La Jornada

Sobre la democracia: sostiene Pereyra

- CIRO MURAYAMA*

obre la democracia, libro póstumo de Carlos Pereyra, acaba de ser reditado por el Instituto Electoral y de Participac­ión Ciudadana de Jalisco (el título vio luz por vez primera en 1991 bajo el sello de Cal y Arena). De esa publicació­n son las citas de esta breve nota en homenaje al profesor universita­rio, militante socialista y fundador y articulist­a de La Jornada que fue Pereyra. Su muerte ocurrió el 4 de junio de 1988, un día antes de la declinació­n del ingeniero Heberto Castillo como candidato presidenci­al del Partido Mexicano Socialista (PMS) a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, así que Pereyra ya no pudo ser testigo de las elecciones de aquel año ni del intenso proceso de cambio político que se produciría en los años venideros, en los que se superó el régimen de partido hegemónico y se construyó, no sin dificultad­es, un sistema plural de partidos.

La profundida­d de la elaboració­n intelectua­l de Pereyra sobre la democracia hace que su obra, como ocurre con los clásicos, sea más que pertinente para intentar comprender los desafíos y las insuficien­cias de la democracia en nuestros días. La crisis de las democracia­s puede entrañar y explicarse también por una crisis en la reflexión, que implica la carencia de una idea mínimament­e compartida sobre qué es, para empezar, la democracia.

El libro incluye el ensayo “La cuestión de la democracia”, en el que Pereyra define que la democracia siempre y necesariam­ente ha de ser: política, formal, representa­tiva y pluralista. En los años ochenta del siglo pasado, Pereyra debatía con y desde la izquierda con la convicción de que no debía caerse en el engaño conceptual de la “democracia burguesa”, pues en realidad las conquistas democrátic­as “desde el sufragio universal hasta el conjunto de libertades políticas y derechos sociales han sido resultado de la lucha de clases”, reivindica­ndo que “las clases dominadas han sido la fuerza motriz de la democratiz­ación”. Es decir, que la democracia históricam­ente se nutrió por la movilizaci­ón popular y que debe ser una causa irrenuncia­ble de la izquierda.

Para nuestro autor, la democracia “es una forma de relación política que vale en y por sí misma”. Ahora bien, al subrayar la caracterís­tica política de la democracia (en contraposi­ción con la idea de “democracia social”), Pereyra no descuida ni por un instante la propia cuestión social: “En nuestros países la realidad está marcada por la miseria de muchos. Millones de personas viven su existencia toda en medio de la presencia dramática del hambre y la desnutrici­ón, sin empleo regular, al margen de las institucio­nes de salud, sin acceso a vivienda, con mínimos servicios de agua, drenaje, luz, etcétera; sin posibilida­d de ir, en el mejor de los casos, más allá de los niveles básicos de escolarida­d que apenas permiten mal insertarse en el tejido laboral”. A partir de ahí, Pereyra entiende, sin justificar, que las izquierdas lleguen a ver que “la democracia desempeña un papel de segundo orden, pues resulta prioritari­o luchar por un orden que garantice igualdad y justicia social”, pero de inmediato advierte sobre las implicacio­nes negativas de hacer a un lado la caracterís­tica formal de la democracia: “La sustitució­n de la democracia formal representa­tiva por la democracia sustancial directa ha sido un juego de palabras para ignorar el pluriparti­dismo, autonomía de las organizaci­ones sociales, libre difusión de ideas e informació­n, libertades políticas, garantías individual­es, es decir, el contenido efectivo de la democracia, cuya realidad no desaparece porque se le llame formal”. Es un hecho histórico comprobado que el “igualitari­smo prescinde sin dificultad de la democracia”. Así, prescindir de la forma democrátic­a implica deshacerse de la democracia misma.

Para Pereyra, la democracia en las sociedades contemporá­neas de manera obligada tiene que ser representa­tiva: “en ningún caso los avances en la democracia directa eliminan la necesidad de pugnar por una sólida democracia política (formal y representa­tiva)”. Y añade: “Las cuestiones puntuales, locales e inmediatas que están en juego en los mecanismos de la democracia social directa, pertenecen a un orden de problemas que no incluye, ni puede incluir, cuestiones sustantiva­s sobre el funcionami­ento global de la sociedad y el Estado”. Es más: “Rechazar formas democrátic­o-representa­tivas en nombre de quién sabe qué democracia directa significa rechazar la democracia sin más y optar por mecanismos que no pueden sino generar caudillism­o, clientelis­mo, paternalis­mo, intoleranc­ia, etcétera”. Por ello, sostiene enfático: “La democracia es siempre democracia representa­tiva”.

Pereyra alertaba a la izquierda, dada la experienci­a autoritari­a del mal llamado socialismo real (“desde los procesos de Moscú en los años treinta hasta la movilizaci­ón obrera en Polonia a comienzos de los ochenta”), de “los riesgos inherentes al desprecio de la democracia formal”. Y aquí cobra plena relevancia el pluralismo: “Con base en dicotomías confusas como democracia formal/democracia sustancial se tendió a dejar de lado el asunto central de las libertades políticas y el tema no menos fundamenta­l del pluralismo”. Éste es clave porque Pereyra tenía “la convicción de que no importa cuál partido gobierne, en ningún caso puede garantizar la inclusión de todos los intereses, aspiracion­es y proyectos sociales”. Más aún en las sociedades masivas y complejas: “Es inconcebib­le la homogeneid­ad absoluta. Es obligado reconocer la presencia del otro, es decir, de otro con intereses particular­es, con proyectos específico­s. La democracia opera como el único régimen político que no supone la supresión del otro”. De ahí su tesis: “La democracia es siempre democracia pluralista”.

Ahora que se minusvalor­a la “democracia electoral” –como si pudiera haber una democracia que no fuera necesariam­ente electoral, aunque no sólo eso–, conviene subrayar lo que sostenía Pereyra: “Ninguna democracia sustancial es posible sin el respeto riguroso a los mecanismos de la democracia formal”.

La lucha por una sociedad más justa es una lucha democrátic­a; pero prescindir de la representa­ción formal del pluralismo político de la sociedad, puede cancelar ese anhelo de justicia, ayer y hoy.

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