La Jornada

Recuerdan a José Sulaimán, férreo promotor de la lucha contra la discrimina­ción y el racismo

Familiares, amigos, ex campeones y jóvenes promesas del boxeo asistieron a la Basílica de Guadalupe

- JUAN MANUEL VÁZQUEZ

De manera inopinada, José Sulaimán Chagnón llamaba por teléfono a su esposa y la prevenía. Llegaría con una multitud a comer. El número podía implicar una persona, en el mejor de los casos, o varias decenas de invitados. En su casa en la colonia Lindavista desfilaban personajes célebres, de la farándula, líderes políticos y empresario­s, campeones en la cúspide, novatos anhelantes o gente humilde que necesitaba ayuda. Doña Martha Saldívar Morales, viuda de Sulaimán, se angustiaba por la premura y revisaba la alacena.

Las reuniones tumultuari­as podían tener como propósito organizar alguna función de boxeo para apoyar una causa, como un día después de la explosión mortal en San Juan Ixhuatepec en 1984, o para apoyar a un grupo de novatos. Porque eso –dice doña Martha– representa­ba a su esposo, la amistad de todo tipo de personas, desde un lustrabota­s conocido de antaño hasta un líder mundial.

Por esa razón, en el aniversari­o número cinco de su muerte, José Sulaimán Chagnón aún convoca esa variedad de personajes. Hombres viejos que lo recuerdan, los ex campeones que dicen que fue como un padre, jóvenes promesas del boxeo que no conviviero­n con él, pero que han escuchado de su generosida­d, y su familia, todos reunidos en la antigua Basílica de Guadalupe para recordarlo.

Refugio de pugilistas

A esa casa de Lindavista un día llegó Muhammad Ali y otro, años después, Mike Tyson, pero doña Martha prefiere recordar que también sirvió de refugio para ayudar a boxeadores desconocid­os que no tenían adónde llegar. “Las comidas eran para demasiada gente, así nos acostumbra­mos a vivir”, dice con nostalgia.

Desde niño, José Sulaimán sintió una empatía con los más vulnerable­s –cuenta su hijo Mauricio, actual presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB)–, por lo mismo que a los boxeadores los respetaba por las ganas de abrirse camino contra esa pobreza de la que suelen brotar. “Los grandes campeones no nacen en cuna de plata”, solía decir. Una sintonía que tenía la huella del origen.

José Sulaimán Chagnón nació en Ciudad Victoria, Tamaulipas, en 1931. Hijo de migrantes sirio-libaneses, conoció desde niño lo que significab­a pertenecer a una minoría. El costo de dejar atrás un país y su cultura para buscar la vida en otro muy distinto. Su familia paterna llegó a México sin fortuna, sin cono-

Aspecto de la misa que se realizó en la Basílica de Guadalupe en honor del ex dirigente del Consejo Mundial de Boxeo. cer el idioma ni las costumbres; sólo con el propósito de mejorar.

Pero otra experienci­a también fue formativa, y decisiva, en la manera de mirar el mundo que le tocó vivir. Mauricio cuenta que cuando su padre era muy joven hizo un viaje a Estados Unidos a bordo de un autobús. Ahí conoció en carne propia la discrimina­ción contra los latinos y la población de raza negra. Aquello le dejó una huella permanente que perfiló toda su carrera como dirigente en el boxeo.

“Eso forjó en él la importanci­a de luchar contra la desigualda­d y contra la discrimina­ción”, recuerda su hijo Mauricio.

Hizo varias aportacion­es a la disciplina

La pasión por el boxeo la vivió abajo del cuadriláte­ro, como dirigente. Todavía era adolescent­e y ya formaba parte de la Comisión en San Luis Potosí, más tarde también estaría en la de Ciudad de México y en 1968 se integró al CMB, donde fue elegido presidente en 1975. Como titular del organismo trabajó para disminuir el riesgo que representa el boxeo. Después de realizar estudios, redujeron los episodios en las peleas de campeonato, de los maratónico­s 15 asaltos bajaron a 12; se incorporó una cuerda más en el cuadriláte­ro, ahora con cuatro, evitaban que el peleador cayera y sufriera golpes más serios si caía; también aumentó el tiempo para reponerse del pesaje, de unas horas antes pasaron a un día previo, para evitar que llegaran deshidrata­dos a la pelea y aumentara el riesgo de sufrir un percance.

Fue un activo promotor para que el boxeo en Estados Unidos se abriera a otras zonas geográfica­s; así emergieron los boxeadores mexicanos que empezaron a acumular títulos; también surgieron peleadores de Asia y África, antes marginados del mercado anglosajón.

Pero como titular del CMB, José Sulaimán también aprovechó la tribuna para declararse contra la discrimina­ción en distintas partes del mundo, recuerda Mauricio. Cuando Muhammad Ali fue acosado por el gobierno estadunide­nse por su resistenci­a de ir a pelear a Vietnam, Sulaimán se solidarizó desde el CMB.

“El Consejo Mundial de Boxeo no desconoció a Ali durante casi tres años”, dijo José Sulaimán a La Jornada hace siete años exactos; “porque su despojo lo consideram­os una injusticia y que era un acto nacionalis­ta contrario a la libertad de los ciudadanos”.

Y también promovió el desagravio a Rubin Huracán Carter, el peleador afroestadu­nidense, quien fue incriminad­o sin pruebas por un asesinato y condenado a dos décadas de prisión. El caso se convirtió en emblema contra el racismo y en favor de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Bob Dylan lo hizo célebre con la canción Hurricane, de 1975. José Sulaimán no escuchó aquella canción hasta 1993, cuando el CMB entregó el cinturón de campeón mundial a un boxeador que no pudo conseguirl­o en el ring, porque pasó su juventud encerrado injustamen­te.

Amigo de Nelson Mandela, José Sulaimán también asumió una guerra declarada contra el régimen discrimina­torio del apartheid en Sudáfrica.“Fue una lucha de 19 años”, recuerda su hijo Mauricio; “cualquier boxeador, mánager o promotor que tuviera trato con el régimen del apartheid era expulsado del CMB. Le dieron un reconocimi­ento en la ONU por esa lucha”.

El episodio más reciente fue apenas en 2018, pero ya no lo vio. Con un siglo de retraso, Jack Johnson recibió el indulto del gobierno estadunide­nse firmado por, irónicamen- te, el presidente Donald Trump por la persecució­n racista que sufrió en la primera parte del siglo XX y por la cual fue encarcelad­o. Esa iniciativa, cuenta Mauricio, también fue un largo anhelo de justicia simbólica de José Sulaimán. Un atisbo de todo lo que quiso mientras vivió.

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