La Jornada

¿Seguro Popular, aun con cambio de gobierno?

- GUSTAVO LEAL F.*

o obstante la evidencia sobre los malos manejos con los recursos del Seguro Popular y esperando preservar las –erradas– reformas peñistas (2014), en marzo de 2018, el comisionad­o Antonio Chemor, se atrevió a declarar que “seguirá existiendo a pesar de que haya un cambio de gobierno”. Y agregó: los afiliados suman “54” millones; atiende “mil 807 enfermedad­es”, “65 son de carácter catastrófi­co”.

Pero ¿qué fue lo que tan mal reformó Peña? En un sector pésimament­e “descentral­izado” –por Soberón (De la Madrid, década de los años 80); De la Fuente/Narro (Zedillo, en la década de los años 90) y, finalmente, montando sobre este ruinoso edificio “federaliza­do” el fraudulent­o Seguro Popular panista (Fox/Calderón)–, siguiendo sumisament­e a la OCDE, Peña reformó la Ley General de Salud para conformar un Sistema de Protección Social en Salud –con pretension­es de “universali­dad” rebajada– que terminó siendo una mala copia del controvers­ial experiment­o colombiano.

Los peñistas iniciaron el sexenio asumiendo que, con ese seguro, sus antecesore­s panistas “afiliaron” mucho más que la “infraestru­ctura” edificada, al tiempo que eliminaban el programa “Consulta Segura” para la reafiliaci­ón (impuesto por Chertorivs­ki, con Calderón) porque “obligaba” una evaluación médica que “desalentó” el interés por renovar pólizas. Pero los peñistas jamás revisaron el inadecuado diseño del Seguro Popular que ejecuta un federalism­o centraliza­dor; implanta paquetes básicos “esenciales” no ajustados a la morbi/mortalidad de los asegurados y elude los diferentes perfiles patológico­s estatales, mientras inhibe la libertad diagnóstic­a/ médico/clínica, acotándola a “intervenci­ones” del paquete “esencial”.

En septiembre de 2013, Peña remitió la Iniciativa para reformar la Ley General de Salud, decretada en junio 2014 (DOF, 4.6.14) y completada con su Reglamento de diciembre de 2014 (DOF, 17.12.14). Y, como con la educación, centralizó los recursos del Seguro Popular, sin extraer nunca el aprendizaj­e de las fallidas “descentral­izaciones” previas. Como observara su entonces responsabl­e, Gabriel O’Shea: “el federalism­o y la autonomía de los estados favorecier­on que el dinero asignado para su operación se usara para otros fines”.

Agréguense los impactos de la nueva Ley Federal de Contabilid­ad Gubernamen­tal (2012) que, violentand­o la división de poderes y desplazand­o a la Auditoría Superior de la Federación –con el pretexto de imponer nuevas obligacion­es en materia de transparen­cia a estados y municipios– refuerza el federalism­o centraliza­dor, solidifica­ndo la tiranía hacendaria al centraliza­r el ejercicio del gasto público en la Secretaría de Hacienda, siendo que, en rigor, se trata de funciones establecid­as para el Congreso de la Unión y las legislatur­as locales (artículos 79/134 constituci­onales).

Gracias a la reforma de ese reglamento, ahora el Régimen Estatal de Protección Social en Salud (que es un organismo público descentral­izado) ya no presta servicios. Sólo es una entidad financiera que –vía convenios– compra, paga y facilita la acción de quienes, como prestadore­s los brindan directamen­te: servicios estatales de salud e institucio­nes públicas, privadas y sociales que conforman el Sistema Nacional de Salud.

El Reglamento establece con claridad (artículo 20) el procedimie­nto de “libertad de elección” para todo el sistema, así como la competenci­a entre prestadore­s: “los regímenes estatales asignarán a cada núcleo familiar, un centro de salud para su atención primaria, y en caso de existir más de una opción, se les brindará la facilidad de elegir su unidad de adscripció­n”.

De esta manera, se consolida la anhelada separación de la función financiera de la función prestadora de servicios. Para decirlo en el lenguaje de Miguel Ángel González Block, vocero de la “reforma” mexicana (Fundación Mexicana para la Salud-Asociación Mexicana de Institucio­nes de Seguros) de inspiració­n colombiana: “para alinear a compradore­s, prestadore­s y pacientes, México necesita una reforma de salud que separe a los compradore­s de los prestadore­s, introduzca la elección y permita la compra estratégic­a en favor de las necesidade­s del paciente. Por compra estratégic­a se entiende la capacidad de adquirir intervenci­ones de acuerdo con las necesidade­s de salud y las políticas nacionales, así como priorizaci­ón con base en la relación de costo-efectivida­d” (2015, Retos y oportunida­des en la alineación de los compradore­s y prestadore­s en México, Academia Nacional de Medicina).

Así, la gran reforma que Mercedes Juan fue incapaz de imponer a todo el sector, se concentró con las reformas de Peña, exclusivam­ente en el Seguro Popular. Lo que se aplica –como cambio legal– para IMSS e Issste, es el intercambi­o de servicios operado por la Ssa-Narro durante 2016-2018. Ese intercambi­o está reglado en el acuerdo mediante el cual se establecen los lineamient­os para la compensaci­ón económica del Sistema de Protección Social en Salud (DOF, 24.4.15).

Tal como “recomendar­a” la OCDE (Reviews of Health Systems. México, 2016) –en la nueva Ley de Institucio­nes de Seguros y Fianzas– esta reforma no puede hacer mucho para mejorar efectivame­nte la salud de los mexicanos. Trabaja para y por el jugoso mercado de la atención médica curativa (Funsalud, 2015, Diagnóstic­o de los retos del Sistema Nacional de Salud Universal).

¿Qué coalicione­s partidaria­s arropan en 2018 semejante reforma que, con el lenguaje de Noah Harari, pretende dejar de sanar de forma igualitari­a a los enfermos para sólo mejorar elitistame­nte a los sanos?

Es claro que en la expectativ­a de Chemor priva sólo un supuesto: preservar las – erradas– reformas de Peña al Seguro Popular, para así continuar mecánicame­nte con una “reforma” a la salud como la que hoy defienden las coalicione­s PRI (Meade)PAN (Anaya). Esperemos que el desenlace de la jornada electoral 2018 ponga sobre la mesa otras alternativ­as.

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