Se apagó una estrella
H ay seres luminosos que son como cuerpos celestes que embellecen el mundo que los rodea. Así era Mónica Baptista de López Negrete, quien falleció hace unos días.
Era restauradora de arte, labor que le apasionaba y que desarrolló en Restauro y Conservación, su taller en Chimalistac, que evocaba a los maestros renacentistas.
Ese amor por el patrimonio artístico e histórico lo compartía con su esposo, el ingeniero Salvador López Negrete, que los llevó a adquirir en 1988 una casona del siglo XVII a un costado de la Catedral Metropolitana.
En estado ruinoso como el entorno que la rodeaba, ellos supieron ver la belleza que guardaba detrás del severo detrimento. En esa época el Centro Histórico que recientemente había obtenido tal denominación –antes era simplemente
“el centro”– estaba invadido por miles de vendedores ambulantes.
Buena parte de los inmuebles estaban deteriorados, antiguos palacios y mansiones convertidas en vecindades y bodegas. Seguía vigente el decreto de congelación de rentas que se había establecido medio siglo atrás como medida de emergencia por la Segunda Guerra Mundial. Esto contribuyó significativamente al menoscabo inmobiliario.
Esto no detuvo a la pareja que se animó a comprarla junto con el restaurador Manuel Serrano. A lo largo de cuatro años la casona fue sometida a un intenso proceso de restauración. Por fortuna, al quitarle añadidos hechos a lo largo del tiempo, se descubrió que guardaba casi el ciento por ciento de su estructura original. Sin duda es la casa habitación mas bella y señorial de la zona, no sólo por su arquitectura sino por la exquisita decoración.
Al paso de los años de forma amorosa adquirieron muebles, cuadros y objetos antiguos, muchos restaurados por Mónica, que nos trasladan a la vida íntima de una familia del siglo XVII.
El amor de Mónica no quedó en su casa, lo extendió al Centro Histórico; se