P
ara mí, como para muchas y muchos, la gran transformación empezó en 1994.
Hasta diciembre de 1993, unos veían la globalización neoliberal como promesa, y otros como amenaza, pero todos la veíamos como realidad, un dato que debíamos aceptar. El ¡Basta ya! fue la primera llamada a la rebelión, como reconocen ahora todos los movimientos antisistémicos. Hizo posible plantarse a resistir la ola destructiva dedicada al despojo y la nueva colonización.
Esa disposición de ánimo permitió cambios tanto en la cabeza como en el corazón, en la teoría lo mismo que en la práctica. Es una actitud contagiosa que se extiende suavemente, a ras de tierra. Millones de personas han estado poniéndose de pie, alrededor del mundo, infectadas por ese virus de resistencia y de rebeldía… aunque nada sepan del zapatismo.
Hemos aprendido a aprender. “Caminar preguntando” definió un estilo que era innovación radical para propuestas políticas como la del EZLN. Sin traicionarse, sin abandonar principios y sentido de su lucha, las y los zapatistas han cambiado continuamente. No son quienes eran. Ya es mucho saber aprender de los propios errores, o de los ajenos. Pero es mucho más saber escuchar. “Escuchar – dijo alguna vez el comandante Tacho– no es simplemente oír, sino estar dispuesto a ser transformado por el otro, la otra”. Con los zapatistas hemos aprendido a vivir sin dogmas, sin la cerrazón que implica atenerse a una doctrina, un partido, un líder… Aprender en colectivo es uno de los desafíos más difíciles de una auténtica transformación, especialmente cuando no es fruto de la enseñanza, cuando no hay alguien arriba formateando a la gente y diciéndole por dónde ir; aprender no es lo mismo que ser domesticado.
Reconstruir el camino de la vida, como los zapatistas, parece simple e imposible a la vez, por la fuerza del ímpetu patriarcal milenario, orientado a la muerte y llevado a su extremo en su forma capitalista actual, y por el carácter de las sociedades actuales, que bloquean todo camino propio. Aprendimos que es un camino plural, que se inventa todos los días, sin atajos ni fórmulas mágicas. Se aparta radical y conscientemente de los desarrollismos que hoy se ponen de nuevo de moda.
Desde la Sexta, la notable creación zapatista, supimos que es estéril plantearse transformaciones, la libertad o incluso sobrevivir dentro del capitalismo. No queda sino desmantelarlo. No es una fuerza omnipotente y omnipresente, que sólo pueda ser derrotada por una fuerza equivalente. Tampoco es tigre de papel. Con lucidez y coraje, con empeño y organización, es posible desmantelarlo cotidianamente y resistir sus atropellos más atroces. Con los zapatistas, rechazamos la idea de un capitalismo benévolo, que se pueda ocupar satisfactoriamente de los pobres que crea.