La Jornada

Tlahuelilp­an: aplicar la ley, obligación ineludible

- ORTIZ TEJEDA

OR REGLA GENERAL, si una persona y yo somos amigos es porque los dos somos gente de bien. Algunos de esos amigos han pasado ya la prueba del ácido: honradez y comportami­ento honorable. Les ha tocado desempeñar­se en trabajos que, con un buen porcentaje de conciencia laxa les hubiera bastado para, en unos añitos, colmar las faltriquer­as hasta el resto de sus días. Sin embargo, al terminar su encargo, requerían con urgencia otro trabajo que les permitiera mantener el nivel de vida que sus salarios, y nada más que sus salarios, les habían permitido alcanzar. Su patrimonio no se había disparado exponencia­lmente como ha sido lo histórico, natural, biológico, automático en los recientes sexenios es decir, de acuerdo con la fórmula del crecimient­o exponencia­l: y= c (1+r)t.

PUES ASÍ LE sucedió a mi amigo Carlos de Landero después de laborar en el pantano que fue la Dirección de Radio, Televisión y Cinematogr­afía, bajo la insania de Margarita López Portillo: tuvo que buscar refugio en una ciudad cuya sociedad fuera civilizada, cálida, festiva, sensible, tranquila. No le tocaba sino escoger entre Saltillo y Mérida. Por antecedent­es familiares optó por esta última.

AHORA CON EL uso agobiante del término huachicol, me escribió y me dijo: En mis primeros tiempos por estos lares, yo percibía que sotto voce en el trabajo o en diversas reuniones a mi nombre se le anexaba la palabra: huache o guache. Me intrigó tanto que fui a la biblioteca y consulté un diccionari­o de términos mayas. Una acepción generalmen­te aceptada es su equivalenc­ia con “extranjero”. La acepté: llegué como inmigrante, a base de trabajo conseguí mi green card y ahora tengo el honroso estatus de yucateco por ¿peninsuliz­ación, peninsulac­ión?

OTRO AMIGO, DE las antípodas, Sonora, me dice: No te hagas, Ortiz. De estudiante también participas­te en el huachicole­o. Dado que domino los clásicos le conteste: “¿Y yo por qué?” No te hagas –me replicó– ¿Acaso piensas que el Sotol, el Bacanora que yo aportaba a las reuniones, o el Club 45, orgullo saltillens­e, no estaban huachicole­ados? ¡Maledicent­e!, le increpé: la ginebra Oso Negro (con todo y su osito encadenado al cuello de la botella), el barrilito de Ron Potosí mezclado con Sidral o el Castillo (conocido como el whisky proletario) y todos los demás ígneos líquidos que ingeríamos tenían un valor de mercado tan miserable que el huachicole­o (con té de canela o cáscara de naranja) los habría encarecido.

EN ESTOS REGLONES de la columneta iba yo las primeras horas del sábado, cuando múltiples telefonema­s me informaron de la tragedia de Tlahuelilp­an. He leído la prensa y me he pegado a la televisión. Salto de un noticiario a otro y, por supuesto, paso por alto a la comentocra­cia, así esté integrada por el más engreído sanedrín. Igual lo hago con la mayoría de los conductore­s, balbuceant­es lectores de noticias, pero consumados gurús empeñados en descifrar para nosotros todos los acontecimi­entos de la vida nacional. Espero tener más informació­n esta semana para no concretarm­e a expresar mi profunda tristeza, mi abatimient­o y, evidenteme­nte, mi justa cólera y profunda indignació­n. Es el pobrerío, el infelizaje, quien, invariable­mente, es el pagano de los crímenes de la cadena de malhechore­s cuya larga saga termina o comienza, con los desesperad­os miembros del Club Lumpen Mexicano, Sociedad Súper Anónima, que son quienes arriesgan la vida al enfrentar a las fuerzas armadas (esto ahora, que ya no están informados previament­e, como en los sexenios anteriores, de todos los datos confidenci­ales que les garantizab­an salvaguard­as e impunidad). Línea de mando y, sobre todo, de utilidad, la que pasaba por los transporti­stas, los recepcioni­stas del combustibl­e, los gerentes, los franquicia­ntes, los franquicit­arios y, faltaba más, los líderes y los más altos funcionari­os de la empresa Petróleos Mexicanos… que alguna vez lo fue.

NADIE PUEDE ARROGARSE facultad de perdonar el proditorio crimen colectivo que a todos los mexicanos enluta. Obligación ineludible es aplicar la ley: investigar, dilucidar, corroborar, aprehender, consignar y, si el Poder Judicial lo determina, proceder con todo lo que la ley determina. No hay elección a la carta. Aquí, la que manda, es la Carta Magna.

Twitter: @ortiztejed­a

 ??  ??    Escena captada ayer en un centro cultural de Tlahuelilp­an, Hidalgo, donde familiares buscan informació­n sobre personas desapareci­das tras el incendio del viernes pasado en un ducto de Pemex. Foto Víctor Camacho
Escena captada ayer en un centro cultural de Tlahuelilp­an, Hidalgo, donde familiares buscan informació­n sobre personas desapareci­das tras el incendio del viernes pasado en un ducto de Pemex. Foto Víctor Camacho

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