Distopía socialista
S e pelean con un socialismo que no existe. Se pelean contra una antiutopía que no pertenece a nadie. Se imaginan un mundo sin familia, sin orden, sin mercado, sin libertad. Los liberales de derecha del mundo inventaron un fantasma, le colgaron el letrero de “socialismo” y ahora lo andan viendo en todas partes, sobre todo, y a cada rato en Venezuela. Pero ya basta.
Porque ese socialismo contra el que ellos se pelean no es aquel con el que comulgamos las democracias inclusivas, plenas de pueblo que vivimos el siglo XXI. Nuestro socialismo es particular, popular y profundamente latinoamericano. Como lo dijimos claramente durante la Asamblea de las Naciones Unidas el mes de septiembre pasado: el nuestro es un proyecto autónomo de revolución democrática, de reivindicación social, es un modelo y un camino propio que se basa en nuestra propia historia y en nuestra cultura.
Y claro, nuestra democracia es distinta porque no fue fundada ni por ni para las élites, como sí lo fueron las democracias liberales de Europa y de Estados Unidos. Contra ese modelo nos rebelamos y es que propusimos, ya hace 20 años, una democracia nuestra, fundamentada en el corazón soberano del pueblo venezolano.
Lo que pasa es que, terminando el siglo XX, cuando en Latinoamérica salimos del periodo de las dictaduras impulsadas por Estados Unidos, trataron, con la idea de “democracia liberal”, de envolvernos un paquete de regalo –cual caballo de Troya– con todos los valores de su propio concepto de “modernidad”. Pero queremos decirles que acá en Latinoamérica también tenemos identidad y valores, y que queremos envolver en nuestra democracia, antes que los ajenos, los valores propios. No solamente los del individuo y el capital. También los de la solidaridad y de la