Miguel León-Portilla se recupera en el hospital de un mal respiratorio
“La mayor parte del tiempo la pasabas en silencio. El último cuadro que nos regalaste es invisible, nunca será pintado. Señalaste el muro blanco frente a ti. Busqué lo que me señalabas. ‘¿Qué miras con tanta intensidad…?’ algo más quería decirte, pero me interrumpiste. ‘Hay un círculo de pájaros negros que vuelan allí. ¿No los pueden ver?’ Ese muro de tu habitación siempre quedará teñido por ese cuadro imaginario.”
Ese párrafo desgarrador se lee en la penúltima página de El cuadro invisible: mi memoria de Leonora (Editorial Gráfica Bordes, 2018), libro autobiográfico con el que Gabriel Weisz (1946), hijo de la pintora surrealista Leonora Carrington (19172011), lucha con sus demonios a fin de reconciliarse con la pérdida de su progenitora. Sin embargo, no se trata de un simple “desahogo”. Weisz Carrington también pretende “desmitificar a una persona que finalmente es alguien con sus complejidades. No es ni una diosa ni un icono, sino un ser que tenía toda la complejidad que algunos tenemos”.
En entrevista, el escritor explica que en su obra regresa a momentos en que doña Leonora es un fantasma que revisita, porque “muchas veces damos por hecho que las personas están allí y se nos olvida que no siempre será así”. Cuando ya no están, “cómo rescatar algo que se escapa continuamente”, entonces empieza la búsqueda de quiénes eran. El cuadro invisible… es una visita a la pintora surrealista como persona.
–¿Qué se desmitifica, qué ideas erróneas se corrigen?
–Primeramente, creo que a Leonora se le ha pintado como una especie de bruja interesante o un ser exótico. No era ni una ni otra cosa. Era un ser inteligente y rebelde. Quise aterrizar a la persona y no al personaje. Quitar al personaje y buscar a la persona, sobre todo explorar a la artista que realmente fue. Ella lo que hizo fue arte y no cosas chistosas. Las anécdotas me interesaban mucho menos que este explorar un poco lo que fue como artista y escritora.
El cuadro invisible… a veces está escrito en primera persona, luego es como si Gabriel hablara con su madre: “De hecho, en mi mente era lo que hacía. Trataba de hablar con ella para recrear esos momentos que pasamos juntos. Y claro, cosas que desconocía porque evi- dentemente ni siquiera había nacido, como qué le pasó durante la Segunda Guerra Mundial y cómo pudo conocer al grupo surrealista, por ejemplo”.
–¿Esta parte se lo había contado o hubo que meterse al archivo para ver qué información encontraba?
–Algo me había platicado, otras veces tuve que ir al archivo para ver qué había sucedido porque quería ser lo más preciso que se pudiera en todo esto. Aunque, claro, siempre es aproximativo.
–¿Se quedó satisfecho con este recuento de 156 páginas?
–Pues no, siempre falta. Claro, había momentos en que tenía que imaginar. Hay algo que queda siempre fuera del libro y que uno diga: si hubiera recordado esto o lo otro. Sin embargo, creo que finalmente el libro es lo que es, porque es un organismo que después se vuelve completamente independiente de uno. Entonces se personifica a sí mismo el libro. Uno interviene de una manera muy relativa. Lo que no se pudo escribir quedará quizá para un imaginario futuro.
El cuadro invisible… está a la venta en las tiendas de los museos de Arte Moderno y de Arte Contemporáneo de Monterrey. El filósofo e historiador Miguel León-Portilla (Ciudad de México, 1926) fue hospitalizado el fin de semana debido a problemas respiratorios y su condición es “estable”, informó a La Jornada Sofía Grivas, coordinadora de difusión de El Colegio Nacional.
Añadió que a petición de la familia se reserva el nombre del nosocomio donde el experto en filosofía náhuatl se recupera. Tampoco se sabe cuándo será dado de alta.
La más reciente aparición en público de León-Portilla fue el pasado 13 de noviembre, cuando participó en el foro Pobreza y Cultura Indígena en México, organizado por el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc).
Al encuentro llegó en silla de ruedas y explicó que ya son pocas las invitaciones a actos públicos que acepta por las dificultades físicas que a sus 92 años le ocasiona su ‘‘exceso de juventud”. Por eso canceló su participación en el Festival de Poesía Las Lenguas de América Carlos Montemayor realizado en octubre en la sala Nezahualcóyotl de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde es investigador emérito.
Bromista y con la lucidez de siempre, al autor de Visión de los vencidos abordó en el foro del Imdosoc un tema que ha marcado su vida profesional: la situación en que se encuentran en la actualidad los pueblos originarios.
“Estamos ante un reto, queremos que nuestros hermanos indígenas superen la miseria y les regalan billetes. No: no sirve de nada. Regalémosles la posibilidad de conservar sus valores y de enriquecerse con la verdadera belleza que es la educación”, puntualizó en ese encuentro el filósofo, quien cuenta con al menos 19 doctorados honoris causa otorgados por universidades de todo el mundo.
También reconoció que es un enamorado de la cultura indígena, a la que ha dedicado todas sus investigaciones académicas, entre ellas La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes (1956), su tesis doctoral, hoy reditada varias veces y traducida al inglés, el italiano, el ruso y el alemán, entre otros idiomas.
Desde el 23 de marzo de 1971, Miguel León-Portilla es miembro de El Colegio Nacional, institución para cuyo ingreso presentó la ponencia La historia y los historiadores en el México antiguo y fue recibido con un discurso de Agustín Yáñez (1904-1980).