La Jornada

La vida cotidiana en Venezuela, lejos de una crisis humanitari­a

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO ENVIADO CARACAS

Otra vez, la supuesta crisis humanitari­a en Venezuela está en el centro del conflicto político. El día de ayer, desde un lado del cuadriláte­ro, Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Legislativ­a, mostró de qué lado masca la iguana y deslizó la posibilida­d de una incursión militar en Venezuela, con el pretexto de brindar ayuda humanitari­a. Y desde el otro, el presidente Nicolás Maduro denunció esa asistencia como un show para justificar una intervenci­ón extranjera en su país.

Entrevista­do por la agencia Afp, Guaidó, quien con el auspicio de Washington se autoprocla­mó “presidente encargado” en un mitin, no descartó autorizar una intervenci­ón militar de Estados Unidos o una fuerza extranjera en Venezuela para derrocar a Nicolás Maduro.

Guaidó justificó la invasión con el argumento de que hará “todo lo que sea necesario, todo lo que tengamos que hacer para salvar vidas humanas, para que no sigan muriendo niños” o pacientes por falta de medicinas.

El conferenci­a de prensa, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, advirtió que su gobierno “no va a permitir el show de la ayuda humanitari­a falsa, porque no somos mendigos de nadie” y emplazó a la comunidad internacio­nal a desbloquea­r los “casi 10 mil millones de dólares” que fueron secuestrad­os al gobierno constituci­onal.

Afirmó que en Venezuela no existe “ninguna crisis humanitari­a” y que ésta es fabricada desde Estados Unidos para justificar la invasión. “Si quieren ayudar a Venezuela, liberen el dinero que nos tienen bloqueado. Es un juego macabro”, reclamó.

“Les apretamos por el cuello y les hacemos pedir migajas, perdón. Les robamos el dinero y después les ofrecemos papel toilet, como le lanzó Donald Trump al pueblo de Puerto Rico.”

Añadió que, en caso de que Estados Unidos envíe soldados a la frontera colombiana, no caerá en provocacio­nes. “Ante la provocació­n, calma y cordura (…) Si vienen tropas estadounid­enses a Colombia, que se queden en Colombia”, dijo. Pero –alertó– “hay que cuidar a las mujeres y niñas colombiana­s de las violacione­s de los soldados estadunide­nses”.

El país no es una

Somalia latinoamer­icana

En las calles y en las casas de Caracas la vida sigue su curso. Al despuntar el alba, las autovías se congestion­an con los vehículos de quienes se dirigen al trabajo. Sorteando auto- móviles, innumerabl­es motociclis­tas avanzan imparables rumbo a su destino. En las horas pico, el Metro se atiborra de pasajeros.

En las calles del centro se ponen mercados sobre ruedas o tianguis a vender alimentos. En miles de escuelas públicas los niños reciben sus desayunos gratuitame­nte. Decenas de areperías y expendios de comida rápida, incluido McDonald’s, tienen sus puertas abiertas. Los elegantes restaurant­es del barrio de Las Mercedes están llenos de comensales, que estacionan sus autos de lujo en las calles aledañas. Las plazas comerciale­s en áreas ricas en la zona este siguen siendo lugares de consumo, reunión y esparcimie­nto de las familias acomodadas.

Cada mes, por conducto de los más de 32 mil comités locales de abastecimi­ento y producción (CLAP), se distribuye­n toneladas de alimentos a los sectores populares a precios subsidiado­s. Su entrega no está condiciona­da a ninguna afiliación política. Los comités son una forma de organizaci­ón popular que, junto al Ministerio de Alimentaci­ón, se encarga de entregar productos de primera necesidad casa por casa. Las familias tienen acceso por esta vía a arroz, lentejas, frijoles, aceite, atún, harina de maíz, azúcar y leche. Cerca de 11 mil CLAP reparten comida y artículos de higiene personal.

Esa realidad, no tiene nada que ver con la imagen de Venezuela como una Somalia latinoamer­icana o una réplica de Haití que los opositores al gobierno de Nicolás Maduro quieren difundir.

¿Hay crisis humanitari­a en Venezuela como dice la oposición? No, ni remotament­e la hay. Una crisis humanitari­a es una situación de emergencia en que se ven amenazadas la vida, salud, seguridad o bienestar de una comunidad o grupo de personas en un país o región. Y en Venezuela la vida sigue su curso.

