EL CORREO ILUSTRADO

con un funcionario de Santander el martes pasado, quien dijo que tomaría nota, pero que seguirían durante 72 horas más las llamadas: enloquecedor, irracional, inverosímil; el teléfono no deja de sonar este viernes 11, ¿alguien puede parar esta agresión? forma parte de ese descomunal desfalco al que se refiere nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador. Espero que su gobierno salga triunfador de las “vencidas” que en este momento sostiene contra todos los que se enriquecieron con este pingüe negocio y que cuando ya estén tras las rejas los dueños de las gasolineras fraudulentas, nos echen más de menos, pero ahora por lo que nos extrañan a los ciudadanos, sus víctimas. Frente a las locuras de Donald Trump, el gobierno mexicano, muy cuidadoso y escrupuloso, debe rechazar de forma tajante el muro que ese personaje insiste, tan burdamente, en construir, entre otras, por estas razones:

El muro trumpiano no es un asunto que competa sólo a Estados Unidos, aunque su construcción fuera pagada con recursos de allá.

Sería levantado en una frontera común y, por tanto, interesa a México por razones de vecindad; el muro nos trae el recuerdo del ignominioso trato recibido por México de Estados Unidos en el siglo XIX. Insinúa también el oprobio de un muro en una ciudad: el Muro de Berlín. Al contrario, la frontera entre México y nuestros vecinos del norte ya es, y debe continuar siéndolo, una amplísima zona de convivencia amistosa y pacífica de pueblos con un mismo origen.

Porque un muro no es la manera de detener las migraciones, con todos los grandísimos sufrimientos que padecen en esas aventuras los migrantes, incluso con sus niños pequeños (ya no tan sólo de Centro o Sudamérica, sino de África y otras partes). Las corrientes de migrantes requieren soluciones auténticamente humanistas que mantengan a las personas por su voluntad en sus países, en condiciones económicas, políticas y de seguridad apropiadas.