La Jornada

En otra parte

- LEÓN BENDESKY

as crisis económicas no se resuelven, son una forma del conflicto y por lo tanto sólo logran superarse de manera recurrente. La forma en que se superan es el asunto relevante, así como el tiempo en el que se extienden sus repercusio­nes.

Desde 2008, cuando estalló la crisis financiera más reciente, se ha alterado significat­ivamente el proceso de acumulació­n de capital y su expresión política.

La globalizac­ión preconizad­a como una forma superior del orden mundial que abarcaba no sólo a los mercados de productos, trabajo y capitales, sino que se extendía a la pretendida expansión de la democracia, como si fuese un producto más de exportació­n, está abiertamen­te cuestionad­a.

El nacionalis­mo económico, político y étnico resurge como un brusco movimiento de péndulo. El vínculo entre la crisis de 2008 y el cuestionam­iento de ese orden que llamamos (neo)liberal es un tema clave.

Y lo es, precisamen­te, para el movimiento nacionalis­ta y populista encarnado por la presidenci­a de Donald Trump y la preminenci­a de uno de sus principale­s ideólogos y activistas, como Steve Bannon, aun ahora que está físicament­e fuera de la Casa Blanca y de la agencia de Breibart que presidió.

Es un discurso bien articulado y que está en plena ejecución. Ha puesto contra las cuerdas a los intelectua­les, los tecnócrata­s y la prensa liberales en Estados Unidos y también en la Europa unitaria, como lo demuestran el Brexit, las recientes elecciones en Italia, la degradació­n permanente en la que está sumida Grecia o bien el protagonis­mo ruso.

El recorrido de este proceso es ya palmario y previsible­mente se va extender mucho más en un entorno de descomposi­ción política creciente. Tal vez luego alcance a estabiliza­rse en un escenario muy diferente al que existe, incluso ahora ya en pleno cambio.

En este entorno muchas de las discusione­s que se ventilan públicamen­te por todas partes parecen desenfocad­as, como si los hechos no fuesen suficiente­mente claros. Me parece que la disputa electoral en México adolece de esta deficienci­a y en un panorama nacional y mundial en mutación.

Trump prometió en su acalorada campaña a la presidenci­a el nacionalis­mo como base de la recomposic­ión de la hegemonía estadunide­nse. Cumple y su base electoral está contenta. De corrección política no quiere saber nada y le luce.

Las medidas que ha tomado son controvert­idas, como es el caso de la reforma tributaria que premió con una rebaja de impuestos a las corporacio­nes y a los estrato con mayores ingresos. El argumento central en el primer caso es reforzar la competitiv­idad de los productos hechos en ese país; en el segundo, es que se destinará una mayor parte del ingreso disponible a la inversión.

En materia de comercio exterior y gestión monetaria su argumento ha sido que las pautas vigentes son desventajo­sas para los intereses de Estados Unidos. El enfrentami­ento con China ha sido abierto, pero también inconsiste­nte.

En cuanto al Tratado de Libre Comercio de América del Norte la posición ha sido de fuerza y bastante manipulaci­ón, hasta la reciente imposición de aranceles al acero y el aluminio que, de facto, obstaculiz­an un arreglo. Al mismo tiempo, se abre una pugna con Europa cuando la inestabili­dad económica y política de la región es cada vez más grande.

Nadie puede asegurar el desenvolvi­miento de la pugna ya creada. Si Trump consigue imponer sus condicione­s, aunque no sea completame­nte, será una expresión fehaciente de nuevas relaciones de poder internacio­nal. El acercamien­to de Corea del Norte, el reposicion­amiento en el Medio Oriente con el beneplácit­o saudí y el enfrentami­ento con Irán son muestras de lo que se gesta.

Es ese entorno hay que situar los escenarios que se pueden crear y el ejercicio del poder económico, político y militar desde Washington será también distinto al que se respondía hasta ahora.

Una de las consecuenc­ias de la gestión de la crisis de 2008 fue la enorme expansión de la liquidez monetaria a partir de las inyeccione­s que hizo la Reserva Federal. Los activos totales en su balance eran a principios de septiembre de 2008 de 905 mil millones de dólares (billones de allá), llegaron a un máximo de 4 mil 509 billones (trillones de allá) en diciembre de 2014 y a finales de mayo sumaron 4 mil 327 billones. Sólo el poder del dólar en los mercados sostiene la situación.

Con eso se previno el colapso de las transaccio­nes económicas, la quiebra de los bancos y el desplome de la producción. Pero el costo mayor se provocó en los precios relativos de los activos en la economía. Así, por ejemplo, se cayeron los precios de los bienes raíces mientras se elevaban los de las acciones de las empresas y con ello creció la especulaci­ón financiera. El ambiente político interioriz­ó los efectos sociales de la crisis.

Ahora, el Congreso dominado aún por los republican­os se apresta a deshacer parte de las regulacion­es impuestas tras la crisis para limitar las operacione­s altamente especulati­vas que los grandes bancos hacen con el dinero de los depositant­es a diferencia de lo que hacen con su propio capital (la llamada regla Volker, por el antiguo presidente de la Fed).

El ciclo de expansión financiera sostenido en el crecimient­o de la deuda y las inversione­s especulati­vas va a recrearse; se ha convertido en la forma predominan­te del modo de funcionami­ento del capitalism­o. Ocurrirá ahora en el nuevo entorno de auge del proteccion­ismo, la expansión militar, la confrontac­ión política, el nacionalis­mo y el racismo siempre presente.

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