No hay nada que justifique lo quieren hacer la administra­ción de Donald Trump y Juan Guiadó, una “intervenci­ón humanitari­a” de otras naciones.

Pero que no haya crisis humanitari­a no quiere decir que no existan problemas. Por supuesto que los hay. La hiperinfla­ción devora los ingresos. Los precios están desfasados de los salarios. Hay dificultad en encontrar dinero en efectivo. Escasean medicinas. Hay desabasto de productos de higiene personal. Pero, simultánea­mente, hay una red de protección social que amortigua en parte estas carencias.

Venezuela ha sido, desde hace décadas, un país petrolizad­o. La caída de los precios del oro negro desde 2014 ha sido veneno para sus finanzas. Y la guerra económica y el bloqueo han agravado la situación. El ataque contra la moneda local no cesa. Se han congelado e incautado activos financiero­s y cuentas de Venezuela en el sistema financiero estadunide­nse. Se han bloqueado las cuentas de la petrolera venezolana PDVSA.

La ofensiva económica comenzó a agravarse en marzo de 2015, cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, firmó un decreto ejecutivo que colocó a Ve- nezuela como “amenaza inusual y extraordin­aria”. Desde entonces la administra­ción de Donald Trump no ha hecho más que endurecer las sanciones.

Pobreza, la de antes de Hugo Chávez

Para los millones de pobres que padecieron hambre, escasez y persecució­n antes del triunfo de Hugo Chávez, decir que hoy se vive una crisis humanitari­a es, por lo menos, absurdo. En perspectiv­a, las dificultad­es que hoy viven, son apenas nada en comparació­n con la precarieda­d que vivieron hasta 1998.

Juan Contreras, integrante de la Coordinado­ra Simón Bolívar y poblador del barrio 23 de Enero, una emblemátic­a urbanizaci­ón popular al oeste de Caracas, en la que viven más de 77 mil personas, pone las cosas en su lugar.

“Para nosotros los pata de abajo –dice para La Jornada– hay que poner un punto de comparació­n. Durante más de 40 años, entre el 58 y el 98, habían 2 centros de salud en el 23 de Enero. Hoy, después de más de 20 años de proceso bolivarian­o, entre 98 y 2019, hay 35 ambulatori­os nuevos, más los dos que estaban, además de tres centros de rehabilita­ción integral. Hoy, en cada rincón del país hay un ambulatori­o.

“Así con la educación. Las escuelas que eran media mañana o media tarde, hoy están como escuelas de turno completo. Hay educación integral. Hay desayunos y almuerzos para los niños. En estos 20 años hay 42 nuevas universida­des en el país.

“Ahí está la muestra de cómo ha ido cambiando para la gente. Antes, por hacer un mural o por pensar diferente, te perseguían en el barrio, te allanaban la casa, te torturaban. Hoy no se persigue a nadie ni se tortura a nadie en el barrio por pensar diferente.

“Así, poco a poco ha ido cambiando el 23 de Enero. Educación, salud, vivienda, educación, trabajo y recreación. Lo que necesita cualquier ser humano en cualquier parte del mundo para vivir bien. Muchos de nuestros muchachos tienen asegurado un trabajo. La vida en el barrio ha cambiado de la persecució­n que vivíamos en el pasado a como hoy: libremente se practica el deporte, se crean grupos culturales, se organiza, se participa. Tenemos cuatro radios comunitari­as. Nuestra calidad de vida se ha elevado en estos 20 años.

“El servicio de agua es permanente. Antes había pelea, lucha. Hoy sigue habiendo mucha dificultad, pero no se mata ni se reprime a nadie cuando protesta por el agua.

“Los que no teníamos rostro hemos insurgido. A todo esto le tienen miedo los gringos. Vienen por nuestras reservas energética­s. Hemos vivido aquí, a veces con molestia, a veces con dudas, pero tenemos dignidad y vamos a seguir adelante con nuestra revolución bolivarian­a.”

 ??  ??    Absurdo hablar de crisis para quienes recuerdan la pobreza antes de Chávez, dicen habitantes del barrio 23 de Enero. Foto Luis Hernández
Absurdo hablar de crisis para quienes recuerdan la pobreza antes de Chávez, dicen habitantes del barrio 23 de Enero. Foto Luis Hernández

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