NOSOTROS YA NO SOMOS LOS MISMOS
Ricardito
omo dirían mis reciclables abuelas: “Hay que dar el remedio y el trapito”. Si ya anduviste de criticón por la mala comparación que Andrés Manuel hizo entre Ricky Anaya y el puberto que encarnó a Ricky Ricón, o sea, el espléndido actor Macaulay Culkin, deberías –me dice un lector– recordar a otro Ricardito, cuya familia era también de la high class de los 40 pero que, extrañamente, asistía a una escuela oficial, es decir, de gobierno, gratuita, laica, ubicada en un barrio popular. El remitente supongo que es, como el suscrito, un verdadero betabel, pues se está remontando a la época de las historietas de monitos, como solíamos llamarles hasta que nuestros rikipapás nos enviaron a estudiar al extranjero y éstas se convirtieran en cómics: me refiero a una de las obras geniales nada menos que de doña Yolanda Vargas Dulché: Memín Pingüín o Pinguín (todo depende de una diéresis). Pues resulta que este Ricardito autóctono había tenido la mala fortuna de hacer amistad con un trío de niños proletarios anémicos y harapientos (cómo los de ahora, pero no tanto). Se llamaban Ernestillo, Carlangas y, por supuesto, Memín, el negrito que, aun recientemente, ha causado grandes polémicas, porque algún grupo en verdad fundamentalista consideró discriminador el trato que se le daba en la revistilla.
El señor Ricardo Anaya Maldonado, padre de Ricardo Anaya, ahora candidato, seguramente no tenía ni idea de estos avatares de la cultura popular. Se conmocionó con el extraño comportamiento que su pupilo presentaba al regreso de un viaje de estudios al que había enviado a Ricki para que “aprendiera a querer a México”. Tal parece que esa noble, generosa y patriótica intención viene de lejos. Parecía el jovencito como escindido en su personalidad. Además de que se había vuelto practicante obsesivo de ciertas costumbres ajenas al hogar. Con frecuencia hacía referencias de personajes totalmente desconocidos: Jacobo: 3.2 8, Pablo 5: 14-5.
“Por sus obras los conoceréis, repetía frecuentemente…” ¿A quién, Ricki, a tus tíos? O “el que se sienta libre de pecad…” ¡Riky, cállate! ¿No te acuerdas cómo nos fue la última vez que lanzaste ese reto y un cascajo le voló los lentes a la tía Piedad?
Pero para el señor Anaya Maldonado lo peor de todo fue en el colegio, pues, en atención a ser un distinguido desarrollador inmobiliario, nombraron a Ricardito abanderado de la escolta. Pero resulta que a la hora de la hora Ricardito no aparece y cuando van a buscarlo encuentran al pobre inocente en el despacho de la dirección mesándose los cabellos y haciendo pucheros conmovedores. El director, sorprendido, interroga al niño: “¿Qué te pasa Ricardito?” (No le pudo llamar Riky, como el niño entendía, porque no sabía inglés, pues el director era profesor desde antes de la reforma). “¡Look, míster Pérez, han robado nuestra flag!” –Pero qué dices, niño, nuestra bandera está ahí, en el nicho, junto a mi escritorio–. A Ricardito los ojos se le botaban de las órbitas. Tambaleado, dio unos pequeños pasos y luego, de su pechito, surgió un desgarrador lamento: mi bandera tiene 13 franjas, siete rojas, seis blancas y en el ángulo superior izquierdo 50 estrellas. Ésta no las tiene. Sí, en cambio, unos horribles animales peleando. ¡Esto es insulting and unacceptable!
Por fin una cascada de esos dulcesitos llamados Kisses (de Hersheys) y una cajita de Milky Way calmó la terrible exaltación de Ricardito y la ceremonia pudo continuar, aunque no precisamente para bien, pues resulta que al terminar la ceremonia y despedir a la bandera, todos los asistente se pusieron en pie y tras la banda de guerra comenzó a entonarse el Himno Nacional (lo usual en toda ceremonia cívica): “¡Mexicanos al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón, y retiemble en sus centros la tierra, al son...” Y de pronto, como un potente corno, “instrumento que puede emitir tanto sonidos suaves y dulces como ásperos y rudos”. O hacerse oír y predominar como una aguda y potente trompeta, se escuchó una juvenil y chirriante voz:
Oh, say can you see by the dawn’s early light
What so proudly we hailed twilight’s last gleaming?
at
the
Whose broad stripes and bright stars thru the perilous fight,
O’er the ramparts we watched were so gallantly streaming?
And the rocket’s red glare, the bombs bursting in air,
Gave proof thru the night that our flag was still there.
Ya en una urgentísima junta de maestros y profesores, el niño explicó: mi bandera tiene siste franjas rojas y seis blancas, o sea, el número de colonias que se independizaron desde el primer momento. En el cantón (ángulo superior izquierdo) se encuentran las 50 estrellas que conforman la federación y que se anexaron entusiasta, voluntaria, pacífica y democráticamente. La flag que ustedes quieren suplantar por la mía tiene unas peligrosas plantas y unos animales horribles peleando entre sí. Afortunadamente, maestros y sicólogos entendieron el grave problema de la personalidad escindida del pequeño y recomendaron un proceso de inmersión en una estructura social determinada hasta que no lograra una sólida integración de su realidad.