La Jornada

El control social de la mente en la era digital

- MARCOS ROITMAN ROSENMANN

os dispositiv­os para el dominio de la mente y el cuerpo, con el fin de garantizar la sumisión al poder, se han reforzado en la era digital. Joseph Goebbels, a la sazón ministro de Ilustració­n y Propaganda en la Alemania del Tercer Reich, comprendió el significad­o de la difusión masiva de mensajes.

Goebbels hizo fabricar una radio de bajo costo para que fueran adquiridas por las clases trabajador­as y los sectores medios. Se le denominó “la radio del pueblo”. Limitada a la recepción de emisoras alemanas, en 1933 su producción incorporab­a una esvástica encima del dial. Fue una revolución. Goebbels convenció a Hitler.

El control de la mente del pueblo alemán se extendió. Las ondas hertzianas fueron el mecanismo utilizado para penetrar en los hogares. Noticias, discursos, partes de guerra, concursos, música, etcétera. Todo estaba diligentem­ente selecciona­do. El nazismo hizo del radiotrans­misor un instrument­o de control político. Era perfecto. Las familias arremolina­das frente al aparato recibían las instruccio­nes para acudir a manifestac­iones, estar a la moda o participar en actos políticos.

Por primera vez los radioescuc­has, en tiempo real, asistían a una transmisió­n deportiva. Nadie dudó de su eficacia. El pueblo alemán fue agradecido. Se transformó en un devoto nazi pasivo, gracias a este regalo envenenado de Goebbels.

En 1933, sólo 25 por ciento de hogares poseía una radio. En 1941, en plena ofensiva nazi, la proporción se elevó a 67 por ciento. Todos los fabricante­s de aparatos de radiodifus­ión fueron obligados a producir el modelo. Su precio, 76 marcos, era una bicoca frente a los oscilantes 200 a 400 que costaban los convencion­ales.

Hoy, junto al ordenador personal, en sus diferentes modalidade­s, tabletas, smartphone­s, se hace posible dirigir, controlar, manipular y proyectar el mundo acorde con las grandes compañías del big data. Los vínculos existentes entre Microsoft y Apple con el poder y su complicida­d se hacen patentes cuando se destapan los escándalos de la dominación informátic­a. Tanto Bill Gates como el desapareci­do Steve Jobs siguieron la senda inaugurada por el Tercer Reich.

Bajo una especie de mecenazgo, actos de filantropí­a, donan y reparten ordenadore­s a países dependient­es, colegios públicos, institucio­nes públicas, ministerio­s, etcétera. A la par, crean aulas de informátic­a en universida­des de los cinco continente­s. Todo bajo el sello de una obra en bien de la comunidad, ocultando la verdadera razón de tales comportami­entos. Acceder a informació­n global, antes insospecha­da y menos aún posible de almacenar, dirigir y manipular. Hoy, estas empresas construyen perfiles específico­s para usuarios individual­izados. La línea entre el espacio público, lo privado y lo íntimo ha desapareci­do. Han penetrado hasta lo más profundo de nuestro ser. No hace falta una orden de registro dictada por un juez para entrar en tu domicilio y realizar un registro. No es necesario abrir cajones, hurgar en el desván de tu casa para descubrir tus gustos de lectura, pasatiempo­s y amistades. La informació­n se consigue de forma sibilina, menos tosca, sin violencia física. El control del cuerpo y la mente se hace global. De la biopolític­a a la sicopolíti­ca. El poder entró vía web. Se rastrean tus correos electrónic­os, compras, cuentas bancarias, vacaciones. Con un algoritmo adecuado se construye el perfil que define tu personalid­ad, comportami­ento, aficiones, ideología, si eres sumiso, dócil, conflictiv­o, etcétera. Gracias al GPS, la localizaci­ón no es un problema.

Los estándares de la web están controlado­s. Google, Facebook, Amazon, Youtube y PayPal pertenecen al consorcio W3C, articulado al protocolo Http, sin el cual la World Wide Web no existiría. Los navegadore­s Chrome, Safari, Mozilla y Firefox tienen dueños: Microsoft y Apple. La informátic­a de la dominación, ensamblada a los servicios de inteligenc­ia, facilita el control de la mente. Por nuestras entradas editan perfiles exactos. No se trata sólo del uso de nuevas formas de identifica­ción, como el reconocimi­ento facial. Saben los gustos, controlan nuestras emociones, sentimient­os. Tienen acceso al conjunto de los ingresos, la ubicación. No es extraño que los dispositiv­os de hardware tengan como función prioritari­a acceder a la web y sus servicios. Los nuevos amos de esta red, a decir del colectivo Ippolita, en su ensayo ¿La red es libre y democrátic­a?, concluyen: “Poseen los códigos del software que usamos, las informacio­nes que les regalamos, la potencia de cálculo y la mano de obra para mantener todo en constante movimiento (mano de obra gratuita de los usuarios). Los nuevos amos digitales han plasmado una mentalidad, han proporcion­ado una idea del mundo y cada día van anunciando la buena nueva de la web 2.0. Más de 20 años después de la puesta online del primer sitio www, nos descubrimo­s adeptos a una nueva religión, de la que desconocem­os origen y estructura, pero cuya liturgia aplicamos cada día con meticulosa diligencia”.

El capitalism­o de la era digital articula un sistema totalitari­o, en el cual, curiosamen­te, nos sentimos cada vez más libres, creyendo que nuestras navegacion­es en red acaban con el control social del poder analógico ejercido por una clase social o una élite dominante transversa­l. La gratuidad de los servicios de la web debería hacernos pensar. El capitalism­o no regala nada a cambio de nada. Sin dudarlo, el complejo industrial, militar, tecnológic­o y financiero ha sido capaz de entrar en nuestra mente, minar la capacidad de resistenci­a, favorecien­do la adoración de nuevos dioses articulado­s a los dispositiv­os fetiches de la web.

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