Un tsunami editorial
L os franceses están deprimidos. Tal vez sea necesario hallar en este sentimiento general la razón del éxito excepcional de ventas de la última novela de Michel Houellebecq, Sérotonine, la cual acaba de aparecer en librerías. Es el título del libro, pero es igualmente el nombre de una píldora en venta en las farmacias a quienes confían en sus supuestas virtudes de tratamiento contra la depresión. Cabe preguntarse cuál será la medicina más eficaz: la pastilla o la novela.
La historia desarrollada en el libro, por un narrador que nos cuenta su vida, es la de un hombre de una cuarentena de años, profundamente deprimido, al extremo de abandonar su oficio, renunciar a todo y retirarse a un cuarto de hotel donde, por excepción, no está prohibido fumar. Sin decidirse al suicidio, rememora todos sus fracasos y considera que ha fallado en todo, tanto en el amor como en su profesión de agricultor en Normandía. La mirada desesperada, que arroja sobre él mismo, sobre los otros, sobre toda la sociedad y sobre el mundo entero propaga una atmósfera siniestramente nauseabunda, bastante característica de la decidida sensibilidad mórbida del autor, ya revelada en sus novelas precedentes. A la vez misógino (las mujeres son “putas” o “cabronas”, si no las dos) y homofóbico (los hombres son pederastas o pedófilos), el narrador se burla y provoca algunas risas cubriendo de sarcasmos al vitriolo los partidarios conformistas de la política correcta.
Algunos lectores, sobre todo entre los más entusiastas, obtienen quizás una extraña satisfacción al descubrir un personaje aún más deprimido que o lo están ellos mismos, un héroe ejemplar o más bien un antihéroe, representativo del fracasado amargo, completo e insuperable. Tal personaje puede dar seguridad, puede consolar: hay, pues, peores que yo. Observar la desgracia o la nulidad de los otros permite hacerse una mejor imagen de la propia persona. O bien, se trata acaso