De buena fe
N LECTURAS FORMADORAS de mi adolescencia aprendí y comprendí el concepto de mala fe, ilustrado múltiples veces en la obra de la autora francesa Simone de Beauvoir y en la de sus contemporáneos. Sabía que en México esta expresión carecía de peso y contenido, acaso por la falta de fe de nuestro pueblo, hasta que recientemente comprendí que la expresión mala leche da cuenta, de manera menos elegante pero más reveladora, de las emociones que alberga la gente sin fe y que tuvo una mala madre, lo que explicaría su tendencia a hacer daño de la manera que más se le facilite.
ESTO VIENE A cuento por las benditas redes que llevan mi estado emocional de una empatía tranquilizadora, donde encuentro buena fe crítica, a una ira irreprimible ante las sartas de comentarios de mala fe, cuya falta de sustento argumental apenas disfraza su verdadera finalidad: aplastar, destruir, convertir en lo opuesto a quien o quienes vehiculan cualquier bondad.
LA FALTA A la verdad o las semiverdades tergiversadas que proliferan desde hace meses en las redes, la radio y televisión, o medios impresos, ya no tienen pudor y exhiben su mala leche de nacimiento o una comprada por intereses de quienes la traen en los genes.
COMO SEA, ESTE panorama informativo afecta mi salud emocional y apagué los medios donde opinadores disfrazados de críticos in-