En Los Ángeles, restaurante pretende “cambiar el curso del negocio moderno”
Los meseros del Vespertine trabajan con coreografías
l problema no es de latitudes o temperamentos, sino del profundo hueco de inexperiencia democrática creado por el PRI a lo largo de 77 años, en los cuales ha mantenido a la nación mexicana, con algunas variantes, en una especie de limbo ciudadano donde ideas, lenguaje y comportamientos son impuestos por el gobierno en turno, y el grueso de la ciudadanía los sobrelleva como buenamente puede, en un conservadurismo que permea clases.
Tan acentuada está en el inconsciente colectivo de los mexicanos la corrupta idea política del tricolor, que en el fugaz juego transicional –12 años– a cargo del opositor PAN, éste hizo como que hacía sin hacer en el fondo nada que beneficiara al grueso de la población, a su calidad de vida y a su expansión de conciencia ciudadana. Surgió entonces el PRIAN.
Especie de iglesias laicas, ambos partidos siguieron el modelo de la de Roma: sustituir cuestionamiento y formación de sus fieles con obediencia y sometimiento, confundir sentido de pertenencia con apoyos ocasionales pero oportunos y olvidarse tranquilamente de lo establecido y comprometido en sus respectivos documentos básicos. Como la Iglesia, con el invocado evangelio. Si la intención de Jesús no fue buscar el poder terrenal, sucesivas jerarquías religiosas decidieron que su reino sí era de este mundo, por lo que la transformación de las almas sigue esperando tiempos mejores, mal sostenida en una endeble fe de carbonero, igual que la confianza de la ciudadanía en los partidos.
Pero también cuesta trabajo aceptar la muerte de un sistema político cómplice y deshonesto que sigue tratando a los adultos como a menores de edad. Dentro de sus atracos y atraso colectivo ese sistema ha resultado relativamente cómodo para algunos sectores que, acusando miopía ciudadana, temen que esta mascarada ahora se convierta, uy, “en otra Cuba u otra Venezuela”. No creen en sí mismos y para colmo les creen a esos partidos.
Si dos candidatos mantienen un discurso de monaguillos bien portados que refuerza engaños y dependencias recurrentes, eludiendo temas esenciales y hablando a la asamblea desde el carcomido púlpito de sus intereses, corresponde a los votantes y al pueblo en general, como en toda pérdida, aceptar y soltar con madurez un modelo reiteradamente equivocado… a menos de que queramos convivir con su cadáver por tiempo indefinido. En Vespertine, un restaurante que se ha convertido en un fenómeno en Los Ángeles, todo ha sido organizado para estimular los cinco sentidos, no sólo las papilas gustativas.
Todas las salas están embuidas en un olor, cuyos ingredientes se exhiben en el vestíbulo, invitando a un “recorrido olfativo”. Los cocineros usan delantales de telas de samurái. Los platos y los cuencos están hechos de piedra volcánica. Los camareros, de riguroso negro, se mueven en una milimetrada coreografía para dirigirse a los asistentes inclinándose y abriendo teatralmente las manos.
“Hemos creado un mundo en el que tú ingresas. La idea es que entres y lo recorras como te parezca”, explica el chef Jordan Kahn, de 34 años, con aspecto de estrella de rock, la cabeza rapada de un costado y pelo largo azabache del otro.
Ocupando al primer lugar de la prestigiosa lista del crítico Jonathan Gold desde su apertura el año pasado, esta ambiciosa propuesta quiere “cambiar el curso de los restaurantes modernos”.
Propuestas
En una escena gastronómica en plena ebullición de Los Ángeles, Vespertine forma parte de una nueva generación de restaurantes que quieren ofrecer una “inmersión”, como Dialogue, que promete una experiencia “jugando con los sentidos y las emociones”, o El Somni.
Incluso veteranos como Wolfgang Puck, a la cabeza de un imperio gastronómico, no quieren dejar pasar la ola: su Rogue Experience, que propone cenas intimistas para ocho personas, quiere “mover las fronteras del futuro culinario”.
Para Jordan Kahn, todo comenzó cuando descubrió un extraño edificio de vidrio con una fachada cuadriculada de hierro oxidado en un enclave del barrio de Culver City.
Fascinado, Kahn se puso en contacto con el arquitecto Eric Owen Moss para proponerle una colaboración y luego invitó a otros artistas, ceramistas, diseñadores, músicos a participar en el proyecto. Dice que sus obras han influido en los platos, y no al revés.