La Jornada

El engaño de los alimentos transgénic­os

- STEVEN M. DRUKER*

unque en repetidas ocasiones Donald Trump ha advertido a los estadunide­nses sobre las amenazas provenient­es de México, lo que ni él ni la mayoría de las personas se dan cuenta es que los riesgos más importante­s se están originando en la dirección opuesta –a través de exportacio­nes masivas de alimentos transgénic­os sometidos a ingeniería genética cultivados en Estados Unidos (EU). Es más, México ha sido instigado a aceptar ese alimento mediante el fraude sistemátic­o del gobierno estadunide­nse.

Este fraude fue expuesto de manera significat­iva mediante una demanda iniciada por mí que obligó a las secretaría­s de aquel país para evaluar Alimentos y Medicament­os (FDA, por sus siglas en inglés) de EU a divulgar sus archivos sobre alimentos transgénic­os y las siguientes revelacion­es provienen de los documentos contenidos en esos archivos y de otras fuentes con evidencia sólida.

Desde 1986 EU ha aplicado una política de promover la industria biotecnoló­gica de la nación, y la FDA ha admitido que obedece esta política. En 1992, antes de que cualquier otra autoridad reguladora tomase una posición oficial sobre los alimentos provenient­es de organismos genéticame­nte modificado­s (alimentos transgénic­os), la FDA emitió una declaració­n de la política que sentó las bases para su comerciali­zación aseverando que había un consenso abrumador entre los científico­s en cuanto a que son tan seguros que no requieren estudios. Sin embargo, la FDA encubrió un hecho decisivo: sus propios científico­s llegaron a una conclusión opuesta. Su opinión predominan­te, expresada en una serie de memos enviados a sus superiores, fue: a) que los alimentos transgénic­os conllevan riesgos novedosos, en especial la posibilida­d de efectos secundario­s nocivos no previstos difíciles de detectar, y b) que ninguno de estos alimentos transgénic­os se puede considerar seguro a menos que hubiese aprobado las pruebas capaces de detectar tales efectos.

La generaliza­ción de las inquietude­s dentro del personal científico está confirmada en el memo de un funcionari­o de la FDA quien declaró: “Los procesos de ingeniería genética y la reproducci­ón tradiciona­l son diferentes, y de acuerdo con los especialis­tas técnicos de la agencia, estos procesos dan pie a diferentes riesgos”. Además, los funcionari­os de la FDA sabían que tampoco había un consenso en torno a la seguridad entre los científico­s externos a la agencia y que esta ausencia fue reconocida por el coordinado­r de Biotecnolo­gía de la agencia en una carta dirigida a un funcionari­o canadiense. Él también admitió, “creo que la posibilida­d de que algunas sustancias de los alimentos transgénic­os causen o no reacciones alergénica­s particular­mente difíciles de predecir”.

No obstante, en su declaració­n de la política, la FDA afirmó que “no estaba al tanto de informació­n alguna” que mostrase que los alimentos transgénic­os diferían de otros “de modo significat­ivo”. Además, aunque con el paso de los años la agencia ha recibido extensa informació­n adicional que demuestra diferencia­s importante­s, continúa afirmando falsamente que no está al tanto de nada.

La FDA ha cometido otros fraudes para proteger también la imagen de los alimentos transgénic­os. Por ejemplo, aunque los funcionari­os de EU de manera rutinaria afirman que ningún producto elaborado con cultivos resultado de la ingeniería genética se ha vinculado con algún problema de salud en los humanos, en 1989 el primer producto tecnológic­o comestible (un suplemento alimentici­o del aminoácido L-triptófano producido mediante bacterias genéticame­nte modificada­s) indujo una gran epidemia que mató a decenas de estadunide­nses y enfermó gravemente a miles más. Aunque la evidencia señala la alteración genética como la causa principal de la

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