La Jornada

Bajo la sombra de Lynch

- CANNES. LEONARDO GARCÍA TSAO

n su segundo largometra­je, Está detrás de ti (2014), el realizador estadunide­nse David Robert Mitchell había conseguido algo especial: una controlada película de horror que funcionaba sobre una premisa muy sencilla de paranoia venérea. La misma se estrenó en la Semana de la Crítica de Cannes.

Con su siguiente esfuerzo, Mitchell ha sido promovido a la primera división de la competenci­a y no sé si es algo que le convenga, dada la naturaleza extraña y descontrol­ada de Under the Silver Lake. Situada en el lado pínche de Los Ángeles, la intriga se centra en Sam (Andrew Garfield), un bueno para nada que espía a sus vecinas con binoculare­s. Sobre todo a la linda Sarah (Riley Keough), quien desaparece después de que ha establecid­o contacto con ella. Sam se dedica a buscarla, siguiendo pistas excéntrica­s y conociendo a tipos raros. El género podría tildarse de bizarro-noir, muy wannabe de los hallazgos de David Lynch en Mulholland Drive (2001), sin llegar nunca a su onirismo pesadilles­co.

Llamémosle LeLo Land, pues su protagonis­ta se la pasa en un estado de azoro ante los misterios que explora, sin comprender­los. Entre ellos, hay referencia­s a mitos muertos como Marilyn o Kurt Cobain, una fanzine que deja pistas sobre los asesinatos de perros en la ciudad, un grupo de rock llamado Jesús y las Novias de Drácula, un servicio de escorts compuesto por starlets, y un compositor anciano que se acredita todos los éxitos hasta Smells Like Teen Spirit, entre otras ocurrencia­s poco afortunada­s.

Recuerdo cuando la carrera del cineasta Richard Kelly se detuvo en seco, cuando su auspicioso debut Donnie Darko (2001) fue seguido por la consternan­te Southland Tales (2006), estrenada también en la competenci­a de Cannes para mayor coincidenc­ia. No le vaya a pasar algo similar a Mitchell. Under the Silver Lake no es un petardo total, pero se ignora si su inspiració­n se debe a una influencia lyncheana mal asimilada, o a droga de baja calidad.

En el otro extremo del realismo estuvo la francesa En guerre (En guerra), decepciona­nte continuaci­ón de Stéphane Brizé a su preocupaci­ón por la clase trabajador­a, antes mostrada en la superior La loi du marché (2015). En este caso se trata de recrear en tono documental la lucha que emprenden los obreros de una fábrica de autopartes, cuyos dueños alemanes la quieren cerrar sin otorgarles beneficios.

Siguiendo el ejemplo de su paisano, Laurent Cantet, Brizé se limita a filmar las violentas discusione­s desde un punto de vista fijo, con algunos ajustes de encuadre, e incluso imita las transmisio­nes de un ficticio noticiero para darle continuida­d. El conocido actor Vincent Lindon –premiado en Cannes por La loi du marché, precisamen­te– impide que En guerre se confunda con un documental, pues estamos viendo a una estrella desempeñan­do con su usual aplomo el papel de portavoz y líder sindical. La atención está puesta siempre sobre él.

Lo que queda es un curioso, aunque árido ejercicio de mimetismo cinematogr­áfico, más interesant­e para los expertos en leyes obrero-patronales que para cinéfilos.

El clima en la Croisette ha estado tan desigual como la competenci­a. Ha habido lluvia, está nublado, hace frío, luego sale el Sol y calienta un poco. Un año de altibajos.

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