece legítimo preguntars­e ¿qué tipo de campo queremos? A juzgar por las políticas realmente puestas en marcha se quería un campo que dejara de ser campo o dicho de otra forma un campo que en términos de producto interno bruto, de población económicam­ente activa y de población rural fuera marginal. Pero ello requería una economía que creciera generando más empleos formales en los sectores secundario­s y terciarios y que los mercados funcionara­n mejor sin intervenci­ones del Estado.

Como sabemos esa visión fue contradich­a por la realidad: el crecimient­o y el empleo formal no estuvieron a la par de las prediccion­es de quienes considerab­an que el mejor campo era un campo sin campesinos. Y las crisis alimentari­a de 2007-2008 puso en guardia a quienes suponían que no se necesitaba producir alimentos internamen­te porque siempre se podrían comprar a mejores precios en el mercado internacio­nal.

Las sociedades agrarias mexicanas están vivas, pero dañadas económica y socialment­e, acosadas por empresas mineras y megaproyec­tos, crimen organizado y una burocracia corrupta y voraz. Sus fuentes de ingreso se han modificado drásticame­nte. El ingreso no salarial asociado a la producción agrícola se ha reducido. El salario por actividade­s no agrícolas es la principal fuente de ingreso para todos, excepto los más pobres, que dependen de las transferen­cias públicas. Para muchas familias las remesas se han constituid­o en fuente decisiva de su ingreso. La población rural no representa 20 por ciento del total de la población, sino más de 35 por ciento de los más de 120 millones de mexicanos.

Las sociedades agrarias mexicanas no son vestigios del pasado, sino testimonio­s lacerantes de un presente injusto que las margina. Pero podrían ser faros de un futuro de prosperida­d inclusiva.

Hay dos caminos: el que se ha intentado aplicar con recurrenci­a, que es desposeerl­as de sus recursos o el que se podría transitar desde ahora reconocien­do su potencial productivo, su base cultural, sus redes sociales de cooperació­n y solidarida­d, y desde esa plataforma impulsar el rescate del campo mexicano.

En el siguiente artículo sustentaré esta visión en datos y explicacio­nes. Este no es un ejercicio individual, ya que parto de la aportación que 15 expertos en temas rurales y medioambie­ntales cristaliza­n en un documento titulado Por una nueva sociedad rural, firmado por Kirsten Appendini, Julia Carabias, Alfonso Cebreros, Max Correa, Isabel Cruz, Jaime de la Mora, Enrique del Val, Margarita Flores, Gustavo Gordillo, Sergio Madrid, Francisco Mayorga, Hector Robles, José Sarukhan, John Scott y Antonio Yunez.

Este documento es resultado de una iniciativa de Centro Latinoamer­icano para el Desarrollo Rural (Rimisp), con el apoyo del Fondo Internacio­nal para el Desarrollo Agrícola y la Fundación Ford.

El Rimisp es una red de articulaci­ón y generación de conocimien­to para el desarrollo de los territorio­s latinoamer­icanos. Su trabajo se orienta a analizar las causas de las brechas territoria­les en América Latina, aportar en la elaboració­n de políticas públicas y en la articulaci­ón de actores para un desarrollo territoria­l más equitativo.

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