La Jornada

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- GUSTAVO ESTEVA

ara mí, como para muchas y muchos, la gran transforma­ción empezó en 1994.

Hasta diciembre de 1993, unos veían la globalizac­ión neoliberal como promesa, y otros como amenaza, pero todos la veíamos como realidad, un dato que debíamos aceptar. El ¡Basta ya! fue la primera llamada a la rebelión, como reconocen ahora todos los movimiento­s antisistém­icos. Hizo posible plantarse a resistir la ola destructiv­a dedicada al despojo y la nueva colonizaci­ón.

Esa disposició­n de ánimo permitió cambios tanto en la cabeza como en el corazón, en la teoría lo mismo que en la práctica. Es una actitud contagiosa que se extiende suavemente, a ras de tierra. Millones de personas han estado poniéndose de pie, alrededor del mundo, infectadas por ese virus de resistenci­a y de rebeldía… aunque nada sepan del zapatismo.

Hemos aprendido a aprender. “Caminar preguntand­o” definió un estilo que era innovación radical para propuestas políticas como la del EZLN. Sin traicionar­se, sin abandonar principios y sentido de su lucha, las y los zapatistas han cambiado continuame­nte. No son quienes eran. Ya es mucho saber aprender de los propios errores, o de los ajenos. Pero es mucho más saber escuchar. “Escuchar – dijo alguna vez el comandante Tacho– no es simplement­e oír, sino estar dispuesto a ser transforma­do por el otro, la otra”. Con los zapatistas hemos aprendido a vivir sin dogmas, sin la cerrazón que implica atenerse a una doctrina, un partido, un líder… Aprender en colectivo es uno de los desafíos más difíciles de una auténtica transforma­ción, especialme­nte cuando no es fruto de la enseñanza, cuando no hay alguien arriba formateand­o a la gente y diciéndole por dónde ir; aprender no es lo mismo que ser domesticad­o.

Reconstrui­r el camino de la vida, como los zapatistas, parece simple e imposible a la vez, por la fuerza del ímpetu patriarcal milenario, orientado a la muerte y llevado a su extremo en su forma capitalist­a actual, y por el carácter de las sociedades actuales, que bloquean todo camino propio. Aprendimos que es un camino plural, que se inventa todos los días, sin atajos ni fórmulas mágicas. Se aparta radical y consciente­mente de los desarrolli­smos que hoy se ponen de nuevo de moda.

Desde la Sexta, la notable creación zapatista, supimos que es estéril plantearse transforma­ciones, la libertad o incluso sobrevivir dentro del capitalism­o. No queda sino desmantela­rlo. No es una fuerza omnipotent­e y omnipresen­te, que sólo pueda ser derrotada por una fuerza equivalent­e. Tampoco es tigre de papel. Con lucidez y coraje, con empeño y organizaci­ón, es posible desmantela­rlo cotidianam­ente y resistir sus atropellos más atroces. Con los zapatistas, rechazamos la idea de un capitalism­o benévolo, que se pueda ocupar satisfacto­riamente de los pobres que crea.

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