La Jornada

El dólar todavía

- LEÓN BENDESKY

a política del dólar, se dice, está volviendo a la normalidad y con ello también el funcionami­ento de la economía de Estados Unidos. Este supuesto tiene, de una u otra manera, implicacio­nes para el mundo.

Para administra­r la crisis de 2008 la Reserva Federal mantuvo durante casi una década las tasas de interés a un nivel de prácticame­nte cero, una condición ciertament­e inusual y que expresaba la magnitud del colapso que se provocó.

Con esto evitó el derrumbe de la actividad económica y, también, de los bancos y otras empresas financiera­s. El costo de esta política ha sido tan elevado que aún no se acaba. Ahora, hay que añadir las políticas económicas y sociales que impulsa el gobierno en Washington.

Por el lado fiscal, lo anterior representó la enorme inyección de dinero en la economía y con ello el aumento de la deuda pública. Hoy, el Congreso, controlado por los republican­os, está aumentando aún más el endeudamie­nto.

La supuesta normalidad a la que se alude no significa, sin embargo, que el periodo de crecimient­o con estabilida­d de precios que se registró antes de la crisis financiera de hace una década pueda recrearse. A esa etapa se le conoce como la “gran moderación”.

El dólar mantiene su primacía por la permanente demanda para todo tipo de transaccio­nes: comerciale­s y financiera­s. La forma principal de tener moneda estadunide­nse es mediante la compra de los bonos que emite el Tesoro, que se sostiene en la confianza que todavía tienen los inversioni­stas de que se pagará esa deuda.

Esto se considera como un “privilegio exorbitant­e” del dólar, según lo calificó el gobierno francés encabezado entonces por De Gaulle. Aunque tal privilegio persiste hay cambios en el sistema internacio­nal que son significat­ivos.

En 1990 el producto de Estados Unidos representó alrededor de 22 por ciento del total mundial y se calcula que en 2020 sea de 15 por ciento. Al dólar le siguen como monedas más usadas el euro, el yen, la libra esterlina y aún muy por detrás el renminbi.

Con la economía global en pleno y junto con el nuevo proteccion­ismo en Washington, China aparece como un mayor contrincan­te político y económico. Desde 2016, la moneda china es parte de la canasta de divisas de reserva –los derechos especiales de giro– que administra el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). El gobierno buscará aumentar la relevancia de su moneda como una medida consistent­e con la influencia que pretende tener en el mundo.

El producto por habitante chino (a precios de mercado) en 2017 era 14 porciento del de Estados Unidos, pero en 2000 fue de tres por ciento. El mero tamaño de la economía china, empezando por su población, es relevante; su producto representó el año pasado 62 por ciento del estadunide­nse. Las tendencias indican que en 2040 será mayor que aquel, aunque el nivel de vida siga siendo más bajo.

China es ya el mercado más grande para las exportacio­nes de países como Australia, Rusia, Taiwán, Corea y Brasil, entre otros, lo que extiende su influencia en los mercados. Allí se destina ahora casi la misma proporción de gasto de investigac­ión y desarrollo que en las economías más desarrolla­das y tienen, además, una agresiva política en cuánto a los derechos de propiedad intelectua­l.

No debe perderse de vista el carácter de esa sociedad donde persisten muchos elementos de planificac­ión estatal y un sistema de control político muy centraliza­do. Ambas condicione­s pueden representa­r una ventaja en la competenci­a económica a escala mundial en los próximos años. A ello hay que añadir la fuerte expansión del gasto militar que está cerrando la brecha con el de Estados Unidos.

La política exterior de Washington se enfoca en distintas formas de confrontac­ión con China en materia comercial y financiera (¿y militar?), cuyas previsione­s son inciertas.

Debajo del amplio conjunto de procesos en curso existe una debilidad estructura­l de las economías más desarrolla­das que no ha sido superada desde que surgió la crisis más reciente. Buena parte de esa fragilidad reside en el valor de las monedas. George Soros dijo hace unos años que “el dólar es la moneda más débil del mundo, exceptuand­o todas las demás”. De ahí que todavía tenga un privilegio y, por ahora, exorbitant­e. Este es un asunto clave en un sistema en el que se ha ido ahondando el proceso de financiari­zación de la economía con una correspond­iente relocaliza­ción de la actividad productora de bienes y servicios.

En el caso de Estados Unidos, su prepondera­ncia económica sigue estrechame­nte ligada con el privilegio del dólar. Ya en 2011, la calificado­ra de deuda Standard & Poor’s apuntaba, aquella que fue la primera vez que se degradaba la calidad de la deuda del gobierno de Estados Unidos: “La efectivida­d, estabilida­d y predictibi­lidad del quehacer de la política pública y de las institucio­nes políticas se han debilitado al mismo tiempo que aumentan los desafíos en materia fiscal y económica”.

Esta afirmación sea tal vez más apropropia­da hoy que hace siete años.

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