Seis años sin Fuentes
Lectores lo recuerdan en redes sociales
Fardón también era el modo en el que se afeitaba la cabeza con sólo un pequeño círculo de pelo, como un helipuerto, en la cocorota. Y aún más molón era su cuello: mucho más guay, y nada fácil de conseguir. Ahora lo tenía más ancho que la cabeza y parecía fundirse con los trapecios... por ahí. ¡Ejercicios de luchador, nena, levantando peso con el cuello! Un arnés en la cabeza con pesas: ¡ése es el truco! Con el cuello ancho y la cabeza afeitada pareces un luchador turco. De lo contrario, una cabeza afeitada es como el pomo de una puerta. Era un chaval delgaducho de uno setenta cuando empezó a pensar en el cuerpo de policía. Hoy seguía midiendo uno setenta, pero... en el espejo... uno setenta de grandes y suaves formaciones rocosas, verdaderos Gibraltares, trapecios, deltoides, dorsales, pectorales, bíceps, tríceps, oblicuos, abdominales, glúteos, cuádriceps –¡macizos!–, ¿y quieres saber qué era mejor que las pesas para el tronco? Trepar por la cuerda de dieciséis metros en el ¡¡¡Ññññññooooooooooooo!!! ¡Qué Gym! de Rodriguez, como todo el mundo lo llamaba, sin utilizar las piernas. ¿Quieres bíceps y dorsales macizos... e incluso pectorales? Nada como trepar por la cuerda de dieciséis metros en el gimnasio de Rodriguez –¡macizos!–, así se definían las profundas y oscuras grietas, cada masa de músculo remetiéndose por los bordes... en el espejo. En torno a ese cuello llevaba una fina cadena de oro con un medallón de Santa Bárbara, la más guay de la santería, patrona de la artillería y los explosivos, que descansaba en su pecho bajo la camisa... Camisa... Aquél era el problema con la Patrulla Marítima. Para patrullar por la calle, un poli cubano como él se pondría un uniforme de manga corta de una talla inferior a la suya para resaltar hasta la última de sus formaciones rocosas... sobre todo, en su caso, el tríceps, el alargado músculo de la parte exterior del brazo. Consideraba el suyo como el triunfo geológico definitivo del tríceps... en el espejo. Si eras cubano y verdaderamente fardón, debías tener el fondillo de los pantalones del uniforme bien ajustado –mucho– de manera que de espaldas pareciese que llevabas un bañador largo. De ese modo, ofrecías un aspecto suave a los ojos de toda jebita que te encontraras por la calle. Así fue precisamente como conoció a Magdalena... ¡Magdalena!
Suave debía de ser su aspecto cuando aquella jebita quería pasar la barricada que cortaba la avenida Dieciséis a la altura de la calle Ocho y él se lo impidió y ella empezó a discutir y la rabia que había en sus ojos sólo hizo que se volviera aún más loco por ella –¡Dios mío–, pero entonces él sonrió de cierta manera diciéndole me encantaría dejarte pasar... Sin actos oficiales, pero con emotivas palabras de sus lectores compartidas en redes sociales, ayer se cumplieron seis años del fallecimiento de Carlos Fuentes. Sus frases resonaron en el ciberespacio, sobre todo cuando el país está de nuevo ante la encrucijada electoral.
‘‘Antes de ser Presidente hay que sufrir y aprender. Si no, se sufre y se aprende en la Presidencia pero no lo voy a hacer y siguió sonriéndole de la misma forma y dos noches después ella le dijo que cuando él empezó a sonreír creyó que lo había convencido con sus encantos para dejar que se saliera con la suya pero entonces se quedó planchada con lo de pero no lo voy a hacer... y eso la excitó. ¡Pero suponte que aquel día hubiera llevado este uniforme! Joder, sólo se habría fijado en que no la dejaba pasar. Este uniforme de la Patrulla Marítima... sólo era eso, un holgado polo blanco y unos shorts anchos de color azul oscuro. Con que sólo pudiera y a costa del país”, dijo alguna vez el escritor.
La titular de la Secretaría de Cultura federal, María Cristina García Cepeda, dijo que Aura, de Fuentes, se inspiró en la vida de Carlota de Bélgica y hoy es ‘‘referente literario entre jóvenes lectores”.
El 15 de mayo de 2012, después del medio día, llegó para Fuentes esa ‘‘compañera fiel e inevitable” que tanto describió en su vasta obra. Murió a los 83 años. acortar las mangas... pero lo notarían inmediatamente. Se convertiría en el hazmerreír de todo el mundo... ¿Qué empezarían a llamarle... ‘‘Músculos’’...? ¿‘‘Míster Universo’’... o sólo ‘‘Uni’’? –pronunciado ‘‘Yuny’’–, lo que sería aún peor. Así que le tocaba cargar con ese... uniforme que le daba el aspecto de niño retrasado demasiado crecido de paseo por el parque. Bueno, al menos a él no le quedaba tan mal como a los dos americanos gordos que tenía delante. Desde ahí, recostado contra la barra vertical, podía observarlos bien por atrás... repugnante... cómo les sobresalía la grasa en forma de michelines en el punto en donde el polo se metía en los pantalones cortos. Daba pena; y tenían que estar lo bastante en forma para rescatar del agua a gente presa del pánico. Por un instante se le ocurrió que a lo mejor se había convertido en un esnob del cuerpo, pero sólo fue eso, un instante. Coño, ya era bastante raro acudir a un servicio sin más que americanos alrededor. Eso no le había pasado ni una sola vez en sus dos años de patrulla por la calle. Quedaban muy pocos en el cuerpo de policía. Doblemente raro era que un par de representantes de un grupo minoritario lo superase en número y en rango. No tenía nada contra las minorías... los americanos...