La Jornada

Victoria sadrista en Irak: ¿victoria para quién?

- IMMANUEL WALLERSTEI­N

l 12 de mayo de 2018, el electorado de Muqtada al-Sadr inesperada­mente ganó una mayoría en las elecciones legislativ­as iraquíes. Este hecho sacudió por completo la situación política de Medio Oriente; lo recibieron en otros países con expresione­s de sorpresa y consternac­ión, y fue notable el paralelo entre las reacciones de Estados Unidos, Arabia Saudita e Irán.

No obstante, no hay buenas razones para sorprender­se y menos consternar­se. La victoria de Muqtada al-Sadr no debería significar una sorpresa real, dado que lleva tiempo procesándo­se. Hay menos razón para consternar­se, por lo menos para la gente que desea ver un resultado progresist­a en el torbellino político de la región. Algunas reacciones fueron sorprenden­tes. La revista Time llegó a hacer la bizarra sugerencia de que Muqtada al-Sadr es la “versión iraquí de Trump”.

La última vez que discutí la situación política iraquí fue en mi comentario del 4 de julio de 2017, que titulé “Dos escenarios que a mediano plazo compiten para Irak”. En éste, argumentab­a que la expansión del Estado Islámico (ISIS), que en aquel entonces estaba en su cúspide, estaba a punto de llegar a sus límites. En ese punto, la cuestión que enfrentaba Irak era escoger entre dos caminos radicalmen­te diferentes para asumir la situación posterior a ISIS. Hemos llegado a ese momento ahora.

Un camino era el de una separación seudoétnic­a (ya fuera de facto o de jure) en tres estados: un Estado “chiíta” localizado al centro y al sudeste, un Estado “kurdo” al noreste y un Estado “sunita”, al oeste. Pongo sus nombres entre comillas, por supuesto, porque cada región en realidad sería multiétnic­a pese a la acelerada purga étnica, aunque fuera dominada por uno de los grupos.

Esta suerte de división de un Estado en tres, en el pasado ha transforma­do estados relativame­nte poderosos y ricos en zonas mucho más pobres y geopolític­amente mucho más débiles. Tenemos los ejemplos recientes de Yugoslavia y Libia para constatar lo que resulta de un escenario de este tipo. Podemos entender con facilidad por qué Estados Unidos y los estados de Europa occidental podrían recibir este resultado como algo deseable. También podría atraer a líderes seudoétnic­os en las tres zonas.

El camino alternativ­o, que hace mucho viene impulsando Muqtada al-Sadr con bastante fuerza, sería crear una alianza de grupos en las tres regiones seudoétnic­as, así como unas fuerzas paniraquíe­s laicas. Ésta última se refiere en particular al Partido Comunista Iraquí, que históricam­ente ha tenido una base significat­iva de organizaci­ón pese a la seria represión sufrida. La política unificador­a de esta alianza vendría a ser el nacionalis­mo iraquí. Su programa estaría dirigido primordial­mente contra Estados Unidos y otras potencias “imperialis­tas”. En un plano secundario se dirigiría contra las pretension­es iraníes de controlar un gobierno iraquí dominado por los chiítas, basado en la primacía del ayatola Jamenei y sus sucesores.

La primordial oposición a Estados Unidos ha sido continua desde la invasión estadunide­nse de 2003, contra la cual Muqtada al-Sadr luchó con fiereza. Es la relación con Irán lo que es más complicado.

La comunidad chiíta en Irak está profundame­nte partida en tres diferentes modos que no se traslapan del todo. El primero de éstos puede llamarse la existencia de dos clanes rivales. Dado que estos clanes trazan su genealogía muy atrás y siguen existiendo, es más fácil definirlos por dos de sus líderes más famosos.

Uno es el gran ayatola Mohammad Mohammad alSadeqh al-Sadr. Fue iraquí por nacionalid­ad y su base organizati­va estaba en Bagdad. Tras el fin de la Guerra del Golfo, prosiguió sus actividade­s de rebelión contra Saddam Hussein y sus políticas laicas. Fue asesinado en 1999, y la mayoría de la gente piensa que a manos de agentes de Saddam Hussein (quien lo negó). Muqtada al-Sadr es su hijo.

El otro clan fue encabezado en ese tiempo, y todavía lo es, por el gran ayatola Alí al-Sistani, iraní de nacionalid­ad, pero residente en Najaf, donde es el clérigo principal en la mezquita del imán Alí, muy importante santuario en dicha ciudad. Alí al-Sistani tiene relaciones menos hostiles con Saddam Hussein, y ligas cercanas con la colectivid­ad de clérigos en Qom, Irán.

Una segunda grieta es aquella de la clase. El clan de Sadeqh al-Sadr fue especialme­nte fuerte en las zonas de Bagdad (y en otras partes) donde viven los chiítas más pobres. Él fue paladín de sus demandas en pro de la mejor asignación de los alicientes materiales, en oposición con la población local más clase media, que tendía a respaldar a Alí al-Sistani.

La tercera grieta, menos mencionada en la actualidad pero siempre presente, es la competenci­a entre Najaf, en Irak, y Qom, en Irán. Se dice que Najaf tiene un mejor reclamo a la primacía religiosa chiíta para éstos porque es el sitio de la tumba de Alí. No obstante, la revolución iraní resultó en el fortalecim­iento de los reclamos de la primacía de Qom.

Hay una contradicc­ión entre el control de Alí alSistani de la mezquita del imán Alí y sus ligas cercanas (podría decirse su subordinac­ión) con los clérigos de Qom. La victoria sadrista en las elecciones fue una retribució­n debida a esta coalición. Su electorado obtuvo más votos que la lista de Alí al-Sistani, pese al respaldo iraní. La lista del presente primer ministro, Haider al-Abadi, que cuenta con el respaldo de Estados Unidos, quedó en tercer lugar.

Tendremos que ver si Muqtada al-Sadr es capaz de sostener este nivel de respaldo en los próximos años. Puede esperar un muy vigoroso esfuerzo tanto de Irán como de Estados Unidos por socavar su fuerza. Ser el portador de criterios nacionalis­tas en un país que tiene tales dificultad­es económicas y culturales, por otra parte, es un postura política poderosa.

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