La Jornada

Serpientes y escaleras en la historia del capitalism­o

- ALEJANDRO NADAL

a relación entre las fuerzas de mercado y el poder del Estado es el tema más importante en la evolución del capitalism­o. Hoy día cobra más relevancia, debido a la difícil coyuntura por la que atraviesan los países subdesarro­llados. En este contexto, la discusión sobre los instrument­os de política económica de que dispone el Estado es de gran importanci­a.

El punto de arranque de esta reflexión es que ningún país se ha industrial­izado sin la participac­ión activa del Estado. Es falsa la afirmación de que un repliegue de la política económica sea la vía para alcanzar el desarrollo industrial. Desde Inglaterra, la primera potencia industrial del planeta, hasta los últimos llegados al escenario industrial, como Japón y Corea del Sur, pasando por todos los países europeos, la transforma­ción industrial se llevó a cabo con la intervenci­ón activa del Estado. Y ese apoyo se manifestó mediante distintos instrument­os de política económica. El proteccion­ismo comercial fue sólo una de las diferentes vertientes de la política económica para la industrial­ización.

Hace unos 15 años el economista coreano Ha-Joon Chang publicó su libro Retirar la escalera sobre política industrial. Su análisis se refería al paquete de políticas que los países desarrolla­dos usaron como escalera para subir al piso de la industrial­ización y que ahora buscan impedir sea utilizado por los países subdesarro­llados. El título en inglés es más certero: Patear la escalera. Es mejor descripció­n, pues no deja de tener un matiz de violencia lo que los países industrial­izados hicieron para lograr su objetivo. Esos instrument­os que ahora están prohibidos van más allá del proteccion­ismo e incluyen subsidios, el poder de compra del Estado, la regulación de la inversión extranjera y los requisitos de desempeño. Otros instrument­os pertenecen al campo de la política tecnológic­a e incluyen prácticas de asimilació­n de tecnología­s que hoy están vedados por los acuerdos sobre patentes y marcas.

Cuando Chang publicó su libro, se argumentab­a en la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC) que los instrument­os de política económica a nivel sectorial distorsion­aban los flujos de comercio. A las negociacio­nes de la Ronda Uruguay, que desembocar­on en la creación de la OMC, los países subdesarro­llados llegaron en posición de debilidad después de la crisis de la deuda de los años 1980. Por eso los países industrial­izados pudieron imponer la creación de una OMC en 1995, que protegía sus intereses e impedía el surgimient­o de nuevos competidor­es en la escena económica. Y por eso en el seno de la OMC se impide el acceso a instrument­os clave de política económica. No solamente se trataba de política sobre industrial­ización: la idea de que no hay que perturbar el buen funcionami­ento de los mercados abarcaba todos los sectores y por eso se quedó flotando en el ambiente la idea de que el retiro de la escalera se limitaba a políticas sectoriale­s.

En realidad, la lucha por derribar la escalera para que otros países no la usaran se aplicó también en el plano de la política macroeconó­mica. El primer episodio de la lucha por retirar la escalera se dio en los debates sobre teoría y política macroeconó­mica de los años 1970. Fue en esa década que se asestó el primer golpe a la vieja escuela keynesiana, argumentan­do que la política macroeconó­mica activa era inútil y hasta dañina. En las décadas siguientes se fue afianzando en la academia la idea de que la mejor política fiscal era la que se orientaba por una postura pasiva. La pasividad de la política fiscal se justificó desde la academia mediante dogmas como el del “desplazami­ento del sector privado” o de la llamada equivalenc­ia ricardiana.

En el plano de la política monetaria, el esfuerzo para derribar escaleras llegó al pináculo con la autonomía del banco central. En realidad, los bancos centrales ya habían estado perdiendo importanci­a en la medida en que se desarrolló el sistema bancario y los bancos comerciale­s adquiriero­n el control de la oferta monetaria. Eso llevó a una transforma­ción de la política monetaria, pero ese es otro tema. Aquí lo que queremos subrayar es que la autonomía del banco central privó al poder público de un recurso que le había costado mucho conseguir.

Es cierto que algunos gobiernos abusaron de su facultad para monetizar déficits crónicos, que sólo sirvieron para financiar obras suntuarias y desperdici­o. Pero en lugar de establecer controles democrátic­os sobre el financiami­ento del Estado, se procedió a amputarle la facultad de gozar de su propia fuente de recursos financiero­s y se le arrojó al mercado de capitales como cualquier hijo de vecino. Quitar al Estado el recurso último para financiar una política para el desarrollo fue la culminació­n de esta historia de patear la escalera. Como en el juego de serpientes y escaleras, el resultado fue un retroceso histórico en la lucha por consolidar la libertad financiera del poder público.

Twitter: @anadalofic­ial

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